Considerado por Javier Milei como el máximo exponente de la libertad (entendemos que por haber liberado a un pueblo), Moisés, en términos históricos relativamente comprobables, fue, además, un legislador y el creador de una religión, dos funciones que le dan un lugar relevante, pero, si aplicamos sintonía fina, alejadas de ese rasgo libertario que le asigna el presidente. Mientras algunos medios señalan que, gracias a Milei, Moisés pudo escapar de los estrechos márgenes de las sinagogas y los estudios rabínicos para saltar a las redes consiguiendo más seguidores de los que tenía cuando cruzó el desierto, recurrimos a Freud para indagar en las razones por las que Milei recurre a Moisés para hacer espejo y poner en perspectiva sus ansias fundacionales en todo terreno en que se propone avanzar: el mayor ajuste de la historia de la humanidad, ser el primer presidente libertario del primer régimen anarco capitalista, tener al mejor ministro de economía de la historia, la mejor ministra de Capital Humano, el DNU más grande del planeta, etcétera, etcétera. Nunca menos.

En Moisés y la religión monoteísta, uno de sus textos más fascinantes, Freud reconstruye el mito del nacimiento del Héroe reduciéndolo primero a la “leyenda tipo” para luego ver las similitudes y diferencias que pudieran existir en el caso de Moisés.

Después de ser condenado por el padre o la figura que representa al padre, a ser muerto o abandonado, el héroe es rescatado por una familia sustituta de origen humilde y, ya hombre, siguiendo los designios de un destino de elegido, se venga del padre y es reconocido por los demás, alcanzando grandeza y gloria. La leyenda de Moisés no responde estrictamente a este patrón, pero, señala Freud, “la discrepancia de la leyenda mosaica frente a todas las demás de su especie puede ser reducida a una particularidad que presenta la historia de Moisés. Mientras en general el héroe se eleva en el curso de su vida por sobre sus orígenes modestos, la vida heroica del hombre Moisés comienza con su descenso de las alturas, con su condescendencia hacia los hijos de Israel”.

A Freud le interesa rastrear en tan lejana historia los pasos que llevaron a la hegemonía del monoteísmo, es decir, un Dios Único imponiéndose en un mundo abigarrado plagado de dioses, divinidades, creencias, tótems, fetiches y miniaturas adorados casi a gusto y placer de cada quien. Y lo hace bajo la convicción científica de que los fenómenos religiosos solo pueden ser pensables a partir de -en paralelo con- los síntomas neuróticos individuales, que de tan individuales terminan siendo universales, propios e inherentes de la condición humana. En definitiva, una religión se hace misteriosamente de la materia de los hombres, es algo que circula, va y viene, se crea colectivamente como una ley o una convención social. Proviene del fondo de la Historia, no de las fuerzas del cielo, aunque mucho tiene que ver con la fe y la imaginación.

Freud indagó en estas profundidades especulativas a lo largo de tres ensayos escritos entre 1934 y 1938 finalmente reunidos en Moisés y la religión monoteísta, un libro que se complementa en abismo con Totem y tabú (1912). Ni hace falta decir qué lejos está la lectura freudiana de cualquier ortodoxia o dogma. Tampoco se puede negar que hay una relación especular entre el hombre que inventó el psicoanálisis con el hombre que inventó una religión. Como sea, lo que queremos decir con absoluta convicción: nadie escapa al espejo cuando se confronta con Moisés.

¿Son auténticos el interés, la pasión, el fervor, la adoración de Milei por Moisés? ¿Es parte genuina o estereotipada de esa construcción que hemos dado en llamar su “locura”? ¿Se identifica Milei con Moisés, y, si lo hace, es una identificación sutil y prudente, o es una interpretación sui generis, narcisística y salvaje, problemática y febril?

Preguntarse cómo cree Milei que hizo Moisés para fundar la religión judía, cómo fueron sus días, cómo actuó contra la casta de los faraones politeístas, es preguntarse cómo se piensa Milei a sí mismo una vez que tomó la decisión (¿o la Decisión lo tomó a él?) de condescender a llevarnos hacia alguna parte.

Milei, a veces, da a entender que no fue elegido, sino que fue el elegido para una alta misión que todavía no se termina de revelar del todo, pero seguramente, es una alta misión, algo, quizás, nunca visto. Por supuesto, la tierra elegida no podía no ser otra que la Argentina, un país que se sigue pensando (aún los más racionalistas observadores están algo imbuidos de esta creencia) como una excepción. Sí: el país que no se parece a ningún otro de la tierra, un país tan pero tan excepcional, que ¡al final de la travesía! habría encontrado a su perfecto neurótico: aquel que a pesar de ser más o menos parecido a los demás, con sus defectos, sus virtudes, sus traumas, sus taras, sus prejuicios y sus picardías, se cree único.