Los antiguos alquimistas mantenían en secreto sus fórmulas y el astrónomo renacentista Tycho Brahe no fue una excepción, aunque la ciencia sabe ahora que entre los compuestos almacenados en su laboratorio había wolframio, un elemento químico que no se describiría hasta casi dos siglos más tarde.

El danés Tycho Brahe (1546-1601) no solo inventó instrumentos para la observación astronómica, también se dedicó a la alquimia en su orientación para desarrollar medicamentos contra la peste, la sífilis o lepra, frente a la que intentaba crear oro a partir de minerales y metales menos valiosos.

Un estudio que analizó pequeños restos de su laboratorio, el cual fue destruido tras su muerte, señala que allí hubo elementos enriquecidos como níquel, cobre, zinc, estaño, antimonio, oro, mercurio, plomo y, el más intrigante, wolframio.

El laboratorio de alquimia de Brahe estaba ubicado bajo su residencia y observatorio, en el castillo de Urania, en la actual isla sueca de Ven. De aquel lugar solo se conservaron algunas de sus recetas y en una excavación realizada entre 1988 y 1990 se encontraron en el jardín algunos fragmentos de cerámica y vidrio.

Cinco de estos fragmentos --cuatro de vidrio y uno de cerámica-- han sido sometidos a análisis químicos para determinar con qué elementos estuvieron en contacto los recipientes originales.

Los análisis fueron realizados en la Universidad del Sur de Dinamarca y los resultados los ha publicado la revista Heritage Science.

En cuatro de los restos se hallaron niveles enriquecidos de oligoelementos, mientras que un fragmento de vidrio no mostró enriquecimientos específicos.

Elementos como níquel, cobre, zinc, estaño, oro o plomo no son sorprendentes en el laboratorio de un alquimista, pero el wolframio, también conocido como tungsteno, “es muy misterioso”, pues ni si quiera se había descrito en aquella época, dijo el investigador de la Universidad del Sur Kaare Lund Rasmussen.

El wolframio, que se encuentra de forma natural en ciertos minerales, fue descripto por primera vez por el químico sueco Carl Wilhelm Scheele más de 180 años después.

Los investigadores estiman que el wolframio pudo llegar al laboratorio de Brahe a través de algún mineral y que allí pudo haber sufrido algún tratamiento que lo separara sin que Brahe se diera cuenta.

Aunque no hay pruebas, Rasmussen consideró también plausible que el astrónomo y alquimista supiera de una extraña propiedad del estaño de Sajonia, que causaba problemas cuando se intentaba fundir. El mineralogista alemán Georgius Agricola llamó a esa extraña sustancia del mineral de estaño ‘Wolfram’ (espuma de lobo en alemán).

“No es algo que sepamos o podamos afirmar basándonos en los análisis que he realizado. Es simplemente una posible explicación teórica de por qué encontramos wolframio en las muestras”, dijo Rasmussen.