En 1986, el promedio de edad de los muertos por hechos de violencia en Medellín, Colombia, estaba entre los 35 y los 45 años. En 1987 bajó a la franja de 25 a 35. En 1988 iba de los 20 a los 25. En 1989, el 70 por ciento de los fallecidos estaba entre los 14 y los 21 años. 1991 marcó otro record siniestro: 7 mil asesinatos en un año. Detrás de semejantes cifras había un nombre que pocos se atrevían a mencionar. Al menos no de manera crítica.

Pablo Emilio Escobar Gaviria.

Es difícil exagerar la estatura de Don Pablo, el Patrón, como el narcotraficante más famoso del planeta. En su momento de plena actividad, el Cartel de Medellín proveyó a Estados Unidos del 60 por ciento de su consumo de cocaína, y algunos estudios aseguran que de Antioquia salía el 80 por ciento de producción mundial del polvo blanco que hizo de Escobar el hombre más poderoso de Colombia. No es de extrañar, entonces, que existan decenas de obras audiovisuales, documentales o de ficción, que lo tengan como protagonista o personaje necesario para explicar la trama de los años ochenta. 

Y sin embargo Los 500 días de Escobar consigue atrapar la atención. Realizado por Caracol Televisión, el documental que Netflix acaba de subir a su plataforma intenta -y consigue- ir más allá de la historia conocida y transitada hasta el punto de la telenovela (vamos, ¿qué era El patrón del mal sino una telenovela?) para ofrecer otros puntos de vista. Lo hace poniendo el foco en la decadencia del imperio: entre el 22 de julio de 1992 y el 2 de diciembre de 1993 pasaron en rigor 498 días, pero la puntillosidad no puede hacer desdeñar un título potente.

¿Por qué la importancia de esas fechas? La primera marca uno de tantos episodios cinematográficos en la vida de Escobar, la fuga de la "cárcel" de Envigado; la segunda, claro, el momento en que recibió tres balazos en un techo de tejas del barrio Los Olivos en Medellín, un día después de cumplir 44 años. Las comillas para la prisión donde comenzó su final tienen toda la razón de ser, y el documental se encarga de reflejarlo: La Catedral fue el lugar donde Escobar ingresó por propia voluntad, tras obligar al gobierno de César Gaviria a aceptar una serie de condiciones que dan cuenta de hasta qué punto el narcotraficante poseía más poder que todo el sistema político, judicial y de seguridad. La más importante fue conseguir una ley que impedía la extradición a Estados Unidos (Escobar y varios de sus cabecillas se hacían llamar "Los Extraditables"), pero además los testimonios dan cuenta del modo en que Don Pablo consiguió que el Estado le concediera una fortaleza que lo protegiera de sus propios enemigos. 

Desde allí, el capo siguió dirigiendo el negocio y ordenando el asesinato de ex aliados  como Fernando Galeano y Gerardo Moncada. Ante el escándalo por las condiciones de detención, el viceministro de Justicia Eduardo Mendoza y el director de prisiones Hernando Navas se apersonaron en La Catedral y fueron tomados como rehenes; en las escenas que desfilan en la primera parte de Los 500 días, el coronel César de la Cruz, a cargo del operativo que debía liberar a los funcionarios y trasladar a Escobar a una prisión común, relata el tiroteo y la inexplicable fuga, diez hombres que lograron eludir el cerco de 180 efectivos. La voz del mismo Escobar relata en una entrevista radial que "Yo me escapé cuando el Ejército entró dando bala; yo solo llamo porque a mí sí me interesa que no engañen a la gente, que no involucren gente que no tiene nada que ver", para luego, en un paso casi de comedia, desmentir categóricamente una de las versiones. "Eso es falso, están sacando fantasías de pelucas y de mujeres, mi posición de hombre no me permite disfrazarme de mujer", dice.

(Imagen: Netflix)

El documental abunda en testimonios de primera mano, que en algunos casos aún hoy no pueden ocultar su asombro por la historia. Uno de ellos es Javier Peña, agente de la DEA que tuvo su exitoso retrato ficcional en Narcos a través de Pedro Pascal: es él quien manifiesta sin dudar, justo antes de los títulos iniciales, que "cuando vi la entrega y despegó el helicóptero, me dije 'Pablo Escobar ganó y nosotros perdimos'". Más adelante relatará, azorado, las comodidades de La Catedral, y se lo ve en 1992 señalando la foto de una fiesta en la que el barman es... uno de los guardiacárceles.

Es que Los 500 días de Escobar no elude una espinosa cuestión, eso que tan bien supo retratar el escritor estadounidense Don Winslow en El poder del perro y sus continuaciones, El Cártel y La frontera: la futilidad de la "guerra contra el narcotráfico", lo porosas que se vuelven las divisiones entre los representantes de la ley y quienes las infringen. El documental dirigido por Simón Hernández, con guión escrito a cuatro manos con el periodista Jorge Cardona Alzate (editor general de El Espectador, diario clave en la era Escobar) le clava el diente a esos matices incómodos. No oculta el oscuro perfil de un personaje clave en la cacería: Marta Ruiz, integrante de la Comisión de la Verdad, relata que "el coronel Danilo González es un hombre que, por sus virtudes, fue llevado por sus superiores a hacer la tarea más difícil, que era tratar con Los Pepes, pensar como ellos, trabajar con ellos. Y luego no había forma de devolverlo a la institución de la Policía, y terminó convirtiéndose en un personaje nefasto para la policía y el Estado colombiano. Yo le pregunté a un altísimo funcionario por qué nunca se lo sacó de la institución ni se lo judicializó, sabiendo que estaba trabajando con la mafia. Y la respuesta fue que Danilo les servía a ellos y también a la Policía."

