“¿Me lo darías a mí, Cynthia? Quiero saber eso para quedarme tranquilo y poder dormir. ¿O ustedes piensan que los homosexuales violamos a los niños, que le pongo una pluma en la mañana para que baile el chachachá y le digo ´nene, sé homosexual, sé homosexual´?”, decía Pepe Cibrián Campoy en la mesa de Mirtha legrand, el 15 de mayo de 2010, exactamente 2 meses antes de que se votara la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina, que permitió la adopción homoparental en nuestro país. Sentada frente suyo estaba la ex senadora Cynthia Hotton por el partido Mas Valores, conservador y reaccionario, que ella misma fundó.

El deseo de adoptar llevó a Cibrián a realizar intervenciones de este tipo en cada canal que le diera el espacio. En varias, como fue con Mirtha o Susana, contaba la trágica historia de una niña que le contó que se prostituía para comer. Luego remataba con el latiguillo “¿Calle o Pepe?” —reduccionista, claro, no por eso menos potente considerando a quiénes se lo preguntaba— que abogaba porque se le permita a las parejas homosexuales adoptar y que fue rescatado hace días por las figuras del canal de streaming Olga —Toto Kirzner, Martín Rechimuzzi, Noelia Custodio y Evelyn Botto— para hacer ciertos chistes, cuando menos, inoportunos. ¿En qué contexto surge esto? ¿Qué dio cabida a chistes sobre la vida miserable de una infancia?

No queda claro cómo una situación de ciberacoso mejora el paradigma, lo cierto es que pareciera no hacerlo. Aunque los límites del humor exceden a esta nota, vale la pena hacer una pregunta: ¿De qué nos reímos cuando nos reímos de Pepe Cibrián? o mejor dicho, ¿De quién?

¿Calle o Pepe?

En el top tres de frases de Pepito (como le decía su madre Ana María Campoy para no decirle Pepe como a su padre, José Cibrián) efectivamente está “¿Calle o Pepe”, “¡Habla Marica!” y, por qué no, “Yo en la cama soy un geisha”. Porque él es un puto loco y como buen puto loco lleva dentro una gran furia que se combina con las ganas de reír. Pepe no tiene problemas en abrirle su casa a las cámaras, a espectacularizar su vida, sus relaciones, de hacer chistes, de hacer reír. Pero Pepe exige respeto, igualdad. Se angustia con las injusticias, se enoja, grita, llora, hace descargos y denuncias.

Alguien una vez lo describió como “diversidad, pero no disidencia”. Es adecuado, hasta cierto punto, pensarlo así. Celebrarlo con justo reparo. Y es verdad que su siempre histriónica persona no está libre de críticas. De hecho, 15 años después del primer “¿Calle o Pepe?” podemos desmenuzar esta frase un poco. Primero, no todos las infancias que viven en la calle tienen por qué ser adoptadas. Tampoco hay que entender a la adopción como una transferencia de niñes pobres a familias solventes económicamente. Por último, la adopción es una institución jurídica para proteger los derechos de los niños ante casos de vulneración de derechos; no es, bajo ningún punto de vista, un derecho de las personas a expandir su familia. Ahora bien, la crítica que desde Olga hacen al dramaturgo, es otra que parte del mismo prejuicio que se buscaba erradicar.

“Si me lo ponés así, que vaya con Pepe”, “Qué la nena petera se vaya a tu casa, ya mismo”, “Yo no sé si el argumento es que un matrimonio de dos chabones es un poquito mejor que la calle”, dicen, nuevamente, Rechimuzzi y Custodio. Hay que entender que en toda su teatralidad, lo que Cibrián denuncia es que para la jurisprudencia de la época no existía la figura de matrimonio de dos chabones y que, justamente, una pareja gay era igual que la calle o la vulnerabilidad total ante un pedido de adopción.

Remárquese “teatralidad”: porque él es director, dramaturgo, actor; no político. Pepe no busca interpelar con el argumento jurídico, busca convencerte con la emocionalidad. En un momento donde muches se preguntan cómo convencer al de la vereda del frente, si es buscando el punto medio, o teniendo largas conversaciones sobre la nada misma; si es debatiendo o ignorando, la emoción parece ser un buen lugar para empezar. Y Pepe lo logra.

