Los libreros de París en las orillas del río Sena, las y los “buquinistas” -bouquiniste, en su idioma original- forman parte de la estampa típica de la gran ciudad: son actualmente unas 230 personas que administran las cerca de 900 cajas de madera y chapa (de dos metros de largo y setenta y cinco centímetros de ancho cada una), pintadas de verde. Es esta una profesión que cuenta con una larga historia, ya centenaria: herencia de los antiguos vendedores ambulantes del siglo XVI, con la Revolución de 1789 ingresa el término en el diccionario de la Academia Francesa, y en 1891 un decreto del ayuntamiento autoriza la instalación permanente de sus cajas y cajones con sus mercaderías en los parapetos, asignándoles un espacio y una regulación determinados. Aparecida en el siglo XVII, la palabra francesa bouquin -proveniente del flamenco boeckjin- significa libro antiguo, de poco valor, significado luego extendido también a los libros de pequeño formato, “de bolsillo”, y a los de “segunda mano” que se fueron generalizando por esos siglos, a la par del desarrollo de la imprenta y la edición, los viajes y el comercio. Aún más modernamente, entre los innumerables ejemplos de la aparición del río Sena y los buquinistas en la literatura del siglo XX, podría recordarse: Aquí París, de Pío Baroja (quien evoca desde el exilio una oportunidad anterior en Francia, cuando, aburrido en un hotel, se puso a leer “un libro que había comprado en los muelles del Sena”), el Diario de viaje a París de Horacio Quiroga (donde anota: “Recorro los puestos de libros que bordean el Sena. ¡Cómo siento no tener siquiera un franco! ¡Compraría diez libros!”), y En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano (quien revisa algo indolente los puestos, mientras aguarda la llegada de dos amigas: “En uno de los cajones verdes de libros viejos di con un libro de bolsillo que se llamaba El hermoso verano”). Por su parte, Gérard de Nerval escribió en Las hijas del fuego: “Es imposible, para un parisiense, resistir al deseo de hojear viejas obras expuestas por un bouquiniste”. Y fue Blaise Cendrars quien destacó esta maravillosa y particularísima librería a cielo abierto: París es “la única ciudad del mundo donde un río fluye entre dos filas de libros”.

Resistiendo y permaneciendo a lo largo de la historia, atravesando revoluciones, guerras y proyectos urbanísticos -como las célebres “reformas” del barón Haussmann en 1866, bajo Napoleón III- que amenazaron el lugar y la profesión, las y los bouquinistes tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos (de hiperconsumismo) para sobrevivir, incorporando souvenirs turísticos, por ejemplo, que conviven junto a sus tradicionales libros, revistas, pinturas, grabados y demás objetos antiguos y de colección. Como para un grueso de la economía entonces, la pandemia de Covid-19 significó un fuerte parate en el movimiento habitual, mermando o desapareciendo las habituales clientelas, y el aumento de la competencia debido a los sitios de ventas on line. Aquí también tuvieron su obligado aggiornamiento, con la incorporación de “comunicación digital” por la vía de las fotos y redes sociales, página web para exhibir los libros (bouquinistesdeparis.com), etc. Las orillas del río Sena, sus muelles y los buquinistas fueron declarados Patrimonio de la humanidad por la Unesco, a comienzos de 1990. A lo largo de sus tres kilómetros y medio, se calcula entre 200.000 y 300.000 la cantidad de ejemplares allí disponibles, y también se han realizado el último tiempo, impulsadas por la Asociación Cultural de Bouquinistas de París, actividades ligadas al sector librero especialmente: talleres de lectura y escritura, de encuadernación y teatro.

Desde el año pasado, con motivo de la actual celebración de los Juegos Olímpicos, quiénes son y qué hacen los buquinistas fue motivo de noticia, ya que el gobierno pretendía, aduciendo motivos de seguridad, no sólo cerrar sino también trasladar las cajas a otro sitio, para que pudiera desarrollarse la inauguración allí, en el Sena como escenario, un río que “no está apto” desde 1923, y que fue motivo de “saneamiento” para este internacional espectáculo deportivo, que incluso contó con la prueba fehaciente de un clavado en el río, por parte de una osada alcaldesa de París. Los buquinistas se opusieron a los planes de las autoridades desde el primer momento, ya que no contaron con ninguna garantía económica, ni respecto al traslado ni al retorno en concreto. A lo que habría que sumar que los problemas “de seguridad” en estos Juegos Olímpicos son, potencialmente, muchos más, en una variada gama que va desde los ciberataques a las huelgas salariales y diversos reclamos sindicales, que pudieran darse en determinados sectores, como el transporte y la limpieza.

Son decenas de miles de efectivos militares y otras fuerzas de seguridad las que se han desplegado. A los diez millones de turistas habituales se calcula que se sumarán unos cinco más gracias a los Juegos Olímpicos. La oposición de los bouquinistas a cualquier movimiento de sus cajas -algunas históricas, con 100 y 150 años de antigüedad-, se mantuvo firme, y desde la misma presidencia se instruyó e informó recientemente que, finalmente, no habría ningún forzamiento ni traslado (se achicó a la mitad el aforo de la ceremonia de inauguración, habilitado, así, para unas 300.000 personas). El mismo presidente tuvo que admitir la importancia de estos libreros: “patrimonio vivo de la capital”, los llamó.

En 1919, el poeta Guillaume Apollinaire escribía sobre su preferencia de pasear por los muelles del Sena, “esa maravillosa biblioteca pública”. A lo que agregó el gran artista y poeta surrealista: “Sin duda, no hay paseo más hermoso en el mundo, ni más placentero”.