Mi bobe (abuela) solía contar que, cuando era chica y vivía en su pueblo natal, muchas veces se acostaba a dormir en Bielorrusia y amanecía en Polonia, Lituania, Rumania, Rusia, Ucrania, sin moverse de su cama y sin que nadie la hubiera trasladado: eran las fronteras las que se movían al son del vaivén político, bélico, social o simplemente la voluntad de los poderosos de turno. Como ella era judía y humilde, su situación no cambiaba por estar en uno u otro país; simplemente se trataba de saber quién los iba a perseguir hoy. Y muchas veces eran los mismos de ayer, que también habían “migrado sin moverse”.

En estos días, no puedo dejar de recordarla ni de pensar que uno, yo mismo, quizás, se acuesta siendo progre y se despierta no siéndolo más, y no porque uno haya cambiado sus ideas, para nada, sino porque “lo progre”, “lo políticamente correcto”, “lo que está bien” aprovechó la noche para deslizarse sigilosamente hacia otros territorios a los que sin duda uno no tiene ganas de ir, para nada.

Por dar un par de ejemplos: hace no mucho, la derecha era “lo que concentraba” poder, recursos, dinero, y la izquierda “lo que distribuía”. Los anarquistas proponían “Sin Dios ni amo”; la expresión “anarcocapitalista” hubiera hecho que mi bobe cayera desmayada en un soponcio contradictorio, y el médico diría: “Esta señora padece de oxímoron agudo, déjenla descansar tranquila y evítenle los noticieros, las redes sociales y los rumores, a ver si logra recuperar el equilibrio lógico”. Pensar que alguien podría, en menos de 30 años “votar a Alfonsín, o a Néstor, y luego a Macri”, o votar “a Cristina y luego a Milei” sin que se le cayera la cara –o al menos la máscara, o ponele, la neurona– es duro.

Creer que lo que divide al mundo es la raza, la religión, la nacionalidad, el sexo, el género, o incluso “la autopercepción”, y que el hecho de tener cierto color, ciertos genes –o no tenerlos– te hace inmediatamente bueno o malo, está, quiero decirlo, muuuy lejos de lo que yo creía que era ser progresista…, pero las fronteras se autoperciben autos, o aviones, y se mueven más rápido que un e-mail.

Y ni que hablar de cuando se confunden derechos –o sea, para todos– con privilegios –o sea, para algunes–.

Cuando uno “se muda sin mudarse” la primera sensación es de extrañeza. Porque en ese nuevo “país” parece que se habla el mismo idioma, pero no. Se usan las mismas palabras, pero quieren decir otras cosas. “Significantemente chiflados”, podría decir un lacaniano, dando allí mismo por terminada la sesión de tres segundos. Las palabras “libertad”, “justicia”, “igualdad”, “pueblo” “derechos”, “pensamiento”, “agresión”, “discriminación” y vaya a saber cuántas más cambian sus sentidos. Es difícil, entonces, encontrar personas que tengan tu misma “huella migratoria” con las que entenderse. No imposible, no, pero difícil.

Creí entonces oportuno consultar al Licenciado A. Sabía que esta vez no me iba a atender su contestador, porque fue despedido sin indemnización, por lo que esperaba que me atendiera él mismo. No fue así. Me atendió una voz humana, pero diferente.

–Disculpe, Rudy, el Licenciado A. no lo va a poder atender porque se fue de vacaciones de verano a Mar de las Panzas. Sí, ya sé que estamos en julio, pero resulta que él recién pudo cobrar la semana pasada la plata que pensaba usar para irse en febrero. Y parece que como ahí no están en temporada y no hay turistas, está todo carísimo pero no tanto, así que se va a quedar unos días más y se toma las del verano que viene en un solo viaje. Hablando de eso, si le puede transferir unos mangos a cuenta de sus próximas angustias…

–Perdón, pero ¿usted quién es?

–Soy Gutiérrez, un paciente del Licenciado A. Como no le pude pagar unas sesiones, hicimos un trueque, y le atiendo el teléfono en su ausencia.

–¿Y cómo sabía que era yo?

–Pues porque el Licenciado me dijo: “Si llama uno que no está loco pero sí angustiado, es Rudy”.

–Ajá –me di el gusto de decirle, y corté.

La llamé entonces a la Licenciada A., que no es la mujer del Licenciado A. ni “su lado femenino”, sino una socióloga, excelente profesional, con quien compartimos un tiempo hace años, pero finalmente me expulsó de su campana de Gauss.

–Hola, Rudy –me dijo.

–Hola, A. ¿Cómo supiste que era yo?

–Porque nadie más me llama, la nueva onda autoperceptiva es “esperar que el otro/a te llame a vos y responderle con cordial indiferencia, como si te importara, pero no”.

–Bueno, A., te llamo porque no soy más progre, aunque sigo siendo progre, lo que pasa es que los que eran progres para mí no son progres, casi diría que son “regres” y se deliran en fundamentalismos casi tanto como los que eran y siguen siendo fachos y parece que tuvieran la cabeza en “Alfa Centaure”, que estaría siendo invadida por “Andrómeda” y…

–Vos nunca le embocás al “tempo” –dijo acertadísima, porque es lo que también me pasa si trato de cantar algo–, y querés seguir siendo singular.

–Es que si no fuera singular, no sería uno, sería muchos, y no existe la “ley de identidad de número”. No puedo pedir que me den 10 DNI, decir que soy 10 mentes atrapadas en un solo cuerpo y…

–¿Ves? Ese es tu problema, siempre tratás de apegarte a la ley… ¡No cambiás más! –Y cortó.

En fin… ¿Alguien sabe cuándo y dónde es la próxima reunión de “Progres Anónimos”?

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video estreno de Rudy Sanz “Anali de sangre”, monólogo del pelado Pepe: