El viernes 9 de diciembre de 1977, poco después de las ocho de la mañana, Carlos García, un prisionero de la Esma que como muchos otros cumplía tareas para los marinos --dormía en Capucha pero no tenía los ojos vendados--, vio a una mujer tendida en un cajón al lado suyo. Estaba encapuchada y esposada de manos y pies. A través del tabique comenzaron a hablar.
--Soy la hermana Alicia --fue lo primero que ella dijo. Era Alice Domon. Le contó que había sido secuestrada con otras personas en una iglesia, pero por el que preguntó especialmente fue por Gustavo, un chico rubio que integraba el grupo. Alice, que tenía un afecto especial por Alfredo Astiz, que se había infiltrado como Gustavo Niño, no sabía todavía que él las había entregado.
El 11 de diciembre, dos días después, otra prisionera, Graciela Daleo, que era obligada a hacer trabajo de oficina, antes de ser devuelta a Capucha debía lavar los platos que habían usado otros prisioneros en un pequeño comedor. Al entrar vio a una mujer encapuchada, sentada en un banco. Vio que era una persona mayor y que tenía los brazos llenos de moretones. La abrazó y le preguntó si podía hacer algo por ella, y la mujer le pidió un café. Pero entró un guardia para negárselo.
--Hermana, ya le dije que no podía hablar con nadie --le dice a la encapuchada y hace salir a Daleo. Ella se fue de allí sabiendo que había una monja secuestrada. Era Leonie Duquet.
Algunos datos nuevos sobre cómo fueron los martirios de las dos monjas francesas asesinadas en 1977 en la Argentina fueron conocidos hace apenas dos años, gracias a una tesis periodística que se convirtió en libro, Callar sería cobarde, de Frederic Santangelo, un escritor francés que realizó una investigación de largo aliento sobre sobre esas dos religiosas misioneras cuyos secuestros conmocionaron a Francia en 1977.
En la Argentina, un año después del golpe, los diarios no publicaban nada sobre desapariciones. Pero a Francia la información llegó rápido porque se buscaban desesperadamente apoyos internacionales, y dar a conocer el régimen de terror que gobernaba a la Argentina. Frederic Santangelo tenía entonces ocho años, y a los nueve miró desde Francia el Mundial 78. Sin embargo, su investigación le permite afirmar que el 14 de diciembre “todos los diarios franceses hablaron del secuestro de las monjas. Notas largas y algunas de portada”. Inmediatamente, dijo en una entrevista al diario La Nación en 2022, cuando presentó su libro, el ejército se puso a presionar a la Armada para saber qué había pasado. La relación con Francia era un problema y hubo una fricción entre esas fuerzas.
El título del libro es una frase de Leonie Duquet, que había llegado a la Argentina en 1949, y enseguida se involucró en las Ligas Agrarias de Perugorría, Corrientes. Fueron diezmadas durante la dictadura. Cuando llegó el golpe, sabían que corrían peligro y se le ofreció el regreso a Francia. “Callar sería cobarde”, contestó.
No pertenecían al movimiento de sacerdotes tercermundistas, sino a la orden de las Misiones Extranjeras, que nació en 1931 en Toulouse. Al primer material de investigación que accedió Santangelo fue a las cartas que ambas habían enviado a sus familias durante los años que vivieron en la Argentina. Un material altamente sensible que lo comprometió con el objetivo de saber todo lo que se podía saber sobre ellas durante el último y atroz tramo de sus vidas.
Algo conocido es la foto que les hicieron en la Esma para fraguar un secuestro de los Montoneros. Fue una operación que intentó deslindar al gobierno de facto de los secuestros que reclamaba Francia. Allí están las dos, juntas por primera vez desde el secuestro, poco antes de ser inyectadas con Pentotal y arrojadas al Río de la Plata. Al mismo río que devolvería sus cuerpos, junto a los de las Madres fundadoras, a fines de ese año, a las costas de Mar Chiquita.
Santangelo descubre algunos detalles increíbles en el backstage de esa foto, que fue tomada por un prisionero esclavizado, Marcelo Hernández. Antes de que se tomara la foto, el grupo de tareas que lideraba el Tigre Acosta le hizo escribir a Alice una carta a su familia, para que les dijera que estaba en poder de Montoneros. Ellos le dictaban en castellano y ella escribía en francés. Le hicieron escribir que para liberarla el gobierno debía liberar a 21 presos políticos. Una lectura con lupa a esa carta escrita en francés por una monja que había sido torturada con una picana en la vagina, y que fue capaz de escribir en francés lo que le dictaban, pero con sutilezas de una inteligencia desesperada. Dice Santangelo:
“Cuando leés la carta notás que ella da indicios de que las cosas no son como la obligan a decir. Dice: 'soy prisionera de un grupo disidente de Videla', no dice como le dictaron 'un grupo opositor a Videla'. Los opositores hubiesen sido los Montoneros. Los disidentes de Videla, en Francia ya se sabía que era la Armada”. En cuanto a los nombres de los presos políticos que debían ser liberados, no puso los que le deben haber dictado sino otros, que increíblemente no fueron revisados: Leonie puso los de sus compañeros de las Ligas Agrarias correntinas.