Ocurrió hace poco más de diez años. La muestra en el Centro C. Borges organizada por “Yuyo” Luis Felipe Noé y por Eduardo Stupía en el espacio curatorial “La línea piensa”. Llevaba por título “Miguel Ángel Bustos-Emiliano Bustos. Todos es siempre ahora”. Iniciada el 19 de diciembre de 2013, iba a durar hasta el 24 de febrero de 2014, pero repentinamente algo hizo que fuera levantada de antemano.

No se sabe bien cómo ocurrió, pero a mediados de enero uno de los cuadros expuestos en la sala desapareció como por arte de magia. Por sus pequeñas dimensiones, alguien lo debe haber colocado en una mochila o un bolso, porque los guardias ni se percataron del robo. Las cámaras del lugar nada captaron tampoco; aunque lo cierto es que la pérdida de la pieza sustraída tenía un valor inconmensurable, especialmente por la categoría del artista Miguel Angel Bustos, detenido y desaparecido por la dictadura en 1977, cuya obra visual y poética (también la periodística) a esta altura es estudiada en la Argentina y en el mundo.

Por entonces los mismos Noé y Stupía escribieron en el diario Página/12 una nota (https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/31114-7779-2014-01-21.html) en la que expresaban un acto injusto con la memoria de Miguel Angel y la correspondiente desaprensión con la que el Centro Cultural Borges se comportara en el caso, frente a la obvia obligación de garantizar la seguridad de las obras de arte exhibidas.

El cuadro en cuestión se trataba de una pieza de serie, con reminiscencias a la obra plástica de William Blake. basada en técnica mixta de dibujo y acuarela, firmado y fechado en 1969; fecha en la que el poeta venía bocetando “El Himalaya o la moral de los pájaros” (libro de 1970), donde la reescritura de códices precolombinos (isomorfismo texto/dibujo) cumplían una función central del arte poética.

La muestra que visité por entonces, fue para mi una de las más impresionantes que se hayan realizado en términos de transmisión generacional entre la obra de arte de un hijo y su padre desaparecido. Emiliano y Miguel Angel (podemos decir Bustos & Bustos), se amalgamaba en el tiempo, en una conexión cósmica. Una herencia sin interrupciones. El padre quería pintar el verbo, y al escribir sus poemas alucinados que los dibujaba, y ese dibujar era para él como si los escribiese. El hijo, Emiliano, que solo alcanzó a estar con su papá hasta los 4 años, asumió ese tiempo como suficiente para sentir el arte como proyección de vida. A su manera heredó la poesía y el dibujo. A su manera fue armando su propio trazo/imagen, hasta conformar una obra que (hoy) es espejo y bisagra de dos generaciones conectadas por un misterio y talento, del que su madre Iris Alba, tampoco es ajena (https://www.pagina12.com.ar/330631-la-mujer-escondida-en-la-tapa).

Lamentablemente aquella muestra no tuvo mayores repercusiones, y como siempre ocurre, comenzó a tenerla cuando desapareció el cuadro y debió ser levantada.

Pero lo curioso del asunto es que, por entonces, al mismo tiempo que la investigación policial sobre la desaparición de la obra de arte no conducía a nada, lo que sí conducía a algo era la aparición del cuerpo de Miguel Angel. Extraña paradoja o sucesiones, mientras la pintura desaparecía, comenzaba a aparecer el cuerpo del artista. El misterioso destino que algo quita y, a la vez, algo da.

En efecto, días después del siniestro en el Centro C. Borges, el Equipo Argentino de Antropología Forense, anunció a su hijo Emiliano que los restos de su padre habían sido hallados en un sector de fosas comunes del cementerio de Avellaneda. Los análisis determinaron que Bustos fue fusilado de, al menos, dos disparos en la cabeza en junio de 1976, un mes después de haber sido desaparecido.

A esta altura el cuadro sigue sin aparecer. Y la investigación no parece arrojar pistas. A modo de recuerdo y homenaje, dejo aquí a los lectores para que puedan acceder al catálogo de aquella muestra exhibida e interrumpida hace diez años: http://www.fundaciontrespinos.org/wp-content/uploads/2014/04/la-linea-piensa.pdf