Con una rebeldía afectuosa, Paulah Nurit Shabel nos muestra cómo transitan las veredas, plazas y esquinas las pibas y pibes pobres que habitan territorio porteño. Una espacio geográfico que, como el resto, se rige de las normas del adultocentrismo, “convenciones etarias” -como las llama val flores en el prólogo del libro- donde no hay lugar para voces de niñeces y adolescencias.

Hacer rancho, compartir una factura, un alfajor, una tarea del colegio. Hacer rancho y entablar amistades sin importar qué rango etario ocupa cada une. Hacer rancho y construir una confianza que permite develar violencias, gestionar un guardapolvo que falta, detectar niñeces tuteladas sin afectos y construir alianzas intergeneracionales, de eso y mucho más se trata su libro.

Paula es doctora en antropología, magíster en psicología del conocimiento e investigadora del CONICET, más allá de su extensa formación académica, Paula también es docente de la Universidad de Buenos Aires, de la escuela y de la calle, pero tal vez, lo que la hace diferente a Paula es que supo aplicar todo eso a su militancia anti-edadista y de la disidencia sexual. Allí reside parte de su trabajo que desarrolla hace más de 15 años en el Centro Cultural La casa de Teresa, del barrio de Almagro, donde funciona Aula Vereda y donde levantan las banderas del encuentro intergeneracional con niñes y adolescentes, organizan asambleas, juegos, movidas solidarias y apoyo escolar cuando hace falta.

Debatir, organizarse, opinar, son acciones que parecen estar relegadas a lxs adultxs, pero en Aula Vereda las reglas del adultocentrismo no valen y por eso, en ese espacio, las y los pibes pueden expresarse, contar sus deseos y ser escuchadxs. Ahí milita y hace rancho Paula, con niñes y adolescentes.

Durante la pandemia y el colapso por el encierro Paula comenzó a esbozar este libro que le devolvió cierta calma entre tanta tristeza que le produjo la crisis sanitaria. en "Hacer rancho" Paula nos ofrece una serie de crónicas y ensayos en la que nos invita a desobedecer al adultocentrismo y conjurar encuentros intergeneracionales con otrxs que no son adultxs, una trinchera que se propone deshacerse de los dolores, opresiones y daños que genera el protagonismo de la adultez.

En tu libro planteás que la designación de humanidad es exclusiva de las personas adultas, algo que les niñes y viejes no tienen ¿Cómo llegaste a esa conclusión y por qué?

--Es mi parte favorita, hablar de la desobediencia de lo humano y poner en cuestión a esa categoría que toda la vida defendimos. Creo que llegué hasta ahí en dos recorridos que hacen a todo el libro: uno es el conceptual y otro es el de la práctica política cotidiana con les pibis en la calle. Creo que en la calle y en la práctica política ser niña y ser vieji es una categoría minorizada en relación con la adultez, importan menos, cuentan menos, votan menos, reciben menos derechos. En la militancia es evidente que cuando habla una persona niña y una adulta, a la adulta se la escucha y a la niña no. Está clarísimo que en la interseccionalidad de desigualdades, así como quienes tenemos cuerpos feminizados tenemos más desigualdad que los cuerpos masculinos, es evidente que los cuerpos niños tienen más opresiones encima que los cuerpos adultos. Empezar a discutir la palabra humanidad y hablar de una desigual distribución de la humanidad, que es una categoría de algo bueno, bello y bonito, fue un recorrido de los feminismos. Creo que tanto Judith Butler, Sarah Ahmed, como acá Vir Cano o María Lugones, mujeres y otras corporalidades han allanado un camino para llegar a preguntarnos por qué estamos defendiendo la humanidad, una categoría que nos ha llevado hacia lugares de muchísima desigualdad, opresión y que ha sido impuesta por un régimen imperial súper patriarcal que justamente utiliza la categoría de humanidad para jerarquizar cuerpos. Ese recorrido para mí lo abrieron los feminismos al decir ‘las mujeres somos menos personas que los varones’. A partir de ahí me di cuenta que eso también funciona si hablamos de categoría de edad y de categorías temporales de las teorías queer que hablan del tiempo como algo opresivo y cómo tenemos internalizada una noción de tiempo que nos hace pensar de determinada forma nuestra relación con el pasado, con el presente, con nuestra propia experiencia de vida, con la alteridad etaria, con esos otros que llevan vivido más o menos tiempo en el mundo. Descubrir la temporalidad como eje de análisis fue algo muy importante.

