Caminos cruzados 8 puntos
Crossing, Georgia/Turquía/Suecia/Dinamarca/Francia, 2024
Dirección y guion: Levan Akin
Duración: 106 minutos
Intérpretes: Mzia Arabuli, Lucas Kankava, Deniz Dumanli, Nino Karchava, Tako Kurdovanidze.
Estreno: En salas.
Ganadora del premio del jurado dentro de la competencia por el Teddy Bear con el que el Festival de Berlín distingue a las películas de temática LGBT+ (categoría en la que este año también compitió Tú me abrazas, último trabajo del argentino Matías Piñeiro), Caminos cruzados, de Levan Akin, construye un relato de capas narrativas tanto en el terreno formal como en lo que respecta a su desarrollo dramático. Es por eso que al mismo tiempo se la puede pensar como una road movie urbana, en la que el camino a recorrer son las estrechas y atiborradas calles de Estambul, o como un retrato social oculto detrás de un melodrama familiar. Incluso como una buddy movie protagonizada por una vieja maestra georgiana que viaja a la capital turca en busca de una sobrina trans, acompañada de Achi, un chico de clase baja que se ofrece a hacerle de guía, quien ve el viaje como una posibilidad de escapar de la vida chata y sin horizonte que tiene en el pueblo de pescadores en el que vive.
A partir de la construcción de ese vínculo entre opuestos, Caminos cruzados se desarrolla en un paisaje sociocultural en cuyo centro se ubica el retrato de la vida marginal al que es empujada la comunidad LGBT+ en países como Turquía o Georgia, que ofician como territorios de tránsito entre las culturas de Oriente y Occidente. Esa sería una de las posibles encrucijadas que la película anuncia ya desde su título. Otro de esos cruces es el que realiza Lïa, la protagonista, quien tras la muerte de su hermana decide viajar a Estambul, a donde su sobrina Tekla se fue escapando de la discriminación que padecía en su tierra natal, aunque la realidad en territorio turco dista de ser la ideal.
“¿Por qué ella habrá elegido esta vida?”, se pregunta Lia sin esperar respuesta, angustiada ante el panorama de sordidez y carencia que va encontrando conforme avanza en la búsqueda de Tekla. “Dudo que haya sido una elección”, la corrige Achi dando una muestra de empatía que parecía improvable en alguien de su edad y origen social. En ese sentido, la escena sorprende y conmueve, porque contra todo prejuicio se permite invertir los roles que se les podría haber asignado a ambos personajes. Mientras que ella, una mujer instruida pero básica, resulta más conservadora de lo que parecía, en el joven no se perciben las rémoras del machismo que afloran en la mayoría de los personajes masculinos que van entrando y saliendo del relato.
El juego de opuestos entre Lia y Achi se apoya en ese intercambio de los roles esperables. De esa forma, mientras ella aparece como la dura de la pareja, la que debe aprender a reconfigurar la idea rígida que tiene sobre el mundo, él se muestra mucho más sensible y comprensivo, asumiendo con naturalidad la complejidad de las construcciones identitarias. La elección de la capital turca como escenario también resulta significativa. “Estambul parecería ser un lugar al que la gente viene a desaparecer”, dice Lía casi sin esperanza de dar con su sobrina, una aguja perdida en el pajar de una de las ciudades más populosas y cosmopolitas del mundo.
Como cualquier odisea que se precie de homérica, la búsqueda de Tekla es un camino de transformación que no resultará inocuo ni para Lía ni para Achi. Tampoco lo será para el espectador. Caminos cruzados se abre como un desafío emotivo que si bien puede resultar desalentador en varios tramos, se permite mantener encendida la luz de un faro que funciona como guía hasta un final ambiguamente poético. En él, la tragedia de lo real se superpone con los fantasmas de un radiante final feliz: cada uno decidirá con cuál de los dos prefiere quedarse.