Los Pepes, otra clave de la derrota final del Patrón: en ese mismo 1992 Fidel Castaño, ex socio de Pablo, se alió con el Cartel de Cali para conformar el grupo Perseguidos por Pablo Escobar, que diluyó toda frontera legal trabajando íntimamente con el Bloque de Búsqueda de la Policía y el Ejército colombiano. Los testimonios de ex funcionarios y uniformados, abogados del cartel como Gustavo Salazar Pineda, ex narcotraficantes como Ramón Zapata, dan cuenta de esa asociación como única forma de ubicar y liquidar a Escobar. Porque ya no se trataba de "detenerlo", menos aún con la tormenta de terror en forma de coches bomba lanzada desde la clandestinidad, y teniendo involucrado en la búsqueda a tipos como "Don Berna", Diego Murillo Bejarano, enemigo jurado de Don Pablo desde el asesinato de Galeano y Moncada. Don Berna, tan funcional para el Bloque, también terminaría preso. 

El documental también pone el foco en la escena final y el rol de Los Pepes, que fueron parte del operativo que rodeó Los Olivos cuando Escobar delató su paradero al llamar a su hijo. Las fotos de aquel 2 de diciembre muestran a los uniformados sonrientes alrededor del cadáver de Escobar, pero hay abundantes dudas sobre el verdadero autor de los disparos. Mientras el director de la Policía Nacional Antonio Gómez Padilla habla de la impecable labor de inteligencia del Bloque, el investigador Luis Fernando Quijano afirma que "A Pablo no lo mata ese señor que aparece en la foto, Hugo Aguilar, ni el Bloque de Búsqueda: lo matan Los Pepes. Hay serios indicios que señalan que el que lo mató fue Semilla, el hermano de Diego Murillo Bejarano. Si él fue el que lo mató y después dejó que el Bloque se tomara la foto, significa que hasta pena les dio reconocer que tuvieron que utilizar lo ilegal-criminal para detener a Pablo Escobar."

"Hay un deber de recordar y la memoria es un derecho en cualquier tiempo", señala Cardona Alzate a Página/12. "Hace treinta años cayó Pablo Escobar en el tejado de una casa de Medellín y todos cantaron victoria. Los buenos, los malos y los feos. Cayó una pieza mayor del entramado pero siguió la guerra en otros frentes del poder. Contarlo es hacer una pausa para revivirlo y hacer memoria por las víctimas."

Eso se trasluce en una de las grandes síntesis de Los 500 días de Pablo Escobar, que termina dando una familiar directa. En un móvil televisivo la misma noche del 2 de diciembre, su hermana Marina Escobar lo dice con crudeza: "No crean que porque Pablo Escobar fue asesinado vilmente se va a acabar la violencia en Colombia. No sean ilusos. ¿Usted cree que el tráfico de drogas y el narcoterrorismo se acaban con la muerte de Pablo Escobar? Los asesinos de Cali van a seguir asesinando. Si no a nosotros, van a seguir asesinando a mucha gente. Párense en la ribera del río Cauca para que vean bajar los cadáveres."

En 1994, el presidente colombiano Ernesto Samper debió dar explicaciones sobre los supuestos aportes del Cartel de Cali a su campaña. Al menos hasta mediados de 1995, los hermanos Rodríguez Orejuela gozaron del reinado que había ostentado El Patrón. Pero esa ya es otra historia.

El bloque y el Limón

La figura de Pablo Escobar aparece en infinidad de obras musicales de todo estilo, en títulos como "Muerte anunciada" de Los Tigres del Norte, el explícito "Pablo Escobar" de Jorge Santacruz, "Los duros de Colombia" de Gerardo Ortiz, "El Patrón" de los grindcore Brujería, "Plata o plomo" de los también pesadísimos Soulfly del brasileño Max Cavalera o las invectivas de la mexicana Paquita la del Barrio, que lo llama "Maldita cucaracha que infectas lo que picas" en "Rata de dos patas". A menos de tres años de la muerte del capo, en Argentina también resonó un retrato en forma de canción, a cargo de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Luzbelito, séptimo disco de los Redondos (octavo si se cuenta a Lobo suelto y Cordero atado como dos álbumes independientes), incluye la marchosa "Me matan Limón!", alusión directa a ese 2 de diciembre en Los Olivos de Medellín. No solo por la frase "Por los techos viene el Bloque, otra vez" sino por la mención del último guardaespaldas fiel al Patrón, que cayó minutos antes que su jefe: el "Limón" del título era Alvaro de Jesús Agudelo, sicario encargado de comprar militares para la protección de Escobar en La Catedral de Envigado. "Me la dieron, Limón / Sangran por las tejas como vos, Limón", canta el Indio, en modo casi cinematográfico.