A Ivan Kapitonov le pasó lo mismo que a otros miles de extranjeros que llegaron por la Argentina: le fascinó la calidez de la gente, se llenó los ojos con las bondades de la naturaleza, expuso sus sentidos a las múltiples tonalidades de la cultura y quedó mudo ante la arquitectura de la Ciudad de Buenos Aires. Se volvió a Moscú, donde nació en 1979, con la misma idea que muchos de esos miles: volver. Pero no para continuar descubriendo rincones ocultos de este país ubicado en la otra punta del mapa, sino para hacer una película de “terror místico”, uno de los subgéneros que visita con asiduidad mediante los proyectos de la productora QSFilms, que fundó en 2017 junto a un socio. Kapitonov cumplió consigo mismo y pasó las últimas semanas en la Argentina timoneando los destinos de Tulpa, cuyo rodaje –realizado con mano de obra íntegramente local– acaba de concluir.

Con el año próximo como fecha tentativa de lanzamiento, Tulpa propone un relato centrado en una chica solitaria (Catalina Bender) que, al no poder tener una relación con el compañero de facultad que la obsesiona (Felipe Otaño, de La sociedad de la nieve), decide crear un tulpa, es decir, una copia del casi idéntica del muchacho, con la única diferencia de que está apasionadamente enamorado de ella. Los problemas comenzarán cuando el compañero “real” caiga en las redes sentimentales de la chica, y la copia se sienta traicionada y abandonada ante tamaño desplante.

La cruza entre sentimientos fuertes y situaciones sobrenaturales que promete la información oficial de Tulpa recuerda a otras películas producidas por la compañía de Kapitonov. Por ejemplo, La leyenda de la viuda, Yaga, pesadilla en el Bosque oscuro y La novia, todas ellas con paso por la cartelera comercial local en el último lustro. “Lo que me gusta es contar historias interesantes, más allá de los géneros”, responde el también docente cuando se lo consulta por su predilección por esos ingredientes. Y agrega: “Nunca me pongo como objetivo asustar o hacer reír al público. Me importa que no se aburra, que un hecho se enganche a otro de tal manera que lo mantenga atento. Lo que no me gusta son los géneros de explotación, prefiero los melodramas místicos en los que hay una historia de amor y algún secreto atravesando toda la historia”.

-Otro punto en común entre Tulpa y esas películas de su productora es que el peso del relato recae mayormente en protagonistas femeninas.

-Así es. El principal target de este género en todo el mundo son las chicas de 14 a 20 años, más o menos. Lo curioso es que los hombres prácticamente no miran este tipo de películas. Hay investigaciones que dicen que las chicas de alguna forma aceptan su propia sexualidad a través de este género. Se permiten tener miedo, ver en la pantalla a alguien vulnerable y toda la violencia que las rodea.

-¿Es difícil producir una película en Rusia?

-En ningún lugar del mundo es fácil. En el caso particular de Rusia, la industria ha ido desarrollándose. Muchos estudios occidentales se fueron del mercado por las sanciones por la guerra con Ucrania, pero como la cantidad de cines sigue siendo la misma, apareció una suerte de ventana de oportunidad que hace que ahora la producción se esté desarrollando muy activamente. Me hace acordar a lo que pasó en China cuando aumentó la producción a partir de las limitaciones en la exhibición de películas occidentales.

-¿Cuáles son los principales esquemas de financiación?

-Mayormente son inversiones privadas. Hay unas cinco o seis plataformas grandes que financian la producción de series, teleshows y películas. Algunas películas sí son ayudadas por el gobierno, pero no todas. También hay varios fondos gubernamentales y otros privados que, sumados a los de las plataformas, terminan de armar un esquema de producción.

-¿Cuál es la relación del público con las películas locales?

-Si me lo hubieras preguntado unos siete años atrás, te hubiera dicho que no muy buena. Como Alemania e Italia, Rusia tenía como un complejo cinematográfico muy grande por el cual el espectador creía que todo lo bueno estaba en el pasado. A los rusos no les gustaba su cine. Pero a medida que fue subiendo la calidad y cambiando la generación, tengo la sensación de que empezó a haber más jóvenes diciendo que les gusta el cine ruso.

-Varias películas de su productora tuvieron distribución comercial en la Argentina, algo no muy habitual con el cine ruso…

-Es que es un género bastante internacional. Sí sería raro que se vieran nuestras comedias, así como sería raro que una comedia argentina llegue a Rusia. Me acuerdo de haber visto Relatos salvajes, El Ángel y Argentina, 1985. O sea, alguien compró los derechos y decidió distribuirlas, lo mismo que pasó acá, donde alguien consideró que esas películas podrían funcionar. Además, tampoco se hace mucho cine de terror en Rusia. Diría que soy el único.

-¿Por qué no hay mucho cine de terror?

-A la gente no le gusta mucho el género. Está relacionado con que durante los 70 años de Unión Soviética no existía el terror. Y cuando alguien empezaba a desarrollarlo, iba como en la oscuridad, con una vela o una linterna tratando de copiar cosas e inventar otras. El otro factor es que si estas películas no salen de Rusia, no llegan a cubrir los costos, porque el gobierno no fomenta este tipo de cine. Además, no hay canales de televisión que muestren estas películas y en las plataformas no son muy vistas, porque la gente no quiere llegar a la casa y ver una película de terror. La realidad es que son películas para cine, por el sonido y porque nos asustamos todos juntos. Ahora, con el tema de las sanciones empezamos a hacer películas en diferentes lugares del mundo y en otros idiomas.

-¿Qué inquietudes notás en tus alumnos cuando das clases?

-Todos quieren saber cómo llegar más rápido a esta industria. Como doy mayormente clases relacionadas con la producción, los estudiantes buscan conocer mis experiencias preguntando cómo es hacer una película en otro país y en otro idioma. Con cada cosa que hago, se acercan a preguntarme cómo logré eso. Y siempre tengo una misma respuesta: soy valiente, no tengo miedo.