Con todo este tema del cántico entonado por la selección argentina en el vestuario de la final contra Colombia han recrudecido los análisis en contra y a favor de los cánticos futboleros con contenido racista y sexista. Esos análisis llevaron la cosa al punto de problematizar si Argentina es una sociedad racista o machista y si los otros países también lo son.

En la Argentina hay muchas expresiones de machismo y racismo que se explicitan en muchos espacios sociales como la calle, las marchas, los ámbitos laborales, la escuela, por señalar algunos. El fútbol no iba a ser la excepción.

Más allá de una mitología que dice que el fútbol es una pasión que une a la gente, cualquier persona que haya ido a la cancha sostenidamente en el tiempo sabe que eso no es tan así. En el fútbol siempre se busca identificar un punto débil del rival (de la hinchada rival, del equipo rival, de algún jugador individual, de la comunidad o la ciudad o región a la que representa, etc.).

Por otro lado, estarían todos los cánticos que se dedican a promover la acción violenta contra el rival “quemar el parque matar un bostero”, “matar al sinaliento”, etc. Muchas de esas agresiones son verbales y quedan en el marco del estadio de fútbol, durante el desarrollo del partido, aunque nuestra historia ha vivido muchos casos de asesinatos consumados en el post o la previa de la realización del partido. Pero no me voy a referir a esa violencia física, sino solamente a las referencias que se cuestionan en el famoso canto de “Escuchen, corran la bola”.

Desde ya, como me señaló mi amigo Hugo Cortés, muchos de esos cantos contra la hinchada rival tenían otro sentido cuando había hinchas visitantes, donde podían generarse diálogos de ida y vuelta. En ese caso, a la agresión de tipo racista o sexista se le sumaban las supuestas debilidades de esa hinchada: no cantan (tan callados, los xxx están todos cagados), no saltan (parece una postal), son pocos (vinieron en un fiat 600).

En el aspecto social, el epíteto más común es el de “villero”. En Argentina “Negro” refiere más a lo social que a lo racial, del mismo modo que “paragua” o “bolita” refieren a la nacionalidad de Paraguay o Bolivia en términos denigrantes, al igual que las referencias al judaísmo cuando juega Atlanta (cuya cancha se encuentra en Villa Crespo).

Las agresiones de tipo sexual se limitan al clásico “puto”, que fue prohibido en México, pero no aquí. Hasta el día de hoy se ha logrado que los partidos se detengan cuando la hinchada rival hace alusión al judaísmo de los de Atlanta y al paraguayismo o bolivianismo de los hinchas de Boca, e ignoro si ocurre lo mismo con otros equipos como Belgrano de Córdoba a quien en modo folklórico se los identifica con los nativos del altiplano.

Si en el mundo es muy famosa la “puteada argentina” como superior a todos los demás insultos, no debe extrañarnos que los cantos del fútbol argentino hayan conformado una playlist de denigración del rival a niveles paroxísticos. Y en esa agresión queda incluida toda la comunidad a la que el equipo rival representa incluso tomando elementos del humor regionalista que todos los países tienen (no se hagan los inocentes): desde los comegatos rosarinos, los inundados santafesinos, la zoofilia de los patagónicos, y la promiscuidad de los santiagueños, los maniseros tucumanos, los “porteños putos” (donde, como dice Martín Kohan, no queda claro cuál de los dos es el insulto) y así por el estilo.

Quiero destacar una agresión muy particular que se le cantaba a los hinchas de los equipos porteños cuando llegaban a alentar a sus equipos desde las localidades aledañas: “Oh le lé, oh la lá, son todos chacareros la hinchada donde está”. Todos recordamos en esos partidos las banderas de El trébol, Las Rosas, Bigand, Cañada de Gómez y demás localidades cercanas.

En ese canto se pone en juego una doble agresión: por un lado el epíteto “chacarero”, que en este contexto es explícitamente denigratorio para esa gente. Lo curioso es que no se trata de un sujeto social asociado a la pobreza o a una región concreta, sino específicamente a una forma de relacionarse con la tierra y el trabajo (¡sobre la cual se han escrito muchos libros!) que hunde sus raíces en la poesía popular con aquel verso de Carlos de la Púa “era un boncha boleao, un chacarero”. Pero además, se lo separa de “la hinchada”. Es decir, el chacarero no es hincha, están como “colados” en la cancha, viendo un espectáculo al que no pertenecen, como quien visita un lugar ajeno. Una discriminación social, cuya particularidad radica en que probablemente los chacareros estén orgullosos de su condición.

Pero además, como todos sabemos, en la cancha se agrede ¡a los propios compañeros de hinchada! “Esos viejos de mierda no quieren gritar y se quejan que el equipo anda mal”. Ese canto incluye una agresión a los viejos y se canta habitualmente mirando hacia la platea. En el caso de Central -que es el que ya conozco- hay sectores de la cancha que están claramente estigmatizados: los mutantes de Regatas, los garroneros del río, los viejos amargos de la platea y la familiar de Génova. Nadie sale indemne de aquí.

A la hora de construir identidades, el fútbol argentino muestra una capacidad infinita de segmentación, incluso al interior del propio colectivo que se identifica detrás de unos colores. Por otro lado, también muestra una gran creatividad cancionística que ha exportado a otros países.

Esas expresiones tienen lugar en ese caldero tan especial que es una cancha de fútbol y es difícil analizarlas fuera de ese contexto, omitiendo que hay violencias racistas, sexistas y clasistas en toda la sociedad, aunque es más fácil verlas en una hinchada que en una película de Mariano Cohn y Gastón Duprat o Marcos Carnevale, por ejemplo. Si la película es racista, sexista o estigmatiza a determinado sujeto social, los defensores dirán a los gritos “¡es simplemente ficción! no hay juicios de valor por hacer”; ahora bien, si una hinchada dice “villero” al rival, el juicio suele ser implacable.

Creo que si bien es importante promover formas de convivencia más amistosas en el deporte, algunas situaciones de representación de la rivalidad que se expresan en las canchas de fútbol (muchas de las cuales se nutren de largas tradiciones culturales argentinas) deberían contemplarse como parte de ese marco, evitando asignar a los actores que las profieren en ese contexto conductas sociales asociadas con esas expresiones.