Es cuestión de bajar de un colectivo, después de 12 horas de viaje, y encaminarse entre los bombos para entrar, con la delegación de Rosario, en el patio del Indio Froilán. El ritmo hace vibrar la tierra. Serán las legüeras y los legüeros quienes marquen el paso de la chacarera que recién comienza a bailarse.

Y suena Entre a mi pago sin golpear, por primera vez. No será la única. La poesía de Pablo Raúl Trullenque viene al pelo: este año, la marcha es el 20 de julio, día de les amigues.

La mañana es, en realidad, continuidad de la noche. Con sus bombos, llegaron personas de diferentes puntos del país para la vigilia, que se hizo bajo el agua. La lluvia no embarró las ganas de festejar el ritmo de la tierra.

El Patio que cada domingo convoca a miles de santiagueños y turistas para comer, beber, bailar, escuchar música y contemplar cómo trabaja el indio Froilán González, el luthier de bombos legüeros que, en la mañana del sábado, está dedicado a la marcha. Él la encabeza. Después volverá a la confección de bombos con maderas de árboles nativos, las fotos con lxs visitantes, la leyenda.

A las 9 de la mañana, todas las delegaciones, desde Misiones a Trelew, desde Merlo (Buenos Aires) a Río Cuarto (Córdoba), desbordan el enorme patio, donde los mistoles, chañares, tuscas y quebrachos colorados se mecen con el viento frío.

Antes de salir, la esposa del Indio, la “Tere” Castronuovo, brinda sus recomendaciones y lanza una frase: “La cultura resiste”.

Llegar a Santiago del Estero por primera vez, a una ciudad que cumple 471 años, siempre tiene su encanto. Participar de la Marcha de los Bombos es sumarse a una fiesta que nunca será ajena: cada quien puede acompañar con las palmas, pedir prestado un bombo, encontrar el ritmo de la tierra para atravesar la ciudad.

Hay bombistas y bombistos. Desde Merlo (Buenos Aires), llegaron con ponchos colorados quienes integran la agrupación folklórica Sol Argentino. Ellas tienen los labios pintados, botas altas. Están en plena actividad: con los palos sobre los parches, poniéndole ritmo a la mañana fría, desde antes de salir.

La columna norte sale del Patio y atravesará la ciudad. Marchar, primero al costado del río Dulce, por la avenida Libertador, y luego sobre la avenida Belgrano, es también recibir el saludo de bienvenida de cientos de santiagueñxs que salen de sus casas para vivar el paso de los bombos, sacar fotos. Dos hombres siguen la marcha arriba de sus caballos.

El ritmo no decae. La primera parada será un homenaje a Mamá Antula, la recién canonizada santa de Santiago del Estero. Breve y con bendición. Más tarde, se sumará la columna que llega desde La Banda, la localidad separada de la capital provincial por el Puente Carretero. Y seguirán camino juntas.

Los bombos suenan, la marcha marca el compás de una chacarera. Se llega al hospital Independencia, donde se realiza un homenaje a la salud pública. La columna sur lleva las cuerdas y fuelles. Parará frente a la Universidad para homenajear a la educación pública.

Cada paso es una fiesta donde el cuerpo colectivo marca el ritmo.

Entre las bombistas está Laura, que decidió intervenir su bombo con un pañuelo blanco (“no llegué a ponerle una inscripción, quería escribir Nunca Más”, se excusa) y otro verde, de la campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. “Con una amiga pensábamos empezar a cantar ‘La patria no se vende’, pero también sabemos que en estos espacios, los sentidos de la patria están en disputa, hay agrupaciones tradicionalistas”, añade.

Al paso de la marcha, integrantes de comedores protestan con carteles hechos en cartulinas: “No al ataque y al ajuste contra los más pobres”. En una esquina, hay una colecta, piden dinero para un comedor, que se deposita en una olla vacía. “No somos fantasmas, los comedores y merenderos existen. Con hambre no se puede festejar”, grita una mujer para pedir la colaboración. Varias personas se acercan a dejar unos pesos dentro de la olla.

A lo largo de cinco kilómetros, se puede apreciar el centro de una ciudad contradictoria, con edificios muy modernos y mojones detenidos en el tiempo, una calle comercial repleta de carteles verticales de colores, le dan el tono de una ciudad setentista. Contrastes que dan un tono propio a la Madre de Ciudades. En pleno centro, el Centro Cultural del Bicentenario alberga museos de calidad, en un edificio contemporáneo. La mirada se posa en cada detalle.

