Una vez finalizada “La Tesis Once” hay una ficha biográfica del autor. Dice, entre otras cosas, que nació en 1944 y que es bonaerense, que trabajó como carpintero y albañil, que en los años 70 “me proletaricé, ingresé al Astillero Naval Río Santiago”, que fue despedido en dictadura y “reincorporado por Néstor en el 2006”, que fue secuestrado y desaparecido en 1978, que fue blanqueado y enjuiciado por un Consejo de Guerra Especial, que fue testigo “en una gran cantidad de juicios de lesa humanidad en Argentina y en Italia”, incluido el de la condena a Miguel Etchecolatz.

Es decir, no se trata de Karl Marx y no sólo porque las fechas ni el personaje coinciden, sino porque “La Tesis Once” tampoco refiere a las “Tesis sobre Feuerbach”, escritas también por el autor de “El Capital”, sino a la última novela de Diego Barreda, hombre de Ringuelet, un barrio de La Plata muy pero muy alejado de Tréveris, la ciudad natal alemana de Marx. Por eso, para reafirmar la condición local del autor, la presentación de su novela, editada por Colihue, tendrá lugar el próximo 1° de agosto, a las 18:00, en el Centro Cultural y de la Memoria “Islas Malvinas”, en calle 51 y 19 de La Plata.

Pero dicho esto no está todo dicho. El 13 de mayo de 2023, Fabián Restivo publicó aquí mismo una nota que tituló “Nostalgias del porvenir”. Se trata de un reportaje a dos integrantes del grupo conocido como “Los sobrevivientes”, veintiséis obreros del Astillero Río Santiago que, entre cárcel y exilio no corrieron la misma suerte de otros cuarenta y seis trabajadores navales, muertos y desaparecidos durante la dictadura. Uno de los entrevistados por Restivo era Rubén Flamini y el otro Diego Barreda. La foto que ilustra la nota, tomada por el propio periodista, muestra a los dos hombres mirando hacia la cámara, pero como a sus espaldas tienen el casco de un buque en un dique seco -imagen que inexorablemente remite a su pasado militante- uno no puede dejar de pensar en que ambos, en realidad, están mirando mucho más allá de la lente de Restivo.

La mirada de Barreda en “La Tesis Once” va también más allá del clima de la derrota impuesta por el terrorismo de Estado. Con una prosa que sobre el lector cae como una tromba, el autor toma al período dictatorial -que es el contexto en el que transcurren la novela y sus personajes- como laboratorio para una reflexión sobre posibles victorias populares. Sin embargo, esto último no lo hace como un ensayo retórico. Es evidente que cuando sus personajes -militantes de Montoneros capturados durante la llamada Contraofensiva- se enfrentan a sus torturadores y cuando estos despliegan frente a ellos toda la crueldad de la que fueron capaces, Barreda no les hace decir ni hacer nada que él mismo no haya constatado en carne propia. De hecho, el autor no habla por boca de ganso, aunque él mismo no haya militado en aquella organización ni en ninguna otra vinculada a la lucha armada.

Allí, en el inframundo de las violaciones y las sevicias más brutales, la lucha por preservar la propia dignidad discurre por caminos que serían inimaginables para otras personas. Uno de esos caminos, descubre Barreda, es el de la locura. “La locura -dice el psiquiatra, uno de sus personajes- es un sistema de resistencia; una negación resistente ante la lógica del pensamiento dominante”, pensamiento que, en este caso, encarna el torturador. Y otro personaje, el de un prisionero, sobre el particular dirá: “Las ideas recalcitrantes del orden burgués llegaron sobre el terreno abonado por milenarios feudalismos y compraron el lugar. Llegaron antes que nosotros, afirmando que alga había que cambiar para que todo siga igual (…) Conclusión ecuménica y lamentable: las ideas incorrectas han usurpado el lugar preponderante de la materia viva organizada, el cerebro”. A lo que el psiquiatra pregunta: “¿Entonces?” Y el prisionero responde: “Nadie nace loco”. O sea, no hay locura porque sí y cuando la hay “(…) no es una disfunción orgánica; la locura es un intento de redefinir las pautas del existir, desde otra lógica aun sin consenso”. Esa lógica, en el chupadero, es la de quien se concibe momentáneamente derrotado, pero sólo momentáneamente. Su desquicio actual, provocado, prefigura otra racionalidad, el de un horizonte en el que la victoria derrote a la derrota.

Aquí, donde el antiguo obrero naval Barreda afirma, en boca de su personaje, que “nadie nace loco”, hay un cruce inesperado con Frantz Fanon, el psiquiatra nacido en Martinica y activo militante del Frente de Liberación de Argelia. En su “Sociología de una revolución”, escrito en 1959, Fanon atestigua: “Hay en el indígena una especie de super seguridad amplificada, que provoca en el plano del comportamiento ciertas manifestaciones particulares. (…) Individuos en plena turbulencia de confusión se lanzan fuera de sí mismos. Se los ve irrumpir en una calle o en una granja aislada, sin armas o blandiendo un pobre cuchillo mellado al grito de '¡Viva Argelia independiente, somos los vencedores!' Esta conducta agresiva, de expresión altamente violenta, termina la mayor parte de las veces con una ráfaga de ametralladora disparada por una patrulla (del ejército francés de ocupación colonial)”. Ni el soldado del colonialismo ni el esbirro de la dictadura de Videla, Masera y Agosti están en condiciones de entender que esos locos, con o sin comillas, son portadores de sus respectivas derrotas.

Barreda está convencido de que también hay otros caminos que conducen a la victoria sobre el opresivo orden vigente; que en todo caso no hay uno solo y que, tarde o temprano, todos confluyen. No es una casualidad que el carpintero y el albañil que en él conviven hayan elegido, para expresar su mirada esperanzada y esperanzadora sobre el futuro, a una mujer como personaje de sutura de todas las heridas y bálsamo para todos los dolores. La Polaquita, Matilde, Lunes; nombres que identifican a esa misma mujer desde su Itá Ibaté natal, pasando por la militancia juvenil, la clandestinidad, el exilio y el juicio y castigo a los genocidas, son para Diego Barreda los hitos figurados de una esperanza en permanente construcción. Aquí, desde luego, tanto el novelista como el antiguo obrero de Río Santiago rinden tributo emocionado al movimiento de los feminismos populares. Y más aún: cuando a través del descubrimiento de la pasión homosexual que los une, el prisionero y su psiquiatra marchan juntos hacia la muerte, el desparpajo que exhiben frente al torturador es un santo y seña de Barreda para toda la comunidad LGBTIQ+.

Por varios motivos “La Tesis Once” merece ser leída, pero si hay uno que no debería ser pasado por alto es que en estas horas, mientras algunas manifestaciones del pasado se hacen presentes como sombras ominosas, hay otras que alumbran la posibilidad de un nuevo día; la novela de Barreda habla de ello y no es poco.