La política es un espacio de cooperación que posibilita la comunicación y la acción sobre los asuntos que atañen a la población. Parte de esta población, a su vez, transita la turbulenta y maravillosa etapa vital de la adolescencia. Precisamente de esto tratan estas líneas. De política y de adolescentes.
La comunicación política requiere de la palabra clara y de la escucha atenta, y se desarrolla en su forma más plena cuando se realiza en un contexto de libertad. Esto implica un diálogo que no nace del miedo, del enojo ni de la recriminación, y no se justifica en ellos ni los difunde; e implica un diálogo franco expresivo de valores y necesidades genuinas, fundamentalmente respetuoso de las diferencias. Por eso esta palabra y esta escucha requieren de tiempo. Es el tiempo --el dar y darse tiempo-- el que abre la posibilidad de un espacio reflexivo capaz de generar una acción política consciente, es decir, no reactiva sino cautelosa, coherente, firme y sostenible. De esta manera, la consciente acción política puede atender en forma real y efectiva los asuntos que le son confiados por la población. Cada miembro del aparato estatal coloca así su capacidad de observación, análisis y acción al servicio de la sociedad toda. Sin duda este es el sentido más profundo del ejercicio de un cargo en la función pública.
Este sentido de identidad en lo político es imprescindible en el tratamiento legislativo de la conflictividad adolescente.
¿Quién no tiene en la familia a alguna una persona de trece, catorce o quince años, que en su proceso de crecimiento siente y padece la falta de todo tipo de certezas? ¿Quién no ve a diario en esa personita --o recuerda haberlo vivido-- un asombroso atado de talentos, potencialidades, frustraciones, temores, sueños y desconciertos? La adolescencia es la etapa en que la vida infantil comienza a disiparse lentamente al tiempo que la vida adulta asoma en el horizonte. Tanto la infancia vivida como las perspectivas de futuro confluyen y se hacen más palpables que nunca. Por eso es necesario prestar verdadera atención a cada adolescente y sus circunstancias de vida. Su infancia pudo haber tenido abundancia o carencias afectivas, materiales, educativas o recreativas, pudo haber tenido referentes constructivos o referentes que más bien han violentado su infancia y generado múltiples inseguridades. A su vez, la adolescencia puede estar teniendo lugar en entornos de incentivo positivo en miras a la proyección de capacidades y concreción de sueños, o puede darse en contextos que triste y burdamente amputan esa proyección. Cada adolescente desea y merece una vida plena en el presente dirigida hacia una adultez significativa. Y, sin embargo, esto no sucede. ¿Cómo acercarse a quienes viven una adolescencia particularmente conflictiva, aparentemente carente de alternativas felices, brindarle escucha a su sentir y a sus necesidades genuinas, y atenderlas? ¿Cómo revisar las carencias que hayan podido tener lugar y trabajar sobre ellas para brindar en esta etapa atención amorosa, cuidado material, educación y esparcimiento dignos de una feliz adolescencia? ¿Cómo hacer saber y sentir a esa adolescente y a ese adolescente que su vida vale tanto como la de otras personas y que una juventud plena y una adultez significativa son posibles, también en su caso?
Trabajar sobre estas preguntas y definir líneas de acción integral es la tarea que la política adeuda a la sociedad. La simple lectura y votación apurada de un articulado penal juzgador de adolescencias difícilmente podría considerarse un verdadero acto político. Cada legisladora y cada legislador, con interés genuino en ejercer su función, debe darse tiempo, observar y escuchar las necesidades de la adolescencia, dejarse informar por distintas miradas disciplinares, analizar y hacer propuestas de acción. Solo así puede emerger una respuesta legislativa adulta que esté a la altura de los requerimientos de la niñez y la adolescencia.
María Laura Böhm es abogada, magíster en Criminología, doctora en Ciencias Sociales.