Suenan los bombos, el latir de una tierra que hace de la música, el baile y la fiesta una forma de vida. Quien marcha es parte de ese ritmo atávico, se sumerge en él, sin la visión panorámica que permite el afuera.

El lugar de encuentro es el Parque Aguirre. Después de mucho andar, se llega al espacio verde donde este mes se yergue la inmensa Feria Artesanal. Una gran variedad de árboles, con predominio de eucaliptus gigantes, brinda la bienvenida. Es la 22ª marcha de los Bombos, que se realiza desde 2003, para hacer un homenaje al instrumento que sirvió -antaño- para comunicar a la distancia, y hoy marca el ritmo de la tierra. Se escucha en el escenario la convocatoria a hacerse escuchar “reivindicando los derechos conquistadas”.

Más tarde, se podrá leer en el diario El Liberal que por ahí andaba Peteco Carabajal. No subirá al escenario, donde decenas de músicos interpretarán un amplio repertorio.

La Marcha termina, y deja un sabor de fiesta colectiva en el cuerpo.

Lo que no termina es el viaje.

El fin de semana recién empieza, deparará mucho más a quienes fueron desde Rosario. Bruno Resino y Maxi Ojeda, los organizadores, son músicos, bombistas. Junto a ellos, Rosalía Ponce acompaña para cuidar todos los detalles. No se trata de un viaje, sino de vivir la música con otrxs. Para el domingo, preparan un city tour que será una sorpresa, un viaje emotivo.

En el ómnibus, todo es expectativa. El guía turístico, Álvaro, cuenta que Alfredo Ábalos nació en la provincia de Buenos Aires, en 1938, y eligió vivir en Santiago del Estero. La primera parada es, justamente, en el barrio 8 de abril, el barrio de “el gordo”. Justamente, en la cuadra donde vivió Ábalos.

A metros de la puerta de la casa, Bruno toca la guitarra, Maxi el bombo y Silvia le pone su voz a la zamba La luna en tu pelo, de Oscar Valles y Gastón Bastiano, que interpretaba Abalos.

Algunas parejas bailan, despliegan sus pañuelos mientras la cantante entona “Un pedacito de luna,/ Ha florecido en tu pelo/ De retorno a la calle,/ Que dejaste en tu pueblo”.

Después suena La amorosa, por Silvia y casi todxs lxs presentes.

La magia se hace presente. Carolina, una de las hijas del “gordo” se asoma con una caja de madera donde están las cenizas del gran artista. “A él le gustaban estas cosas”, se emociona. El homenaje se cierra con la chacarera Quishcaloro, quishcaloro, y una ronda de baile.

Cuando la gente se está yendo, una vecina que está asomada en la ventana le pide a Carolina que le permita saludar a las cenizas de Alfredo.

Con los cuerpos emocionados, sigue la recorrida musical. El próximo destino es la vivienda de Jacinto Piedra, fallecido en 1991. El primer tema es Te voy a contar un sueño. Los niños de la comitiva, Faustino y Ángelo, acompañan con sus bombos a Bruno, Maxi y otro guitarrista, Gustavo Lascano, para hacer la Chacarera del cardenal, que popularizó Horacio Banegas.

Al finalizar, Maxi y Bruno verán un cardenal en el árbol situado justo frente a la casa. ¿Será otro mensaje del cielo?

Faltan todavía algunas paradas: en La Banda espera Alicia Pereyra, guitarrista de Sixto Palavecino, una mujer que supo abrirse camino en el folklore cuando nada era fácil. “En mi época había que ser mujer y tocar la guitarra. Antes porque era joven, ahora porque soy vieja”, se ríe Alicia cuando sube a saludar, una por una, a las personas que viajan en el ómnibus desde Rosario. Los aplausos y unos pasos de baile le terminan de dar el tono a una parada festiva.

La penúltima estación es la casa de la abuela María Luisa, donde un enorme mural de los 12 apóstoles copleros, los Carabajal, está protegido por el chañar del patio. Allí será el momento de más chacareras, con ronda para bailar. Suenan los bombos, las guitarras y la quena de Chiry Tevez, el hijo de Alicia, que vive en Rosario. La chacarera del patio hace volar las piernas y los brazos.

La tarde se va terminando, pero queda una nueva vuelta -rápida- por el patio del Indio Froilán, donde habrá un show detrás del otro, nadie quiere quedarse afuera de esa fiesta. El viaje se termina, pero quedan resonando los corazones por muchos días. La música sigue sonando, y no sólo en la memoria, ya que el ómnibus tiene ganas de más, y entonces el corazón canta alegre.

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