"¿En qué afectan los lugares que crecí a mi arte? En quién soy", afirma la pintora Natalia Lorena Dumrauf, mejor conocida como Natu Dumrauf. Oriunda de Olavarría y criada en Mar del Plata, hoy lejos de su país reflexiona sobre cómo su experiencia en esos dos lugares de la provincia afectaron sus pinturas. 

A pesar de que su ingreso al arte fue de casualidad, recuerda que de distintas maneras siempre buscó su camino en la disciplina. Tuvo intentos fallidos en la música, con piano, guitarra y canto, con la cocina y con el baile. Fue hace 13 años que un amigo le pidió que le dibujara un logo. "Cuando volví a dibujar después de muchos años que no lo hacía fue como una revelación y sentí eso que estuve buscando siempre, esa conexión y esa paz, esa certeza. Cuando dibujar no fue suficiente, apareció el color y cambió mi vida para siempre. Creo que el arte golpeó a mi puerta un día y yo solo lo dejé entrar", afirma la artista que hoy reside en Mallorca. 

“Comprendí que el arte fue y es como aprender un nuevo idioma, un nuevo lenguaje y este es el mío. No podría expresarme hoy de otra forma que no sea esta: con colores, rayas, lunares y dibujos simples y ojos enormes; no intento ser algo que no soy. Mi pintura es simple pero directa y sincera, al igual que los niños”, puntualiza.

Alguna vez dijo que es "artista por necesidad". El oficio lo aprendió trabajando, a pesar de que al principio tuvo que escuchar muchos "no". "Pero no podía dejarlo, estaba decidida a dedicarme al arte. Quemé todos mis barcos y simplemente me enfoqué. Seguí intentando hasta que la primera de muchas puertas se abrió. Es como un llamado frenético a la acción en el que, en el proceso, apareció la obra", admite la artista autodidacta que se dejó atrapar por dos técnicas, el impresionismo y el cubismo.

Sobre los brazos lleva tatuadas las firmas de algunos de sus pintores favoritos. "Es en mi brazo derecho que es el que utilizo para pintar, con la intención de que un día cuando crea que haya logrado mi objetivo, poder añadir mi firma junto a las de ellos", afirma.

Los colores ocupan un lugar primordial en sus obras de acrílico sobre lienzo. Tanto es así que define que se reencontró a si misma a través del color, y sostiene que la misma obra le va pidiendo el color que sigue. "Es como una canción donde los pinceles siguen una melodía", dice. Sólidos, enteros, chillones, rodean de a pedacitos los personajes que retrata. Generalmente, bailarines de salsa, tanto mujeres como hombres, que fuman habanos vestidos de verano, como si el calor de un clima tropical también pudiera palparse. "Busco que las personas se sientan felices al ver mi obra. Los colores transmiten alegría, quiero que impacten, que la obra sea como un soplo de energía", afirma.

La impronta caribeña es fácilmente reconocible en aquellos personajes que retrata una y otra vez casi a modo de homenaje. "Hay un claro y fuerte rasgo cubano en mi obra. Soy bailarina de salsa, y el baile me regaló el amor de mi vida, Sebastián Martínez, y a mi hija Macarena. Por la salsa agarré el lápiz después de muchos años y hoy, a raiz de esto, soy pintora. Le debo a la salsa mi familia y mi arte, por eso siempre reaparece mi amor por esta cultura. La pintura y la salsa prevalecerán en mi vida hasta el día de mi muerte, de eso estoy segura", sostiene. 

A pesar de estar lejos de los lugares donde creció, afirma que nada podría haber afectado más su pintura como Olavarría y Mar del Plata. "Creo que todos llevamos ese bagaje de nuestra tierra, nuestra música, nuestras costumbres y nuestra gente. De mis veranos en Olavarría recuerdo el campo, el olor a leña y jugar en las calles de tierra. Y en Mardel tenía mis amigos, mis proyectos y ahí formé mi familia. Todo es parte y hace al artista, su personalidad siempre se refleja en sus pinturas", afirma. 

Sin embargo, también de esos lugares pueden convivir recuerdos tanto felices como algunos que no tanto. "Si bien tuve una infancia feliz, cuando tenía cinco años se fracturó y por estos secretos familiares donde se tapaban las cosas un tío de mi padre pudo cruzar una línea que me provocó años de pesadillas y que arrastré muchísimo tiempo. Quizás este uso del color y esta búsqueda del juego a través del arte vino a sanar algo que estaba roto de mi niña interior. Es la primera vez que lo cuento de manera pública", afirma. 

El arte funciona para Natalia como una forma de imaginar el mundo, como un puente hacia otros lugares y otros espacios. Además de los retratos caribeños, algunas de sus obras son reversiones de cuadros extremadamente famosos, como Terraza de café por la noche, de Van Gogh. Al preguntarle por qué las copia teniendo sus propias obras originales, la respuesta que da Natalia es muy simple: "Porque no me las puedo comprar". 

"Admiro y rindo homenaje a muchos pintores, y al pintar sus obras no solo aprendo de ellos sino que me desafío a ponerme sus zapatos y sentirme ellos un ratito. Sentir por un momento que estoy pintando el Guernica o la noche estrellada es algo glorioso y mágico y poder tener una re interpretación de sus grandes obras me hacen sentir un poco más cerca de mi sueño", afirma. Con la imaginación y la promesa como norte, Natalia continúa depositando sus deseos en el pincel.