Tenía que ocurrir. La vicepresidenta de la Nación decidió medrar con el viejo falsete nacionalista, cuya verdadera esencia está en la antítesis de su diatriba. En realidad, no defiende ni a la nación, ni al pueblo, ni a la soberanía, ni a nuestra historia y valores culturales. Se trata de una perorata demagógica que desprecia y subestima a la opinión pública. Villarruel fue directo contra la nación francesa enrostrándole su histórico carácter colonialista, y ya que estaba, se presentó como defensora de la negritud y la condición originaria de importantes protagonistas de la historia argentina, a los que jamás mencionó en sus discursos. Para quedar bien con todos, no olvidó hacer referencia a la diversidad étnica que conformó nuestro país, faltó que exprese su reconocimiento al mentado “crisol de razas”. Claro que el elemento efectista principal fue su apoyo irrestricto a Enzo Fernández y la Selección, explicitando una burda maniobra por asociar su figura a un grupo humano tan querido por nuestro pueblo. Todo muy vulgar y evidente. Sin embargo, su patriada blanquiceleste y su actitud anti imperial no duró nada. Al otro día, el Poder Ejecutivo la desmintió ante la Embajada de Francia. La hermana presidencial, en otro gesto más propio de una interna de palacio que de una acción diplomática, salió corriendo a pedir disculpas al embajador francés, ahora transformado inesperadamente en arquetipo del colonialismo. Más allá de esta bochornosa telenovela, lo más importante es que las declaraciones de Villarruel implican una ignominiosa malversación del concepto de lo nacional y más aún, de lo colonial.

Estos personajes de nuestro presente político intentan montarse en una artificiosa polémica con el propósito de mostrarse “bien argentinos”, abanderados de anti coloniales y anti racistas. ¿Pero acaso el RIGI no es un estatuto neocolonial? La cuestión de nuestros recursos naturales, como la minería, expresa un rasgo colonial de todos los tiempos. El extractivismo de oro y plata fue el negocio principal de más de tres siglos de dominación durante el Virreinato en el Alto Perú y todo el continente, que, si bien adquiere nuevos formatos, comparte la misma raíz: la subordinación a las grandes corporaciones, más allá de los devaneos expresivos de la Vicepresidenta contra Francia, valiéndose de nuestros futbolistas, a quienes no les hace falta el apoyo de semejante personaje.

El gobierno Milei-Villarruel se propone ceder graciosamente la explotación de nuestros recursos naturales a las empresas de potencias extranjeras, con las que se alinea en conflictos bélicos ultramarinos de los más candentes y peligrosos. El presidente se complace de la visita del Canciller británico a nuestras Islas Malvinas, principal enclave colonial en esta parte del mundo, manifestando que “hubo una guerra y nos tocó perder”, de allí que está todo en “su derecho”. De toda esta verdadera cuestión de soberanía e interés nacional, a la vicepresidenta futbolera no se le escuchó decir nunca una sola palabra.

La intención de aparecer ante el pueblo como líderes de un proyecto nacional y anticolonial es un vulgar contrasentido. Tanto Milei como Villarruel son retoños de dos modelos políticos que llevaron a cabo implacablemente el proyecto del imperialismo norteamericano: la dictadura, y el menemismo surgido del voto ciudadano. Ambos cultores de las relaciones carnales con las potencias hegemónicas. Fueron estos los procesos que más daño humano, social y económico le hicieron a la Argentina, por su cesión de soberanía y la entrega más grande y corrupta del patrimonio nacional acumulado a lo largo de siglo XX.

El propio Martínez de Hoz lo reconoce en un reportaje realizado por Felipe Pigna en 1995, pleno menemismo. El ministro de la dictadura explica que un gobierno de facto tiene restricciones para aplicar su ideología y coloca como ejemplo a su admirada Margaret Thatcher. Concluye que el presidente Menem tuvo la decisión política para llevarlo hasta el fin, fortalecido por la legitimidad del voto. En suma, el programa de Martínez de Hoz, el de Menem y el de Milei comparten la misma raíz ideológica y representan los mismos intereses económicos. De allí que los tres fueron defendidos por las organizaciones empresariales. Villarruel se forjó ideológicamente en la defensa de los genocidas, cuyas violencias tenían el propósito político de impedir toda oposición al proyecto de Martínez de Hoz. La Vice, con sus conspiraciones, es la jefa política del grupo de diputados que fueron a visitar a uno de los más crueles representantes del genocidio: Alfredo Astiz, un marino que al primer tiro bajó la bandera y se rindió. Así que el único nacionalismo que representa Villarruel es el que heredó de esa camada pro colonial. De allí que reivindica la dictadura y a sus jefes Videla y Massera. Milei, si bien se presenta como expresión moderna de una corriente económica pretérita y marginal, la Escuela Austriaca; es un auténtico amante del menemismo, su reforma del Estado, sus privatizaciones, desregulación económica e inevitable sumisión a los Estados Unidos, por más novedoso que quiera parecer con su peluca anarco libertaria. De allí su copia de las relaciones carnales, ahora bajo la advocación de M. Thatcher.

Una verdadera concepción política de la defensa nacional que incluya un auténtico rasgo anticolonial, se debe sustentar en principios arraigados en nuestra historia y valores democráticos; y no en una falsa polémica a partir de la Selección Argentina. Con ese propósito debemos inspirarnos en el legado de los fundadores revolucionarios de Mayo y Julio: M. Belgrano, M. Moreno, J.J Castelli, Monteagudo y, seguramente el más determinante, José de San Martín. La defensa de los intereses de la Patria, debe pasar por el desarrollo de su matriz productiva, la valorización de las empresas públicas, la defensa irrestricta de nuestro territorio, nuestros ríos y nuestro mar, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, de la educación pública y de nuestra riquísima cultura nacional, en beneficio de la vida de nuestro pueblo y no de las potencias extranjeras. La nación es su pueblo, su historia, su cultura y sus recursos naturales. Esos valores representan nuestra soberanía nacional. Siempre habrá cipayos y siempre un pueblo que defenderá su soberanía.