Para Julio Marini, el peronismo es una doctrina y una forma de vida. Marini fue elegido cinco veces como intendente de Benito Juárez, pueblo del sur bonaerense fundado en 1867 como parte de la avanzada contra los pueblos originarios, que hoy tiene 22 mil habitantes.

El intendente sostiene que el mejor homenaje a Perón es mantener la unidad básica abierta todos los días, lo que pasa desde hace cuarenta años. Es que esa dinámica facilita el trasvasamiento generacional y la incorporación de los jóvenes a la política, a la vez que funciona como barrera a las ideas de extrema derecha.

Por esos lados fue surgiendo la idea de abrir un museo del peronismo , que terminó siendo algo totalmente lógico y natural. En 2014, en una propiedad heredada, Julio Timpanaro, su esposa Silvia y sus hijos Ángel y César, armaron el "Museo del Militante María Eva Duarte de Perón".

Es una de esas casas chorizo de las primeras décadas del siglo pasado, que fueron arreglando y acondicionando. El museo hoy tienen tres salas, una dedicada a Juan Domingo Perón, otra a Eva Perón y otra de misceláneas, y abre cada semana de viernes a domingo por la tarde.

Cada visitante que recibe el intendente Marini, sea funcionario, legislador, dirigente o militante, es invitado a recorrer el museo. Si su agenda lo permite, el anfitrión acompaña y cuenta la historia detrás de cada objeto. 

"Empezamos con ochenta piezas y hoy tenemos casi doscientas. Algunas cosas las compramos, pero la mayoría son donaciones. Detrás de algunas hay historias maravillosas. Cosas muy preciadas para la gente, que guardaron y escondieron durante décadas y nos las confían a nosotros porque entienden que este es el mejor lugar posible".

Marini se refiere elípticamente a las persecusiones que sufrió el peronismo, en distintas etapas a lo largo de su historia, pero en especial a partir del golpe de estado de 1955, cuando el decreto 4161 formalizó la proscripción.

"Queda prohibida la utilización, con fines de afirmación ideológica peronista, efectuada públicamente, o propaganda peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados o grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas públicas o privadas de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo", afirmaba el decreto.

Por si quedaban dudas, el párrafo siguiente prohibía el uso de "fotografías, retratos o esculturas de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes, las expresiones «peronismo», «peronista», » justicialismo», «justicialista», «tercera posición», la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronista» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos".

Como consecuencia de ese decreto, las familias peronistas que tenían, como dice la canción, "fotos de Perón (y Evita) en la cocina", recuerdos de la Fundación Evita, carnets, documentos o almanaques de los planes quiquenales y toda clase de reliquias, debieron ocultarlas cuidadosamente. Algunos hasta las enterraron.

De esa época es también el uso de la nomeolvides, flor preferida de Evita, para reconocerse entre compañeros, ante el peligro que significaba llevar el escudo justicialista. Las mujeres la llevaban en el pelo, los hombres en la solapa.

Los más aventurados desenterraron sus tesoros en 1973, con la vuelta de Perón al país, y volvieron a ocultarlos en 1976. La existencia y ubicación de esos recuerdos, de enorme valor emocional y político, fue un secreto transmitido de generación en generación. Entregar eso, michas veces legado de un abuelo o un padre, era un gesto de máxima confianza.

Entre sus reliquias, Marini destaca un sable del general Perón, con su nombre completo grabado en la hoja, una urna de la elección de 1951, cuando las mujeres votaron por primera vez y planos originales de las casas que construía la Fundación Eva Perón.

Sin embago, elige contar la historia de unos bustos de Juan y Eva Perón. "En 1955, una familia peronista de Bahía Blanca viajó a Buenos Aires y compró los bustos. El golpe de estado los agarra en ruta, con los bustos en el baúl. Paran en el pueblo, porque tenían conocidos. Un muchacho apodado Tono, que arreglaba heladeras, se los recibe y los mete en una heladera vieja en un galpón. Estuvieron ahí hasta que abrimos el museo".

Cuenta con orgullo que tiene en su colección libros donados por la familia Cafiero, sidras, máquinas de coser y juguetes de la fundación Eva Perón y el primer escudo justicialista que tuvo el pueblo de Benito Juárez. "La gente nos donó lo más preciado que tenía. Nosotros lo cuidamos y lo exhibimos", concluye sonriente.