Una aclaración para lectores sensibles. En España al culo se lo llama culo. Sin miramientos. La publicidad televisiva de pañales habla abiertamente del culito del bebé. Sin más. Lo digo por el titular. Dicho esto, la mujer de un conocido ingresó hace unos meses en el hospital por una evolución de su cáncer. Se hizo evidente que más adelante necesitaría ayuda y compañía. Sus hijos le sugirieron entonces a una señora atenta, cariñosa, que había asistido a un vecino recién fallecido y que ella conocía. Al oír su nombre, la mujer torció el morro y se negó a seguir hablando del asunto. Horas después confesaba: “Que Dios me perdone, pero no quiero que una negra me limpie el culo”. Era una decisión consciente. Un imperativo moral inapelable. Al alta de aquel ingreso, su marido contrató a una señora para cuidar de la mujer. Una argentina blanca, blanquísima, que le hiciera olvidar sus prejuicios de piel. ”No hubo forma, tuvimos que contratar a una argentina para que le limpiara el culo. Trabajos que las españolas no quieren hacer”, comentó uno de sus hijos.

Cuántos argentinos conocen estas historia de compatriotas que han tenido que emigrar, con una mano atrás y otra adelante, para realizar trabajos que nadie quiere, y soportar ese racismo de clase, que va en aumento en dependencia de la pobreza que acumulen sus cuerpos. ¿Cuántos?

Hace unos meses al jugador de la Selección Argentina Marcos Acuña lo acompañaron en Getafe cantos de “mono” y “puto sudaca”. Algo que generó, lógicamente, enorme indignación en nuestro país. ¿Me pregunto dónde nace nuestra preocupación por el otro, cuando ese otro pertenece a la tribu? ¿Nos sentimos interpelados de la misma manera cuando llaman “mono y puto sudaca” a Acuña como cuando nosotros agraviamos a los demás?

El racismo es la némesis de nuestro tiempo. La fijación de sus mecanismos se ha consolidado como una visión consensual indistinta de la lógica del sistema. El odio y el desprecio se consolidan por medio de expresiones repetidas de modo acrítico en los contextos de la vida cotidiana. Algo tan normalizado, tan de andar por casa, que ya no sorprende ni se condena. Por eso asusta el vídeo de Enzo Fernández, por esa indiferencia tumoral a lo naturalizado.

La derecha extrema y la extrema derecha han descubierto el respaldo y la euforia de alimentar el odio sin pagar peaje. Una especie de orgía de lenguaje canallesco, vindicando el insulto como ejercicio de libertad, usando palabras y argumentos que no se habían dicho abiertamente en público desde los tiempos del fascismo: contra los extranjeros, contra las mujeres, contra el derecho al aborto, contra el colectivo LGTBI, contra la justicia social, contra los pobres. Tal vez no sepas que hoy en Argentina hay solo dos clases, y tú no estás en la que pensabas. Esa ficción de ser clase media y no un proletario de toda la vida es la que te hace pretender protección de los que son más pobres que tú, cuando en realidad tienes más en común con ellos que con los que te venden la fantasía neoliberal.

Uno recuerda aquella perlita de Miguel Ángel Pichetto: “El conurbano es un territorio inviable. Está lleno de paraguayos, bolivianos, peruanos y venezolanos. Te los mandan y nosotros nos hacemos cargo del ajuste social”. Como en París, Madrid, Roma, Sydney, Londres, Nueva York, señor Pichetto. Con el añadido de que a estas ciudades hay que sumarles los cientos de miles de inmigrantes argentinos. La ignorancia es la gran ignorada de nuestro tiempo.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979