Cuando tenía dieciséis años me compré zapatos con plataforma. Se preguntarán qué tiene eso de interesante. Que yo fui el primero de un pueblo de cuatro mil habitantes. Las bromas no tardaron en llegar. No esas bromas sanas que te hacen los amigos: pegarte un chicle en el pelo o descargar la tinta de una lapicera fuente dentro del portafolio de la escuela. No, eran bromas que te dejaban al borde de dejar de pertenecer a tu grupo social, de ser considerado rarito, fanfarrón o “pillado”.

Pero como Chiabrando crea tendencia, no tardaron en aparecer otros que también se compraron los zapatos del escarnio. Al fin del verano seríamos media docena de chicos los que andábamos tropezando en las esquinas con nuestros zapatos inmanejables. Pero, un día del verano siguiente me volví a poner mis orondos zapatos con plataforma y salí a la calle para darme cuenta de que ya nadie los usaba. Se habían vuelto grasa.

Ahora me digo: qué pena que ya nadie use la palabra grasa para desacreditar algo berreta, de mal gusto, estridente en el peor de los sentidos. O sea, grasa. Quizá era un poco ofensivo, pero servía para dividir las aguas de lo que no te representaba de lo que sí. Uno buscaba no ser grasa y listo. Es cierto que se debe haber usado de forma discriminatoria, pero para no ser discriminado bastaba una cosa: no ser grasa, no tener mal gusto, no vestir de carnaval.

Grasa también era usar algo fuera de moda. Era una grasada tremenda usar pantalones pata de elefante cuando se habían puesto de moda los chupines. Y los zapatos con plataforma, ¡por favor! Yo atiné a guardarlos a tiempo, y ahí quedaron, para siempre. Porque cuando volvieron a ser moda, yo ya estaba para vestir como un señor serio y responsable.

Hasta la revista Gente que leíamos en la sala de espera del dentista se había sumado a la consigna y editaba un listado de las cosas que eran grasas y las que no. Le llamaban IN-OUT, pero era lo mismo. Y si uno se encontraba en la categoría de OUT, siempre podía esforzarse para ser IN. Cierta movilidad social era motivada por dejar de ser grasa, OUT, para ser IN.

Era tan perfecto la adjetivación que nadie necesitaba que se lo explicaran. Uno decía qué tipo grasa, y listo, se hacía la magia. Tenía el valor de resumir, como en otros ámbitos más IN se usaba borgiano o kafkiano. Aunque pudiera ser una forma de discriminación, a la vez era un concepto simple, comprendido por todos y que por todos podía ser utilizado.

¿Por qué se habrá perdido ese concepto? Ufff… Esto da para un libro gordo y ando con poco tiempo para escribirlo. Seguro que fue una confabulación internacional entre los fabricantes de porquerías y los hijos de los grasas discriminados que decidieron vengarse. Y de pronto todo se volvió un poco grasa, ¿viste?.

El mal gusto está por todos lados: la música, la ropa, los tatuajes, los peinados,  probablemente el mercado había almacenado demasiadas porquerías y tenía que vendérselas a alguien. Y entonces bastó que lo grasa dejara de ser considerado grasa. ¡Negoción!

Ya sé que me van a decir que quién soy yo para decir cómo tienen que andar los otros. Pero ese es el juego que nos hacen todo el tiempo desde la publicidad: “el corte que se usa este año”, “el pantalón que el año pasado nadie quería y hoy es tendencia”. Una parte de la industria se mueve así. Y si lo grasa deja de ser grasa, es más fácil venderles grasadas a todos.

Con respecto a ser grasa, habría que reformular el concepto del mal gusto. Es evidente que lo que uno consideraba mal gusto, ahora es de buen gusto de la mayoría. Cierta combinación de colores, por ejemplo. O andar por la calle como un pavo real no genera ni siquiera curiosidad del resto de los paseantes. Y muchos artistas de moda se visten deliberadamente grasa, que ahora parece ser IN.

Supongo que pasa lo mismo en el mundo de las ideas. Hace dos décadas ser de izquierda o progre era IN y hoy, gracias a la publicidad es OUT. O sea grasa. Esa es otra aplicación de la moda, tan vigente como la de la ropa. Y ser de derecha que era OUT, hoy es IN.

En fin, más barreras que caen. Y quizá es mejor. Así ya no se puede discriminar a nadie por ser grasa, aunque siempre se discriminará por otros motivos. Y menos simpáticos en la mayoría de los casos. Es un cuento de nunca acabar. Qué pena, porque a mí me gustaba dividir al mundo entre lo grasa y lo que no lo era. Sospecho que hoy, si uno le dice grasa a otro, ni siquiera sabría de qué estoy hablando. 

Estás OUT, Chiabrando.

 

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