El psicoanálisis “puro”, “ortodoxo” o “clásico” se demostró reduccionista. Sólo cree aptos para el análisis a algunos elegidos, a unos “happyfew”. Propició la identificación a ciertos aspectos de Freud: al cirujano más que al combatiente, al espejo indiferente más que al arqueólogo apasionado, al metapsicólogo riguroso más que al militante de la cultura que escribió “El Moisés” y “El porvenir de una ilusión”. Propone un psicoanalista “objetivo”, impasible, espectador de un proceso “standard” que se desarrolla según etapas previsibles. A ese psicoanálisis “puro” se lo presentó como garante de la ortodoxia freudiana. Si nos aplicáramos a nosotros mismos esos tecnicismos duros que solemos aplicar a los demás, eso sería mera “idealización” retrospectiva, sin asidero en los escritos de Freud y menos en su práctica

Los más analistas de los analistas, o cualquiera de nosotros en sus buenos momentos, no nos sentimos extranjeros en bordes o fronteras y atendemos pacientes singulares con prácticas singulares, sea en el hospital, sea en el consultorio. Las incongruencias, las inconsistencias y hasta las “desviaciones” pueden ser saludables.

Asumir la distancia entre el ideal y la práctica posible, es asumir una brecha. Es reflexionar sobre las operaciones teóricas y metodológicas que se ponen en juego en la producción de las diversas situaciones clínicas. No para cronificarlas sino para pensarlas: transformar un recorrido práctico en experiencia teórica. En vez de practicar teorías, teorizar las diversas prácticas en que estamos implicados.

Disponemos de una teoría, un método y una técnica, pero la metapsicología freudiana se limita circunscribiendo la irrupción de la teoría en la práctica. El método no solo le rehúsa el saber al analizando sino también a los analistas (Laplanche). El psicoanalista se cuidará de tomar por conocido lo desconocido. En lo teórico, tal es el aporte de la teoría de la complejidad. Más que una mente en blanco, una mente libre para investir cada proceso analítico en su carácter único.

La iniciación del tratamiento es un trabajo compartido, no sin teoría, pero en el que las referencias teóricas pueden ser un obstáculo. Se necesitan oídos frescos para escuchar la singularidad de ese tratamiento único, para escuchar la actualización de este inconsciente. Y si parto de donde parto, es porque en el análisis “uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá” (Freud, 1912). Freud subordinaba las reglas técnicas a la comprensión de los fundamentos. En “Consejos al médico sobre el tratamiento analítico” indica que en tanto se privilegia cierto sector del material (sea por la problemática particular del analista o por sus intereses teóricos) se corre el riesgo de no hallar nunca más que lo que ya se sabe.

Para iniciar un análisis debería producirse cierta concordancia entre analista y consultante acerca de tres hipótesis: a) que aquello por lo cual padece el entrevistado tiene una causa intrapsíquica ligada a lo inconsciente. La interpretación que el consultante hace de su sufrimiento puede obedecer a una causalidad proyectiva, a una causalidad somática o una causalidad propiamente psíquica (“lo que me pasa tiene que ver con mi historia, con mis relaciones, con mis situaciones no elaboradas”). Que atribuya determinada causalidad a su problemática está, si no determinado, condicionado por el discurso cultural; b) que el descubrimiento de esas causas permitiría resolver de otra manera el conflicto; c) que esta experiencia analítica es capaz de apropiarse de ese conocimiento acerca de su realidad psíquica y le posibilitará cierto alivio a su sufrimiento.

La noción de cura tiene mala prensa. Próximo al fin de su vida, Freud dilucida los límites del poder del análisis. Nada que ver con la idea, tan difundida actualmente, de que es deseable mantenerse indiferente a los resultados terapéuticos. El deseo de curar no está ausente en el análisis, sino puesto entre paréntesis. Un analista no puede permanecer sordo al pedido de ayuda que se expresa en todo consultante.

¿Por qué estaría eximido el analista de autoevaluar su trabajo clínico en términos de los logros (en un sentido amplio) que tienen sus pacientes? ¡Hablemos sin miedo de nuestro “deseo de curar”! El sufrimiento neurótico pocas veces se expresa como búsqueda de libertad o de elucidación intelectual y casi siempre como un pedido de auxilio. ¿Qué analista, por prescindente que se considere, no escucha la insistencia de ciertas defensas, fijaciones, inhibiciones, angustia, sufrimiento no elaborativo, estereotipos caracteriales? El trabajo analítico consiste en ese interminable trabajo de duelo del Edipo que testimonia, en sus múltiples formas, el desamparo radical: desamparo de la prematurez, desamparo ante las exigencias pulsionales, desamparo ante la omnipotencia del Otro primordial.

Tarea psicoanalítica es lograr que el yo se libere de las trabas que le dificultan el investimiento de sus metas, metas con que administrar su patrimonio libidinal y recuperar el placer de modo tal que sea, tenga y ejerza esa función de anticipación de sí-mismo, sin la cual se derrumba su relación con la temporalidad.

Luis Hornstein recibió el Premio Konex de Platino por su trayectoria en Psicoanalisis (década 1996-2006).