Nadie que ame el blues en su sano juicio habrá podido evitar que se le estruje un poco el corazón, al enterarse de la noticia. Murió John Mayall. Los suyo fueron 90 años entregados en cuerpo, alma e inspiración al género madre de los negros (y aledaños). Murió sereno en su casa de California. Y cuando alguien muere tranquilo, dicen, es porque siente que hizo las cosas bien.
¿Por qué estruja corazones una muerte así, pues? Mayall no fue lo que se dice un endiosado héroe del blues a la altura de Eric Clapton ni una estrella Stone como Mick Taylor. Ni siquiera un héroe de instrumento, de los tantos que hay como ejemplo. No fue tampoco -aunque algunas tuvo- un compositor de piezas inolvidables. Menos aún, un tipo que haya querido brillar con su historia personal, a través de movidas mediáticas, poses, o desmedidas incursiones en ámbitos ajenos a lo suyo. La ida de Mayall más bien conmueve porque sin él, parte de la historia grande del blues no hubiese sido posible. Sobre todo en su traspaso al mundo de los blancos.
Porque fue de esos tipos que, lejos del músico que fulgura en su vanidad individual, entendió a la música como un hecho colectivo. Social. Abrazador. Abarcador. Al punto de pasar –él mismo y adrede- a una especie de segundo plano, al integrar músicos de la talla de Peter Green, John McVie, Mick Fleetwood, Eric Clapton y Mick Taylor a sus eternos Bluesbreakers, durante la década del '60. Habilitarles, conscientemente o no, la plataforma necesaria para que cada quien siguiera su curso en Fleetwood Mac (en el caso de los primeros tres), Cream y The Rolling Stones (en el de los subsiguientes). Eso definió a Mayall, pues. Un aglutinador. Un formador. Un DT musical y humano que fue para que otros sean. Que abrió puertas, al punto que todos, fundamentalmente durante el segundo lustro de la década mencionada –publicó diez discos en cinco años en tal períodos- querían tocar en su banda.
Despejado el factor de la otredad, también existe un yo profuso y profundo en el blusero nacido en Macclesfield, Inglaterra. Tuvo sus temas trascendentes nacidos de su pluma, claro. “Room to Move” fue uno. “To a Princess”, otro. Y “Looking at Tomorrow”, ríspido tema del doble Back to the Roots, el más incómodo, porque se atrevió a tocar el tema de la homosexualidad, en 1971. Y tuvo problemitas. En cuanto a discos clave, el antedicho rankea entre los mejores, aunque por supuesto el más emblemático antecede a éste en cinco años: Bluesbrakers John Mayall with Eric Clapton, el de “Key to Love” y “Have You Heard”. Otro sorprendente es Blues Alone (1967), donde el crédito de Macclesfield se dio el lujo de tocar todos los instrumentos. Y aparece en el panteón también, John Mayall Jazz Blues Fusion, seminal trabajo en que la improvisación típica del jazz aplica en un contorno blusero, en vivo. “La improvisación es lo principal. Tenés tu estructura de la pieza musical y luego embellecés en la dirección que implique la actuación de esa noche. Así que siempre ha sido la base de todo lo que he hechos. La idea es crear música mientras tocás. La improvisación es la parte principal. Estás explorando la música”, dijo cierta vez el hombre, que demostró tal intención en otro de sus discos a los que se sugiere volver cuando se note su falta: Along for the Ride.
De lo que se vio y vivió de Mayall por estos lares, se recuerda especialmente su visita al Gran Rex –la tercera al país- en mayo de 2008. Aquella vez –a los 74 años- el blusero homenajeó sentidamente a Freddie King, se divirtió, dejó ser a sus músicos, volvió a los '60 mediante “Hideway”, la infaltable “Room to Moove” y “Somebody’s Acting Like a Child”, séptimo track de otro disco antológico Blues from Laurel Canyon, y dejó que fluya la espontaneidad de siempre. Otra de sus visitas había sido para el festival de la Rock and Pop en Vélez, en 1985. Pero aquella vez, abrumado por el mal sonido, tomó una cantidad de cerveza que más o menos es la que un tipo normal bebe en uno o dos años, promedio. Descomunal.
Su viaje a la semilla muestra que, antes de transformarse en el gran catalizador del blues blanco, el multiinstrumentista y cantante fundó una banda llamada The Blues Syndicate; luego ligó con el otro gran ariete (Alexis Korner) en el alba de la Bluesbrakers y a lo largo de su vida publicó la friolera de sesenta discos, sumando los en vivo. El último fue en 2022: The Sun Is Shining Down.
“John era un maestro. Si no fuera por él y otros colegas británicos de su generación, que le dieron su toque personal al blues, muchos de los músicos negros de los Estados Unidos, como yo, todavía estaríamos viviendo el infierno que vivíamos antes”, dijo alguna vez sobre Mayall BB King, nada menos. Al enterarse de la muerte del líder de los Bluesbreakers, el mismísimo Mick Jagger extendió la mirada. “Se fue un gran pionero del blues británico”, dijo alguien que lo tuvo como referente cuando todo empezaba. “John tenía un ojo maravilloso para los jóvenes músicos talentosos, incluido Mick Taylor, a quien me recomendó después de la muerte de Brian Jones, inaugurando una nueva era para los Stones”.