Un total de 136 atletas en 23 disciplinas distintas integran la delegación que competirá en París 2024, ciudad que cien años atrás anfitrionó la primera participación olímpica de la Argentina. Como dato acaso sintomático, por primera vez no tendrá representación en el boxeo, deporte que más medallas le aportó: 24 de las 77, prácticamente un tercio, y siete de ellas de oro. Pero eso quizás sea lo de menos.

Los primeros Juegos Olímpicos de la pospandemia después del extrañísimo Tokio 2020+1 (una edición abreviada de 17 días con estadios vacíos, barbijos y 151 positivos de covid) encuentran al deporte argentino en su propia distopía: Julio Garro, que había asumido en marzo como Subsecretario de Deportes de la Nación sin pergaminos en la materia, debió renunciar la semana tras exigirle a Lionel Messi una disculpa ante Francia por los cantitos filtrados desde el celular de Enzo Fernández. Esto generó una escalada en las altas esferas del gobierno que ordenó posicionamientos y tensiones, desde el tuit nacionalista de la vicepresidenta Villarruel hasta la contraofensiva interna de los Milei, con Karina a la cabeza.

La novela ganó prensa. Pero, al mismo tiempo, quitó atención a lo que probablemente sea más importante, que es la gestión pública del deporte argentino desde una cartera gubernamental que dispone de centros de alto rendimiento, herramientas y becas. Todos instrumentos sensibles en los que se sostiene aquella práctica atlética que no goza de patrocinios voluptuosos. Y claro que eso es una discusión política: el deporte de alto rendimiento no es una cuestión de mercado. No se mide con una calculadora. Si Coca-Cola no publicita en el judo, no es por culpa del judo.

En simultáneo a ese direte alrededor de la Subsecretaría de Deportes de la Nación, otro asunto se sumó a la mesa con fuerza: la discusión sobre la implementación formal de las Sociedades Anónimas Deportivas en el fútbol, algo que se reduce a la antinomia social-o-privado, aunque en los hechos ya existen varios casos híbridos. Si bien es cierto que la puerta para esto quedó abierta con la aprobación de la denominada Ley Bases, no resulta casual que se acelere en la inmediatez de los Juegos Olímpicos, cita que -pese a todo, y casi como una marca de producto- guarda para sí la representación ecuménica del “espíritu amateur”.

Los discursos escalan con vertiginosidad y ponen en debate también distintas miradas culturales sobre el deporte, toda una construcción narrativa alrededor de la cual la Argentina cimentó muchos de sus mitos populares. El fenómeno Scaloneta rezuma un poco ese sentimiento compartido, sobre todo por sus contradicciones: la conexión emocional con un colectivo a pesar de las miradas políticas individuales, por lo general lejanas a nuestro espíritu. Los penales del Dibu terminaron cancelando cualquier impugnación por sus posicionamientos ideológicos personales. Así funciona la cosa, mandan los resultados.

Argentina llega a París con todo ese lastre que será retomado con más fuerza una vez que termine la cita olímpica, ocasión en la que los balances agudizarán posiciones. Mientras tanto, los Juegos del 2024 nos ofrecerán un mes de conexión televisada con distintas expectativas. La atención central estará en la Sub 23 de Javier Mascherano, un caramelo de madera post-Copa América apenas edulcorado por las presencias de Julián Álvarez, Nicolás Otamendi y Gerónimo Rulli. La última oportunidad para muchos.

Las Leonas y la selección de vóley, en tanto, conservan mejores expectativas para defender las medallas de plata y bronce que, respectivamente, ganaron hace tres años en Japón. Lo mismo ocurre con el seven de rugby, que terminó tercero en la primera y hasta ahora única experiencia olímpica del formato.

El atletismo, rama fundacional del olimpismo, está copada por las pibas con Belén Casetta en 3000 metros con vallas y Florencia Borelli y Daiana Ocampo, única representación argentina en la prueba madre: la maratón de 42 kilómetros. Lo mismo ocurre en natación con Macarena Ceballos en 100 metros pecho y Agostina Hein en 400 y 800 metros libre. También en judo con Sofía Fiora en la categoría de 52kg y en triatlón con Romina Biagioli.

Los pibes, en tanto, se anotan en disciplinas nuevas o poco profundizadas por la Argentina como el skate (Matías Del Olió, Mauro Iglesias), el ciclismo de ruta (Eduardo Sepúlveda) o el tenis de mesa (Santiago Lorenzo). El 11 de agosto, cuando hayan culminado estos Juegos Olímpicos, tendremos el balance final sobre estas performances.


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