¡Habla Marica!

La otra frase que le atribuímos a Cibrián es "Habla, marica". Muches no sabrán, pero es parte de una obra que él escribe sobre la vida de Federico García Lorca, un poeta y dramaturgo español sentenciado a muerte por homosexual. Pepé lo recitó en el debate por el Matrimonio Igualitario, y lo hizo también en la televisión en varios programas. De ese largo texto sólo queda sólo su grito eufórico en los edits de BenditaTV. ¿Por qué siempre se lo ridiculiza? ¿Por qué sus argumentos son siempre menos? ¿Por qué se piensa que se le puede pegar tan fácilmente?

Tiene el cabello revuelto y más anillos por dedo que los que debería haber una mano. Menciona a su madre cada vez que puede, se emociona cada vez que puede. Recita un poema o invoca a un autor cada vez que puede. Habla de amores, de sexo, de las cosas que le importan. Habla del mundo y la juventud; del arte y la profesión del artista. Y lo hace todo teatralmente, histriónicamente, gesticulando, pegando gritos, agitándose, lloriqueando. Pepe es un puto loco que nunca se dejaría llamar piojoso, que no permitiría que se diga que el sexo en una pareja gay es como el sexo con un elefante: Pepe Cibrián es un marica que habla. Y eso siempre molesta.

Vale aclarar que desde Olga saben esto. Remarcaron su trayectoria en el pedido de disculpas y la propia Custodio, momentos después de reírse de la “niña petera”, recordó el intercambio entre Hotton y Cibrián y su importancia. “Es un ícono. Lo primero que haga cuando sea presidente es cambiarle el nombre a la Av. Rivadavia por Av. Calle O´Pepe, así como O´higgins”, dijo. "Vayan mis respetos a '¿Calle o Pepe?'", acotó su par. También, aclarar que según Adrián Pallares, conductor de Socios del Espectáculo por Canal Trece, los directivos de Olga ofrecieron sus disculpas al director teatral e incluso le ofrecieron que haga su descargo en ese espacio.

Por supuesto que en el interín se le dijo en todos los medios que no había entendido el chiste, que estaba exagerando, que era su culpa porque es muy sensible, que no era capaz de entender el lenguaje de los jóvenes o que si hablara con ellos seguramente pensaría que están de su lado. Es decir: que era tonto o hipersensible, viejo o que simplemente quería pelear y nada más. No se lo corrió nunca del lugar de persona válida para acosar en redes, porque es gracioso si está “desordenado”, como dijo Rechimuzzi. ¿Un maricón que causa risa si se lo acosa? Todo un gran cliché.

Aunque el olga-gate haya quedado relativamente atrás, una escena queda dando vueltas: una vez más una mujer o disidencia no puede opinar ni hacerse escuchar porque es exagerada, sensible o menos entendedora que sus pares varones o cis-heteros. Sobre todo porque Cibrián no siempre es el mismo que recitaba el “¡Habla Marica!”. Cuando se peleó con Georgina Barbarosa hace unos meses, hablaba muy tranquilo en entrevistas sobre olvidar, dejar pasar y vivir la vida disfrutando. Muy, muy tranquilo. Pero hay cosas injustas en la vida, que merecen la pena el enojo, el llanto. Es válido y preciso, sobre todo en un momento donde el mainstream se muestra tan abierto con lo que la gente hace en la cama pero no tanto si se muestra al aire fuera de la heteronorma.

En un contexto donde los excels rigen las políticas públicas, donde está instaladísimo el “facts don't care about your feelings”, donde cualquier argumento venido de las ciencias sociales o la mínima empatía es considerado un ataque terrorista de la izquierda internacional, podríamos empezar a considerar qué es aquello que locas y exageradas tienen para decir, qué es lo que le preocupa a las minas del pelito rosa, de qué quieren hablar las maricas. Si nos seguimos riendo de los Pepes Cibrián de la vida, es muy probable que Milei gane una reelección.