El periodista y conductor de La Mañana, Víctor Hugo Morales, cuestionó por la 750 el retorno de la SIDE y con fondos millonarios por parte del Gobierno de Javier Milei mientras, al mismo tiempo, asegura que “no hay plata” para sectores claves como la salud, la educación y la ciencia. Al mismo tiempo, recordó cuando fue perseguido por la dictadura militar uruguaya.
El editorial de Víctor Hugo Morales
Debe dar mucho poder el saber algo de los demás. Me da la impresión. Porque de otra manera este gasto, en medio de la expresión de que 'no hay plata' para tantas actividades que lo necesitan, es muy llamativo. Es muy llamativo que se animen, además.
El hecho curioso es que no tenés que dar cuentas. Ahí está la "ley Banelco", el dinero del encubrimiento de la AMIA.
Y después esa canción de mi amigo Nico Favio, No hay plata. No hay plata depende para qué. Para la cultura, la salud, los vulnerables, los que tienen hambre, la respuesta es esa: no hay plata.
Y, sin embargo, para espiar, dar carpetazos, perseguir, la plata sobra. 100 mil millones de pesos. Parece una cifra, ¿no? ¿Para qué?
Uno piensa que es algo de las dictaduras eso. Y, sin embargo, cuando se piensa en la Banelco o la plata del encubrimiento del atentado a la AMIA y tantos episodios aún desconocidos, se comprende por qué hay tanto dinero que se puede gastar sin rendir cuentas.
Es muy perturbador saberse con teléfonos pinchados. Que haya un tipo raro en la vereda de enfrente cuando salís. Al que casualmente ves después en el mismo bar, en una mesa cercana.
Hace unos 10 años el Gobierno uruguayo me entregó el seguimiento que había hecho la dictadura sobre mi persona. Y fue raro. Fue desolador.
30 años después encontrar los informes de inteligencia del Ejército donde aparecen las acciones que a ellos les disgustaba, lo que les molestaba de mí, además de episodios familiares, contractuales, ideológicos. La opinión que tenían de mí.
Esto se puede leer en mi página web. Y es un buen ejemplo de qué es lo que se hace con el escandaloso dinero destinado a la SIDE.
Pero ahora nos suponemos en democracia. En democracia, entonces, duele mucho más. Saber lo que hace y lo que piensa un opositor resulta más importante que el Conicet o que las universidades o que los remedios de las enfermedades más dolorosas.
Esa distorsión de los valores, ese mundo tan al revés de lo que soñamos, es una definición de lo que decimos al mencionar la distopía tan del otro lado de la utopía de un mundo mejor.