El mundo está lleno de caras. La calle es un sinfín de rostros que se suceden uno detrás del otro. Olas de desconocidos que van y que vienen, con sus expresiones particulares: alegría, hastío, depresión, furia y decenas de otras emociones. Sin embargo, existen otras caras que habitan otros espacios que no son la calle, esas que se guardan en los teléfonos: selfies que se mandan por WhatsApp, fotitos con filtros de Instagram, videos de TikTok. Caras por todos lados. También está la revista Caras, con esas fotos y esas personas que son tan brillantes y artificiales como las imágenes que inundan las redes sociales. Esta es la época de los rostros. Hoy está más vigente que nunca esa pregunta icónica de la televisión argentina: “¿Quién le hizo la carita?”.
En Persona, la actual muestra de la artista Malena Pizani en la galería Selvanegra, el universo de las caras se hace presente. Esta exhibición, que cuenta con la curaduría de Emmanuel Franco, reúne una serie de tintas color sobre papel y de fotografías que ofrecen diferentes rostros. Una pequeña colección de caras creadas por Pizani y tomadas por guiños circenses. Sin embargo, el circo de Pizani no es del todo feliz –tampoco hay certezas de que los habitantes de un circo sean personas contentas, quizás simplemente se trata de un grupo de farsantes amargados que ofrecen una ilusión de felicidad para los espectadores–, sino más bien sombrío. Hay una conversación entre las tintas y las fotografías bastante clara, a pesar de tratarse de formatos y técnicas bien distintas. Pizani logra que cada cosa sea una continuación de la otra y viceversa. En ambos grupos de obras hay elementos que se repiten (paletas de colores, expresiones y elementos como los volados que se colocan los payasos alrededor del cuello), esto genera que el conjunto de obras funcione como si se tratara de una única serie. No hay una técnica que se imponga sobre la otra, sino más bien dos estadíos de un mismo universo de sentido: la artista propone una misma aventura para ser recorrida por dos caminos diferentes.
Los retratos y autorretratos de Persona van en contra del imperativo de felicidad que corre en la actualidad. Ante las frases hechas del estilo “disfruta cada día” o “sueña, ríe y ama”, Pizani devuelve estas caras que parecen estar pum para abajo, más que pum para arriba. Lo que el prejuicio nos diría es que estos rostros deberían estar tan contentos como el payaso Ronald McDonalds, pero lo que se ve en la imagen es otra cosa. Tal como señala el curador en el texto que acompaña la muestra: “En los dibujos aparecen diversos personajes que sugieren una inevitable sensación de peligro y supervivencia. Atrapados, los rostros se funden con sus máscaras y los gestos advierten una caravana de incertidumbre, una guerra silenciosa entre la angustia y la alegría”. Esas emociones que muestran estas caras –a veces contenidas, a veces desbocadas– funcionan también como una manera de organizar al conjunto de obras, ya que todas son exhibidas en pequeños grupos creados a partir de las expresiones que se muestran. Cada triada o dupla de imágenes es una sección de este circo sombrío.
Lo que Pizani propone con las obras de su exhibición es, justamente, señalar una contradicción: habitar una corporalidad jocosa –como puede ser la de un payaso– no necesariamente se traduce en felicidad y buen humor. El mundo del clown es la máscara que se utiliza para esconder esas expresiones que los personajes que habitan esta muestra realmente sienten, esos mismos que el mundo contemporáneo y la tiranía del bienestar tratan de suprimir. No, no estamos felices, estamos amargados. Y eso está bien.
La pregunta que aparece, entonces, es cómo identificar cuál es la emoción verdadera –si es que acaso existe una– detrás de esas caras. Todos los rostros que se ven en Persona parecen tener una emocionalidad impostada, o falsa. El misterio de estas obras es justamente ese, la distancia que hay entre lo que se muestra y lo que esos personajes sienten. Las imágenes se vuelven meras máscaras de un mundo interior que se intenta ocultar. En las fotografías esta operación queda más en evidencia. En ese grupo de obras, las caras aparecen por agujeros que se hacen una tela, lo mismo ocurre con diferentes manos que interactuan con los rostros, pero de dónde salen esos cuerpos, qué o quién o quiénes están detrás de la tela, por qué se esconden. A su vez, hay pequeñas varas que en sus extremos tienen algunas decoraciones para esas caras –ojos, sonrisas, lágrimas–, más capas para una emocionalidad artificial. Todas las obras son una gran puesta en escena, una farsa sobre un mundo interior que es opaco.
El circo de Pizani es el circo del misterio. No hay forma de saber qué está pasando en ese lugar, qué es lo que sienten esos personajes que habitan esas imágenes. Persona es una superposición de máscaras y trucos para esconder una manera de estar en el mundo que nadie quiere reconocer: ninguna persona quiere ser el depresivo de la reunión, el mala onda. Esta exhibición es un recordatorio de que, a pesar de los esfuerzos por esconderlas, la angustia, la frustración y la desesperación siempre están ahí. Abajo del maquillaje y detrás de la pretendida felicidad, hay miedo. Y ningún ejército de payasos puede quitarlo. El desafío está en sobreponerse a esa nube gris sin tener que fingir nada. Sin tener una nariz roja. Sin tener que usar un disfraz.
Persona se puede visitar en la galería Selvanegra, Av. Córdoba 433. De miércoles a viernes, de 15 a 19.30, hasta el 9 de agosto. Gratis.