“La idea de ‘El nombre de la rosa’ se me ocurrió […]
porque la rosa es una figura simbólica tan densa
que, por tener tantos significados,
ya casi los ha perdido todos”
Umberto Eco
En el libro “Capital Flight: A Historical Perspective”, el economista estadounidense Charles Kindleberger expone eventos de “fuga de capitales” (en adelante, fuga) que constituyen excepciones, no la norma, desde 1685. Aunque la misma actividad dificulta la existencia de registros, es casi seguro que hayan ocurrido episodios de fuga desde los albores del capitalismo, en el Siglo XIV.
Se entiende por fuga a la transformación de un dinero local en dinero mundial o, en la mayoría de los casos, en dinero emitido por las naciones dominantes en cada época, que no será invertido en la nación en que se originó. Estos capitales pueden permanecer atesorados localmente, aunque lo relevante es focalizarse en aquellos que salen del circuito nacional.
En su tesis de maestría “La fuga de capitales en América Latina: 2002-2017”, la investigadora Magdalena Rúa advierte que existen distintos enfoques teóricos y recortes conceptuales para abordar la fuga. Asegura que algunos autores “estudian a la fuga […] considerando toda remisión de fondos de residentes al exterior para realizar inversiones y adquirir activos físicos o financieros, además de las salidas de capitales mediante precios de transferencia’”. En este sentido, Eduardo Basualdo es uno de los pioneros y más prolíficos investigadores en el estudio sobre esta temática en Argentina.
Si no se toma en cuenta el “colchoneo” ni el atesoramiento en cuentas bancarias que realizan pequeños ahorristas para protegerse ante devaluaciones recurrentes desde 1976, en Argentina podemos utilizar el concepto fuga para denominar el proceso de salida de dólares del país para ser invertido o capitalizado en otras naciones. Aunque el fenómeno no es nuevo, su frecuencia, su magnitud y sus determinaciones se han incrementado en las últimas décadas.
El origen
La magnitud de la fuga en Argentina no era significativa antes de 1976, al igual que la deuda externa. Por lo tanto, tampoco revestía una importancia determinante para el proceso de acumulación de capital en nuestro país.
El móvil del capital es el incremento de su magnitud. Para esto, la ganancia de los capitales individuales debe ser reinvertida o capitalizada, lo que genere mayor rentabilidad, en relación a sus “portafolios”. Todo holding decide cómo administrar sus empresas o unidades de negocios teniendo como objetivo principal la acumulación del holding como totalidad, al que sus firmas están subordinadas. Así lo hace en el ámbito nacional. Si el holding es transnacional, tiene la misma lógica: para desarrollarse, la acumulación del holding debe trascender las fronteras nacionales y, para poder hacerlo, necesita una forma dineraria capaz de ser invertida o capitalizada en otras naciones.
Uno de los cambios cualitativos desde la década de 1970 tanto a nivel mundial como a nivel nacional fue el proceso de transnacionalización desnacionalizadora del capital. El proceso de acumulación de capital no se subordina a la nación, sino que al revés. Este fenómeno es independiente de las características de los distintos patrones de acumulación nacionales, aunque es potenciado o atenuado de acuerdo a las características de cada uno.
Por este motivo, aunque el dinero nacional argentino pudiera recuperar fortaleza en su función de reserva de valor, no cambiaría cualitativamente la determinación fundamental ni el impulso de la fuga.
Exploración de terminología
Si la nación tiende a subordinarse al capital y la fuga ha pasado de ser la excepción a la norma, ¿es correcto denominar fuga a este proceso? Teniendo en cuenta que la palabra es la unidad analítica del pensamiento, el significado de fuga induce a razonar que es un hecho anormal e implica que algo escapa del lugar en el que tiene que encontrarse y se dirige a otro en el que no debe estar.
A partir de estos razonamientos, se advierte que el concepto de fuga parte de la idea de que el capital se subordina a la nación. Por lo tanto, el capital fuga, escapa, sale de su ámbito natural, en el que debe estar, y se dirige hacia otro, al que no debe dirigirse y en el que no debe permanecer.
Si el término fuga no expresa de manera correcta el concepto observado, ¿cómo debería denominarse este fenómeno en tanto categoría que vincula de manera específica el capital y la nación, pero no como una anomalía sino como el desarrollo lógico del proceso de acumulación? ¿Se trataría de una reinversión o capitalización transnacional-desnacionalizadora?
Más allá de la manera más o menos adecuada de denominar este proceso, lo relevante es intercambiar sobre las determinaciones de este fenómeno y las medidas que deberían adoptarse para, por lo menos, atenuarlo de manera significativa en una economía en la que ingresan menos dólares por todo concepto que los que egresan por fuga, remisión de utilidades, pago de deuda externa, a lo que el gobierno de Milei suma el cuasi estadounidense RIGI.
Estados Unidos es el emisor del dinero dominante en el mundo, aunque se transite un debilitamiento de su hegemonía, y cuando se deslocalizan capitales originados en esa nación se lo hace en ese mismo dinero. Simultáneamente, los capitales de la mayoría de las naciones tienden a dolarizarse para realizar el mismo movimiento. En el trabajo “Financiarización subordinada en América Latina: dolarización, endeudamiento externo e internacionalización de la riqueza” de Estanislao Malic y Juan Santarcángelo se entiende por qué, por el momento, debemos referirnos a dólares y no a divisas en general.
Por lo razonado hasta aquí, no debe inferirse un aval ni una legitimación al fenómeno de la fuga, mucho menos tomando en cuenta la porción que se concreta violando o eludiendo el marco jurídico. El objetivo de este artículo no es incorporar preciosismos sobre lenguaje sino intentar realizar un pequeño aporte a la comprensión de los problemas de nuestra nación con el único objetivo de contribuir a resolverlos desde una perspectiva popular.
* Economista UBA-UNDAV. @Pablo_Ferrari77