¿Cómo explicás la desobediencia intergeneracional que proponés en tu libro?

--A mí la categoría desobediencia me encanta porque rompe un poco con esta idea de esperar una gran transformación. Desobedecer es algo más accesible, lo podemos hacer y lo estamos haciendo, es ponerle nombre a las formas de libertad que nos estamos dando, incluso en un sistema estructuralmente opresivo. Lo que tiene la desobediencia es que es múltiple, plural. A mí se me pueden ocurrir unas cosas y a otras personas se le pueden ocurrir otras y es justamente en ese encuentro de la diferencia donde la desobediencia adquiere potencia. No hace falta que estemos todas las personas haciendo lo mismo, militando de la misma manera, piensen ustedes las suyas. Nosotras en el barrio nos inventamos una forma de desobedecer que tuvo que ver con traicionar el tiempo, romper, burlar, interrumpir los mandatos etarios, aquello que nos dijeron que cada edad tenía que ser. Además rompimos los mandatos vinculares entre esos grupos etarios porque se supone que entre infancia y adultez, entre niñas y adultas, la única forma de relacionarse es: las adultas cuidan y educan, las niñas obedecen y reciben cuidado y educación. Son relaciones profundamente unilaterales y lo mismo pasa con la vejez. La desobediencia que planteo en el libro es la que hicimos colectivamente en el barrio, en una esquina de esas casas tomadas, en espacios comunitarios. Es una desobediencia vincular, inventamos relaciones que nos dijeron que no existían, que no se podían, que eran no deseadas, que eran impensables y que no valían la pena. Desafiamos esa norma y nos hicimos amigas y compañeras. Eso también es una enseñanza del feminismo, cuando el patriarcado quiere que entre las mujeres nos odiemos o compitamos, un día en un Encuentro Plurinacional nos encontramos, nos aliamos y ocupamos la calle. Nos dijeron que entre niñas y adultas había mando, jerarquía, desigualdad y dijimos ¿Y si hay otra cosa? Los feminismos nos enseñaron la potencia de la alianza, creo que la alianza intergeneracional es una profundización de un camino que abrieron los feminismos por lo menos en mi vida, en la vida de las organizaciones barriales y comunitarias que habito. Aprendimos mirando a esas compañeras que hace miles de años vienen diciendo dónde quieren competencia, hagamos alianza, donde quieren violencia y hostilidad, hagamos rancho.

¿Cuál es la propuesta sobre los cuidados que hacés en tu libro?

--Los feminismos vienen haciéndose muchas preguntas en torno a los cuidados y la pandemia dejó abierta una herida gigante. De repente nos decían ‘la Policía te cuida’ y eso fue un desastre para estas niñeces encerradas y hacinadas en sus casas tomadas. Lo intergeneracional quizás no ha sido lo más mainstream dentro del feminismo, desafiar los mandatos etarios donde la niñez es un momento de dependencia y desarrollo y la adultez es un momento donde ya tenemos todo resuelto, es volver a pensar quién cuida a quién y cómo, para aceptar que las personas adultas no somos ni completas, ni absolutas, ni definitivas, ni tenemos todo resuelto, ni nos fue bárbaro en el trabajo, ni en la profesión, ni en el amor. No nos pasó todo eso, nuestros cuerpos son dañables, estamos en época de crisis, de presiones varias y necesitamos cuidados también en la adultez porque como sujetos adultos también somos vulnerables. Les pibis, las personas adultas y les viejis necesitan cuidados. Hay cierta democratización etaria sobre el cuidado, los cuidados circulan a través de las generaciones. Yo necesito que les pibis con los que comparto la vida también practiquen el cuidado conmigo y eso me parece que es una democratización ontológica, todas las personas necesitamos cuidados a lo largo de toda la vida. Sin caer en la falacia de que todas las personas necesitan cuidados de manera igual a lo largo de toda la vida, es obvio que les pibis necesitan más cuidados que las personas adultas. El punto es pensar esa diferencia de los cuerpos, no como una desigualdad, sino como una diferencia, necesitar más cuidados o necesitar cuidados específicos puede no transformarse en una desigualdad o en una opresión, porque parece que cuidar a alguien es poder tomar todas las decisiones sobre ese cuerpo, en cambio, se puede pensar que todos nos cuidamos entre todos, que puede ser más colectivo y que hay diferencias en lo que cada cuerpo necesita y hacer el ejercicio de que esa diferencia no se transforme en una desigualdad. Creo que es lo que nos puede permitir pensar en un cuidado no unidireccional, no jerárquico, no paternalista, como lo digo en torno a las amistades. Entre amigas nos cuidamos muchísimo y nunca pensamos que cuidar a una amiga significa tomar decisiones en su nombre, podemos hacer el mismo ejercicio con las infancias y desarticular esa unidireccionalidad.

