Una guitarra esquiva, distorsionada, y un bajo lúgubre arman un encuentro eterno de almas, en el cementerio, en la playa un día nublado, en la niebla de la noche de invierno en el Abasto. Se suma la otra guitarra, la batería, empieza la sesión entre las tumbas de la oscuridad. Entre sombras, el disco nuevo de Buenos Vampiros se asoma al escenario como una película de terror sobrenatural en la Argentina de 2024, recesiva, represiva y repetida. “Mirame a los ojos, nada puede salir mal”, canta Ignacio Perrotta como un conjuro. La segunda voz, la primera guitarra, uno de los dos compositores, es como un viajante del tiempo desde el postpunk de la Inglaterra de los 80, con su piloto negro y sus ojos delineados, llenos de un optimismo delicado, aferrado con alfileres de gancho doblados a una realidad angustiante: “El optimismo es una forma de resistencia. No nos queda otra, es lo que vamos a darle al presente”.

Están sobre el escenario de las columnas de Ciudad Cultural Konex y hay más de mil trescientas personas que vinieron a verlos. Irina Tuma, esa voz de ultratumba y cara angelical (una Neve Campbell si The Craft fuera marplatense) se ata el pelo y arenga a su público: “¿Quién de acá votó a Milei?”. Desde afuera de la turba se ven los saltos, los gestos de puteadas, los gritos. “La patria no se vende”, dice Luana Giobellina, la bajista de rizos rubios que rebotan como la pesadilla de cualquier alma sensible. El disco se empezó a grabar dos días después de que Javier Milei asumiera como presidente, y ese miedo flota como un fantasma por las canciones, entre otras esperanzadoras y románticas, que nacieron del reencuentro post-pandémico de los cuerpos en la noche, en el amor. “En un momento como este, que tu banda preferida saque un disco que te guste, eso es lindo de verdad”, dice Mora Murguet, la baterista.

La banda más interesante de la escena rockera joven –vigorosa, enojada, creativa– sacó su tercer disco después de Paranormal (2019) y Destruya! (2022), el que en plena pandemia los llevó a los auriculares de los chicos enojados, y ni bien pudieron salir los vieron en el cartel, en el póster, en la remera. Como una enfermedad, el manto negro de su oscuridad llegó desde Mar del Plata a Buenos Aires, ya suenan en todos lados. “Una vez estábamos por tocar en la playa y los veíamos acercarse. Hacía 35 grados, todos abajo del rayo del sol, pero ahí estaban vestidos de negro. Sabíamos que venían a vernos a nosotros”, cuenta Irina, graciosa, fresca, como si fuera ella misma un sol de mediodía. “Es que me alimento de la oscuridad, para mí ahí hay algo hermoso, en la muerte, en los cementerios, en las películas de terror”. La única que hace un gesto en esta banda de tres chicas y un varón es Mora, la más joven, la baterista que no para de hablar y mover su pelo bicolor. Ella insiste: que la música que escuchan no es toda oscura, que circula de todo, se envalentona y nombra, por ejemplo, a Dillom. No fue necesario mucho más, la imagen de la cesárea, el femicidio y el suicidio que aborda en sus canciones el trapero pasa corriendo por la mente de los cuatro. Se ríen. Su estética parece su universo.

“Hoy salió nuestro disco, el mismo día que salió Closer de Joy Division, uno de nuestros discos preferidos”. La fecha es el 18 de julio, pero hace 44 años, el doble de la edad de Irina. “Yo escucho esa música todo el día”, se justifica, no lo puede evitar. Los links están en todas sus canciones, pero hay algo en la conjugación de los elementos que los cuatro conforman y es que Buenos Vampiros no parece una remake de un original mejor, pasado. Hay una apropiación de un universo sonoro que salió en 1980 en la Inglaterra industrial; hay una estética esotérica, eterna, alucinatoria del cine de terror; y también está Mar del Plata en 2024: una ciudad helada en invierno, con una buena cantidad de skinheads (“alguna vez nos asustamos en un show”, admiten) y la presencia salada del mar que da aire, dream pop, espacio para pensar. Hay algo que cuidan como el santo grial, y es lo natural, lo que sale en los ensayos, lo que pudieron construir entre los cuatro como banda. No hay sugerencia externa que permee a eso que creen que las canciones le piden. Está la magia grupal, está la rabia actual, pero también toda esa imaginación que se formó a lo largo de sus años, mientras la data circulaba entre ellos como un mal.

Las once canciones de Entre sombras tienen a una invitada. “Fue una premonición”, dice Irina. Un día de abril estaba limpiando los muebles de madera de su habitación y en una especie de altar, donde tiene sus cassettes preferidos, encontró una araña pequeña. “Había hecho su casita en el cassette de Parálisis Permanente, y la llamé Ana”. A los dos días, Ana Curra, la mítica cantante de esa banda post punk española le mandó un mensaje por Instagram. “Durante tres días no le contesté porque no podía afrontar esa situación”, cuenta un rato antes de tocar en el Konex. La voz de Parálisis Permanente la estaba invitando a hacer algo, a que Buenos Vampiros telonee alguna de las fechas de su gira latinoamericana, y eso ocurrió el 16 de abril en Buenos Aires. Ahí pasó lo que tenía que pasar, el aquelarre, el convite al más allá: “De tus pesadillas me hice dueña otra vez, lograr atormentarte, destruirte por placer”. ¿Es Irina o es Ana la que canta en “Desorbitado”? Sus voces se parecen tanto como sus cuerpos. La invitada está en otra canción más, “Alguien te espera”. La imagen del más allá o la imagen del futuro, Ana parece una punk posible, un proyecto para toda la vida. Nacho lo sella: “Fue tan natural todo, le mandamos las canciones para que ella hiciera lo que quisiera y fue espectacular, se dio tan simple y se sintió tan bien”.

El disco, con un sonido mucho más fuerte, claro y potente que sus dos anteriores, con los instrumentos saturados de energía, se presentará en Niceto Club el viernes 4 de octubre con los marplatenses de Tomates en Verano, otra gran banda sombría del sello Casa del Puente. Una procesión de ojos delineados y jóvenes –luminosos, sedientos– dispuestos a darle a la noche toda su eternidad.