¿Cuáles fueron las claves que convirtieron a la artista greco-americana María Callas (1923-1977) en ícono gay, lésbico y trans a escala global? A la hora de buscar las causas, es insoslayable ubicar su pertenencia a un género del cual no solo frecuentemente gustaron las disidencias sexuales, sino que devino lugar de reunión para los gays: la ópera. Esto último fue tan claramente visible que, durante los años setenta del siglo XX, el comportamiento del público en el Metropolitan neoyorquino hizo que hasta la crítica seria (y manifiestamente homofóbica) llegara a afirmar que Wagner o Verdi no podían ser meras excusas, para que, durante los intermedios, los varones tuvieran sus “levantes” eróticos y posteriormente sus orgías en los baños del teatro.

Pero, más allá del espacio físico, fueron las características intrínsecas de la ópera las que la convirtieron en topoi identitario de las sexualidades disidentes. El exhibicionismo de cuerpos y corazones en el escenario, el exceso melodramático, la feminidad exagerada, la bondad y maldad sin ambages de las heroínas, la recurrente libertad sexual de las mujeres, se erigieron en reflejo de los lenguajes y las experiencias vivenciales de las comunidades sexualmente marginales. Antes de Stonewall, mucho antes de la era del matrimonio igualitario, particularmente gays, lesbianas y trans solían verse a sí mismos como seres propensos a amores desesperados, perseguidos y condenados al fracaso y se veían espejados en los argumentos inverosímiles y trágicos, las tramas enrevesadas e improbables y la estética camp del género.

Por los desbordes de sus interpretaciones, de entre todas las mujeres María Callas se convirtió en la diva gay por antonomasia de la ópera. La adoración por ella fue una constante desde su aparición en “La Gioconda” (1947), pasando por su etapa de mayor refulge en “Norma” (1954) y “La Traviata (1955) hasta su postrera actuación en “Tosca” (1965) en el Convent Garden de Londres. No se trataba del mero virtuosismo de su arte y su técnica, sino más bien de todo lo contrario, de una voz que se fue deteriorando rápidamente y que, en sus esfuerzos patéticos por luchar contra sus limitaciones, expresó de forma más desencarnada y desgarradora los sentimientos intensos y las pasiones frustradas. A su vez, su carácter fuerte, sus legendarias rabietas y ataques de divismo -en ocasiones producto de sus amores turbulentos- presentaron la imagen simbólica de las personas desmesuradas que no se ajustan a los convencionalismos ni a los destinos socialmente asignados.

En este sentido, “María, es Callas” se sitúa en un momento decisivo del devenir de Callas en símbolo de las disidencias sexuales: aquel en el cual el arte se confunde con la vida o, en el cual Callas, la prima donna, da lugar a María, la mujer de carne y hueso. En efecto, la obra de teatro dirigida diestramente por Tatiana Santana comienza hacia finales de la década del sesenta cuando la Callas (Natalia Cociuffo) es abandonada por su amante, el millonario Aristóteles “Ari” Onassis (casi solo una voz cuasi muda tras el teléfono), que se casa con Jacqueline Bouvier Kennedy (que, curiosamente, por otras razones se metamorfoseará también en icono gay), y se extiende hasta el triste destino final de la legendaria soprano.

La descripción de estos años crepusculares de la lírica marcados por la inmensa tristeza de la pérdida de quien fuera el amor de su vida (que incluyeron apelación a las anfetaminas e intentos de suicidio) permite a Cociuffo desplegar en su plenitud la magnética ferocidad y la natural fuerza de sus dotes interpretativas. Es decir, más allá de la belleza y la armonía de la voz a las que tiene acostumbrada a su público en las comedias musicales, interpretando la decadencia de la Callas, una Cociuffo a flor de piel aparece más emocionante y conmovedora que nunca. Para ello se ve acompañada por un dúctil trío de “voces” y bailarines -que oficia de coro griego y que acorde a su rol presagia las más terribles tragedias- compuesto por los talentosos Pedro Frías, Sol Agüero y Verónica Pacenza que desbordan talento en oportunas y a menudo hermosas coreografías.

La solida dramaturgia de Adriana Tursi -que supo ensamblar los monólogos con delicadas y bellas canciones- parece hacer hincapié en otro icono gay y trans: la sirenita de Hans Christian Andersen. En efecto, al igual que Ariel (tal como la llamó Disney), Callas enloqueció de amor, transmutó su cuerpo y perdió primero su voz y luego su vida al no poder conquistar a su amado. Por ello, quizás, en escena Cociuffo luce un majestuoso vestido azul y evoca los momentos felices con “Ari” cuando los días y las noches eran suyos con el mar como telón de fondo y testigo de tanta dicha. Tal vez por eso, tras la muerte de Onassis, las aciagas Horas vienen inmediatamente por María (tan solo le sobrevivió dos años) y ella se “esfuma”, se convierte metafóricamente en esa espuma de mar a la que aguarda toda vida. Otro de los tantos aciertos del texto es hacer hincapié en la prensa del período: la existencia de María Callas fue una de las primeras en ser públicas y frecuentemente su intimidad era tapa de los tabloides.

Sin duda, tal como lo muestra el espectáculo teatral, la vida y la obra de Callas se misturaron. A la vez que interpretaba, la Callas vivía en carne propia amores trágicos y desbordados. Ella no interpretó sino que fue Norma, Tosca, Violetta, Carmen... A su vez, Pasolini la eligió para encarnar a Medea en el cine en 1969, a sabiendas de que ella nunca dejó de llorar por su bebé nacido muerto años atrás. Así también la vida y la obra de Cociuffo parecen ensamblarse en el escenario: durante una intensa hora, la actriz y cantante convence al público de que ella es María Callas (“Natalia, es Callas”). En definitiva, con “María, es Callas”, una apoteósica Natalia Cociuffo llega a las cumbres de su carrera y tal como la propia Callas se convierte en la reina local musical de las disidencias sexuales.

“María, es Callas” dirigida por Tatiana Santa. Dramaturgia: Adriana Tursi. Con Natalia Cociuffo, Sol Agüero, Pedro Frías Yuber, Verónica Pacenza. Lunes 20 hs. Teatro del Pueblo. Lavalle 3636