“Yo empecé a pintar cuando mi abuela empezó a perder la memoria”, dice Fiorella Anahí Gómez, la artista de veintisiete años que pinta el pasado y lo convierte en presente eterno: “Mi casa, mi lugar, es el territorio de Napaalpí, en Colonia Aborigen. Soy artista de la nación qom, de mi comunidad”.
Cuando Fiorella habla de ella habla de su comunidad, no hay fronteras. La abuela de Fiorella era Matilde Romualdo, descendiente de una de las familias víctimas de la Masacre de Napaalpí. Matilde murió el 15 de enero de 2024, tenía 92 años. Durante casi toda la vida que vivieron juntas la abuela y la nieta no dejaron de compartir el dolor pero apenas lo nombraban, apenas hablaban de él hasta que una noche, cuando la memoria anunció su mudanza, ese desplazamiento que la memoria hace cuando principia el olvido, Matilde empezó a hablar de la Masacre y le contó a su nieta lo que a ella le había contado su abuela Lorenza Molina.
En el susurro de la noche las dos fueron nietas. ¿Cuándo supo Fiorella que la revelación del recuerdo iba a ser imagen, iba a tener textura, iba a tener colores? Tal vez lo supo cuando en la protección de la luna escuchó la voz de su abuela contando lo que toda la vida le había dado miedo contar. Desde aquella noche Fiorella fue para Matilde y gracias a ella, refugio y megáfono multicolor. “Antes no se animaba, para ella era algo malo hablar de Napaalpí, porque todo aquel que sabía la historia de lo que sucedió en 1924 era buscado y era desaparecido o lo metían preso, entonces ella por miedo guardó esa historia y siempre nos decía no cuenten esto a nadie porque me van a buscar y me van ameter presa. El silencio se volvió palabras y las palabras, cuadros: “cuadros que dicen que Napaalpí sí existió y sigue existiendo en este territorio porque somos los descendientes de esas abuelas y abuelos, tíos y tías”, dice Fiorella antes de explicar que la palabra memoria no existe en el vocabulario qom: “para nosotros los qom es el recuerdo y ese recuerdo está atravesado por el tiempo. Porque nuestros abuelos cuando nos cuentan, lo siguen viviendo, mientras lo cuentan ellos están en ese presente. Es un recuerdo constante”.
Ese recuerdo constante que llega para que darse hará su entrada triunfal el sábado 3 de agosto cuando se inaugure la muestra de Fiorella en el Parque de la Memoria. La muestra (20 dibujos y pinturas sobre tela, madera y papel. Sin enmarcar. Pequeño y mediano formato. Realizadas entre 2021 y 2024) que estará hasta el 27 de octubre a orillas del río en Buenos Aires, “un río que acuna violencias y emancipa memorias” como escribió Kekena Corvalán, la curadora de la muestra, también será presente eterno en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile a comienzos del año próximo.
Para Fiorella “llevar la historia de Napaalpí al lugar del espacio de Memoria al que vamos a ir, va a ser algo muy impactante para mí y para muchos de mi comunidad, porque somos muy cuidadosos, hay historias que se quedan con nosotros, pero esta historia debe ser escuchada, reconocida y recordada desde el arte por toda la Argentina. Debería ser contada en las escuelas, así como se cuenta la historia de la Argentina, también es importante contar nuestra historia, la de los descendientes. Somos los pueblos originarios que hace miles de años que estamos en este territorio de la Argentina. Somos personas también importantes”.
Cuando se cumplen 100 años de la Masacre (fue el 19 de julio de 1924) quienes no están solxs dibujan y pintan para no perder la memoria, como lo hace Fiorella que definitivamente no está sola, como lo hacemos cuando cantamos un verso lorquiano: “no me dejes perder lo que he ganado” y como también lo hacen quienes la acompañan a Fiorella en esta muestra: Celeste Medrano y Tati Cabral con “¿Cuántxs podés contar sin llorar?”, una instalación de esculturas de yeso obtenidas a partir de un trabajo comunitario junto a la población qom de Napa’alpi y tierra del sitio de la masacre de Napa’alpi (Colonia Aborigen, Chaco) y Paola Ferraris y Camila Barcellone con Memorabilia Masacre de Napaalpí, una instalación archivo montada sobre la pared que emancipa recuerdos en compañía de papeles, fotos y dibujos. La voz pintada en la proximidad de la carne, delicia y redondeo. Imperdible.