La primera vez que vi Flashdance tenía nueve años. Recuerdo vívidamente ir al cine, comprar maní con chocolate en caja amarilla, y sentir que comenzaba una nueva etapa en mi vida, marcada por los vibrantes años ochenta.

La película narra la historia de Alex Owens, una joven obrera que trabaja como soldadora durante el día y como bailarina en un club nocturno por la noche. A pesar de la sencillez de la trama, que podría resumirse como una historia de superación personal, Alex tiene un sueño: convertirse en una bailarina profesional. Este argumento resonó profundamente en mí, convirtiéndose en un espejo de mi propia vida.

Alex trabaja en un entorno dominado por hombres y la esencia de la historia radica en el despertar de una mujer que enfrenta prejuicios, desafía barreras y lucha por sus sueños. Me vi reflejada en su determinación, su tenacidad y su negativa a rendirse ante el desaliento. En una sociedad que a menudo subestima el poder de los sueños de una mujer, Alex se erige como un ejemplo de valentía y perseverancia.

“Flasheé” con la banda sonora. Mis padres me compraron el cassette, que todavía atesoro, y no podía resistir la tentación de ponerlo una y otra vez. Y bailar en mi pequeño cuarto, imitando sus pasos. En ese entonces, practicaba gimnasia artística y creaba coreografías originales con ediciones caseras usando una doble cassettera. Aún no había descubierto la danza contemporánea y las infinitas posibilidades que me ofrecería, pero Flashdance abrió una puerta a ese mundo.

A los dieciocho años, decidí dedicarme seriamente e ingresé al Taller del Teatro San Martín. Era requisito tener técnica avanzada en danza clásica, algo que me costó enormemente. Durante mis audiciones, siempre recordaba la escena final de Flashdance en la que Alex realiza su audición. Esa escena parecía representar la batalla y la lucha por el deseo a pesar de todas las inseguridades y el no encajar en ciertos estándares de la danza académica. Finalmente, luego de tres pruebas, lo logré.

A lo largo de mi carrera, he apostado por un camino de búsquedas creativas propias. Tuve una excelente base formativa en el Taller del Teatro San Martín, donde aprendí de grandes maestros como Renate Schottelius, Sofía Bozzi Balvé, Omar Berti y Cristina Barnils, Liliana Cepeda entre otros. Ellos me proporcionaron las herramientas necesarias para los inicios de mi construcción compositiva, ayudándome a entender que el paso desde la idea y la inspiración hasta la concreción es un desafío constante y un aprendizaje continuo; un oficio, un equilibrio delicado.

La pulsión y el entusiasmo de Alex en Flashdance necesitaban encontrar una forma que los contuviera. Crear un nuevo lenguaje, especialmente uno propio y auténtico, puede ser un camino solitario y arduo, más aún para una directora mujer. Sin embargo, esta búsqueda es esencial para desarrollar una propia voz más allá de modas y mandatos del momento.

En este momento de mi carrera, me encuentro aprendiendo y relacionando la composición con la naturaleza, entrelazando mundos y ecosistemas, escuchando nuevos sonidos y saberes. Toda una aventura llena de desafíos.

Más allá de todos los años de trabajo arduo, mi sensación es siempre estar dando esa nueva audición, volviendo a comenzar, siguiendo en este camino sinuoso e inestable, cayéndome y levantándome. Pareciera que dedicarse a la danza en nuestro país requiere una fuerza heroica y una tenacidad inquebrantable. Día a día, enfrentamos innumerables obstáculos y limitaciones; la ausencia de apoyo al desarrollo profesional crea un entorno aún más difícil.

Sin un reconocimiento, los bailarines deben luchar no solo contra sus propios límites, sino también contra una estructura que no facilita su crecimiento ni su sustento económico. Aun así, la pulsión y el amor por el movimiento, la danza y la creación siguen desafiando todas las adversidades.

Mientras tanto, sigo creando y bailando, es en esos momentos de duda cuando pongo “What a Feeling”, y nada más parece importar.

Silvina Grinberg es egresada del taller de Danza Contemporánea del Teatro General San Martín. Como becaria del Seminario Internacional de General Roca, Río Negro, por la Fundación Antorchas, llegó a estudiar con prestigiosos maestros, tanto nacionales como extranjeros. Su experiencia como coreógrafa incluye las obras Cómo se echa al mundo un cuerpo desnudo, ¿Qué es lo que no ves?, La gran vena de Galeno, Rolando y María, 12 saltos y El escondido, pieza subsidiada por el Instituto Prodanza y seleccionada en el 2004 para el lll Festival de Danza Independiente de la Ciudad. Es docente de Danza Contemporanea en el C.C.G.SM y da cursos particulares de composicion coreografica. Su último estreno es Noa, Nu y la ballena, una obra infantil de danza, teatro y música, que se presenta de jueves a domingo, a las 15, en el teatro El Cubo, Zelaya 3053.