Joseph Goebbels ocupó el cargo de Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945. Para su tarea no disponía aún de trolls ni de redes sociales. Pero con la radio, los diarios y los discursos públicos se las arregló bastante bien para desarrollar su trabajo. El país de Kant, Hegel, Beethoven, Goethe, Einstein, Thomas Mann, terminó subyugado por un frustrado pintor devenido cabo.

Goebbels lo hizo.

Es conocida su tenebrosa frase: "cuando escucho la palabra cultura saco el revólver". Tal vez sea la mejor síntesis del ideario fascista. Y un buen indicador para registrar fascismos cuando alguien desenfunda algún arma contra la cultura; una motosierra, por ejemplo.

Sería distinto si la frase fuera cuando escucho la palabra cultura saco la palabra revólver. Allí sí podría haber una batalla cultural entre dos palabras. Pero cuando se desenfunda directamente el revólver, ya no es batalla cultural sino batalla contra la cultura.

Los Goebbels actuales le apuntan a una palabra, la vacían de sentido, la enarbolan como arma o como trofeo, y la diseminan como un virus. Cambio, libertad, como sujeto de frases a las que se les amputa el predicado, son palabras vacías y vaciadas que sujetan y alienan desde los nuevos ministerios de ilustración y propaganda.

Si se les agrega con calculada pasión un buen carajo, el efecto se multiplica.

El efecto que produce muchas veces es descripto por "me quedé sin palabras". Asombros callados, horrores mudos, indignaciones silenciadas son blancos disparados por ese revólver con estruendoso silenciador que no falla apuntando a la cultura.

El vaciamiento de centros culturales, clubes de barrio, canales de televisión, institutos de cine, universidades, organismos científicos, y tristes etcéteras muestran que a veces el revólver funciona como una ametralladora que dispara sin parar a varios blancos simultáneamente.

Goebbels, que acaparaba todo el aparato mediático del Tercer Reich, instrumentó 11 principios que sirvieron para ordenar y ejecutar el marketing político y su propaganda fascista. Muchos de ellos tienen una pasmosa actualidad:

Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo.

Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.

Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.

Todos estos principios aplicados con eficacia pueden provocar una gigantesca conversión cuasi religiosa. Hoy se agrega una reformulación del Principio de Revelación en el que los habitantes quedan expuestos como los que la ven y como los que no la ven.

Los que no la ven son (somos) ciegos y mudos.

Los insultos disparados desde el poder no son palabras, son revólver. Las palabras insultantes no dicen; hacen. Hacen daño. Asustan. Silencian. Asombran.

Apropiándose del "que se vayan todos" del 2001 se generó una verdadera épica de la expulsión. Echan gente y se enorgullecen de echarlos. Trabajadores de los organismos del estado, agentes culturales de canales públicos, pero también funcionarios propios. Excluyen y expulsan, gritan fuera como si gritaran gol.

El asombro, cuando calla, es impotencia y resignación. Las fuerzas del cielo intimidaron a la fuerza de la palabra. La volvieron balbuceo o silencio.

Millones de convencidos y convertidos se aferran a una esperanza sin objeto.

El país de ha dividido entre los que sumergidos en el escepticismo piensan sorprendidos lo veo y no lo creo, y lo tenaces esperanzados que parecen expresar lo creo y no lo veo. Estos últimos son paradójicamente los que creen que la ven. Están atrapados en una esperanza negacionista que además de fingir demencia, se alimenta de amnesia.

Una mitad convencida y convertida de este país no encuentra una contundente oposición en la otra mitad, la que esperando pasivamente, se ha quedado sin palabras.

Por ahora.