¿Cómo atraviesa la violencia a niñes y adolescentes?

--Primero hay que desuniversalizar la categoría de infancia, adolescencia y adultez. La invitación es todo el tiempo a dejar de creer que la niñez es esto, que la adolescencia es aquello, que la vejez es tal cosa y a partir de ahí poder darle lugar a una pluralidad de experiencias y planificar prácticas de cuidado, de participación política y darnos al encuentro con esas infancias y adolescencias con las que convivimos. Hay personas que dicen: ‘a mí no me gustan mucho los niños’. Cuando escucho eso pienso, no te la puedo creer, mirá si yo salgo a decir, ‘a mí no me gustan mucho las lesbianas'. Volviendo a la categoría de humanidad evidentemente tan personas no son porque a un ser humano no te animás a decirle, ‘sabés que a mí esta categoría de humanidad no me gusta’. No importa si elegís la maternidad o no, compartís el mundo con otras generaciones, el mundo está hecho al mismo tiempo de personas niñas, adultas y viejas y poder desmonopolizar el presente adulto y darnos al encuentro con esas otras generaciones que te habitan, que te comparten la vida, que están a tu alrededor, es una apuesta para romper la opresión y la violencia en un montón de sentidos. Después están las violencias de clase, de nacionalidad, barrio, trayectorias vitales, pero si hay algo que podemos hacer todas las personas es, por lo menos, no creer que tenemos el monopolio del presente y asumir radicalmente la coetaneidad con otras generaciones. El mundo está hecho de todas las personas y de todas las edades a la vez, entonces ya es una democratización del tiempo que te lleva hacia otras relaciones y formas de cuidado que no es negar que las personas adultas o las personas viejas tienen más práctica, más recorrido o saben más de algunas cosas, obvio que una persona que lleva con vida 40 años tiene más práctica en esto de haber vivido que una persona que tiene que tiene 10, por ejemplo.

¿Qué representa Aula Vereda para vos y el grupo intergeneracional que lo habita?

--Aula vereda es una parte de la vida, una familia, un grupo de amigos. Es un poco de todo, el espacio de la militancia, el grupo con el que te juntás a ranchear, a jugar, crecimos juntes. Empezamos siendo puramente un espacio de acompañamiento escolar para hacer la tarea dos días a la semana, después abrimos tres días, después en vez de ser ocho personas adultas éramos 12,15, 20, se sumaron otros grupos, empezamos solo trabajando con primaria y ahora tenemos grupos desde primera infancia hasta pos adolescentes que siguen viniendo al espacio. Creo que todas las experiencias son particulares y cada una es un mundo, pero sí es cierto que a partir del 2001 y de lo que significó eso en términos de estallido social y de movilización, surgieron por lo menos en los grandes centros urbanos del país algo que se llama organizaciones de infancia y de niñez. Hay una apertura donde los cuerpos niños también empiezan hacer política y a ser considerados como sujetos completos y enteros o incompletos y enteros como todos los demás que pueden ir a reclamar y que se pueden plantar y estar enojados. Nosotras desde Aula Vereda crecimos como organización, yo también crecí profesional y políticamente rodeada de otras organizaciones que se plantean esta forma de militancia que no es por los pibes, sino con los pibes, armando con ellos un proyecto, aceptando y usando las diferencias que tenemos entre pibes y adultos a nuestro favor. Nos juntamos con les pibis a jugar, a pasar el rato, vamos porque tenemos ganas, porque nos hace bien. A mí me salvó durante la pandemia, es realmente juntarte a querer disfrutar y disfrutarnos en ese encuentro que si no es en esa circunstancia, no pasa, porque está todo hecho para que no nos encontremos con esos otros generacionales desde el cariño y la amistad.

El próximo viernes 2 de agosto a las 19 Paula presenta su libro Hacer Racho. Desobediencias contra el adultocentrismo con lectura performática y la participación de val flores y DJ Lisantien. La cita tendrá lugar en Centro Cultural La Casa de Teresa (Acuña Figueroa 795, CABA).