Sí libertarix y terrorista se han vuelto sentidos enloquecidos y formas lenguajeras de sostener tanto como justificar algunas de las masacres y genocidios de este siglo, vamos a inscribirnos en la digna estirpe de herejías. La herejía es la patria de desterradxs de estados asesinos o países entregados al fascismo.

Spinoza fue un judío hereje y desterrado que emancipó al pensamiento de la adoración y lo restituyó a la materialidad humana, al pensamiento que es inseparable de cuerpo y afectos. Nos queda, no poca cosa, perseverar en las alianzas de quienes nos resistimos a descomponer nuestros honrosos linajes.

Herejes, quienes no damos consentimiento y repudiamos el horror perpetrado en nombre de la injusticia. Los feminismos –entre tantas otras cosas- son historia política de análisis crítico, y de disputa, de creación hereje de lenguaje, contra las palabras y los silencios “oficiales” que alimentaron y continúan nutriendo las violencias y opresiones que atraviesan los siglos. Será esta una nueva ocasión de alzar la voz hasta ocupar el espacio público.

León Rozitchner se preguntaba en este mismo diario, en un artículo titulado “Plomo fundido sobre la consciencia judía” –y constituye un clivaje en esa estirpe de la que hablaba- si lxs judíxs perdimos la memoria de nuestras dignísimas resistencias ante los imperios y pasamos a ocupar el lugar de nuestrxs antiguxs perseguidorxs. Si ser judíx es constituirnos en imperio entonces me quedo con la patria de la diáspora hacia la herejía, porque me niego a ocupar ningún territorio en nombre de una utopía trágica. Escribe León, en el año 2009: “Antes, hasta la Segunda Guerra Mundial, el fundamento teológico de la política era “amigo/cristiano–enemigo/judío”. Ahora que los judíos vencidos se cristianizaron como Estado teológico neoliberal la ecuación es otra: “amigo/judeocristiano–enemigo/musulmán”. ¿Este es el lamentable destino que Jehová nos reservaba a los judíos? Porque de lo que hacen ustedes en Israel depende también el destino de todos nosotros”.

Eduardo Gruner trabaja la genealogía de la vergüenza como conciencia colectiva y pública, es decir, política. Dice, que ahora nos toca recuperar la vergüenza y politizarla. Vergüenza, agrego, de esa “conversión” judía que desmiente y repite, perpetuando genocidios. “He extraviado en mi mente la brutalidad semántica del verbo fusilar”. Esa frase le pertenece a Leonardo Padura. Eduardo Muller también en estas páginas, en una nota llamada “Palabra y revólver”, recupera de nuestra historia ligada al exterminio nazi, uno de los modos en que las palabras gatillan. Hemos extraviado, diría, la brutalidad semántica y concreta, material, de algunos verbos. Hambrear, masacrar, perseguir, vaciar, despedir, negar. El negacionismo es el brazo armado en el lenguaje que forma las tropas con las que el olvido y la desmemoria hacen lugar para otros sentidos, perversos sentidos, que a su turno sabrán ser gatillo despiadado. Quienes –en cambio- denuncian y portan esa vergüenza pasan, pasaremos, a ser acusados, livianamente, impunemente, con el término “terroristas”. Ser judíxs para tantxs de nosotrxs, ser judía y feminista en mi caso, es conservar bien despierta la vergüenza, y el coraje de sostener memoriosas herejías.