Escucharlxs cantar, verlxs allí como si estuviera por empezar un show, no va a hacer más liviana la escena que está por desarrollarse. De hecho en la actitud de los actores y actrices hay cierto reparo, la certeza de que esa sonoridad puede ser también una forma punzante, un dispositivo un tanto aterrador, como un eco que nos aturde o una suerte de recuerdo que vuelve.
El hombre (Enrique Amido) parece actuar desde un naturalismo que desconcierta, imaginamos que estamos frente a otra variante del teatro documental pero en Los bienes visibles lo que prevalece siempre es la actuación. Ese hombre anciano no disimula su deterioro y una enfermera joven lo sigue entre la estructura sinuosa del escenario (un planteo muy inteligente a cargo de Santiago Badillo). En esta obra de Juan Pablo Gómez la dramaturgia de la escena se compone desde los contrastes.
La disposición del espacio con una serie de actores y actrices cantando frente a un micrófono, ejecutando algunos instrumentos como un coro distorsionado en torno a los sucesos de la escena, es un efecto que discute y amplía la anécdota. Una historia que podría haber quedado atrapada en la temática de los cuidados se convierte aquí en un procedimiento mucho más complejo que rompe con la literalidad. Lo que impresiona es ese cuerpo, esa brutalidad de la actuación que asume de una manera irremediable la vejez como una instancia donde el cuerpo y la mente se desarman.
La enfermera (Agustina Reinaudo) actúa como si formara parte de un music hall. Nada en su apariencia delata la fatiga del trabajo, el hartazgo, ella sostiene un tono vibrante como si respondiera más al grupo de lxs músicxs que de los actores. Lxs hijxs se acoplan al realismo pero discuten qué hacer con ese padre entre las gradas donde conviven con el público. Nunca vemos una casa o un geriátrico, el destino final de ese hombre en decadencia, siempre estamos dentro de un espectáculo oscuro, de una caja donde la musicalidad nos hace percibir una dimensión más amplia del drama como si Juan Pablo Gómez como director y dramaturgo quisiera que esta situación entrara y se imbricara con cualquier otra circunstancia de la vida.
Sabemos (si vimos a algunx de nuestrxs xadres en esa etapa final cuando parecen perdidxs, abandonadxs de lo que fueron) que en sus cabezas ocurre una batalla, un torbellino indescifrable que a veces se manifiesta en una voz o sonoridad que lxs envuelve y rompe con una posible comunicación. Esta experiencia se convierte aquí en una forma poética. Hay algo más ideológico y existencial en Los bienes visibles que posibilitan estos recursos narrativos. La obra entra y sale de la temática, no porque se interne en otras situaciones, en realidad todo sucede entre ese padre y esxs hijxs donde Lorena (Anabella Bacigalupo) manifiesta un rencor, una necesidad de desentenderse de los cuidados y, de algún modo, vengarse de ese padre que estuvo muy poco presente y Sergio (Patricio Aramburu) permanece más ligado al padre como si en él habitara cierta culpa.
Pero al estar mezcladxs con los otros intérpretes las implicancias y asociaciones con Rey Lear de Shakespeare surgen en esa sonoridad que conecta con un universo más sensorial o irracional. También delata el tono de cierta tragedia contenida en el costumbrismo de la situación y muestra el imperio que se derrumba en todo hombre anciano, que supo construir una vida y que ya no puede con lo más simple de sí mismo. Guadalupe Otheguy (a cargo de la música original y de la ejecución de los teclados) , Carolina Saade y Mariano Sayavedra hacen de ese canto una dramaturgia inconclusa que parece venir del recuerdo de Víctor y repetirse como si fuera la mente del protagonista la que se expandiera en ese artefacto sonoro formado por personajes que después se van a incorporar en la historia como criaturas un tanto oníricas o dislocadas en la conformación de la dinámica del geriátrico.
La presencia del equipo técnico, la ausencia de un fuera de escena, la voluntad de mostrar el artificio no le quita verdad al trabajo de los actores y la actriz que forman parte de esa familia. La música habla de un estado mental donde también entramos nosotrxs y tiene una pregnancia que nos lleva a ver los hechos bajo una lógica un tanto alterada, como si todo ocurriera en una especie de limbo o como si nuestra percepción estuviera totalmente mimetizada con la confusión del protagonista.
En Los bienes visibles todo es artificio pero esa mecánica sonora que podría propiciar un mayor distanciamiento o acercarnos a una mirada más analítica, lo que hace es ampliar el campo de lo sensible, involucrarnos desde el estímulo de la música como si utilizara lo inmersivo, no como parte de una experiencia espectacular, sino para propiciar otro nivel narrativo. No hay posibilidad de romper ese código para lxs espectadorxs. La fuerza de la escena nos atrapa por completo.
Los bienes visibles se presenta los lunes a las 21 en Dumont 4040.