Lo sucedido esta semana en el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, lamentablemente, no fue una sorpresa: desde su designación, Carlos Pirovano, un burócrata sin ningún conocimiento específico ni relación con el mundo de la realización audiovisual, dejó claro el objetivo. Es, en rigor, el modus operandi del gobierno de Javier Milei, que nunca ocultó su intención -más bien hizo bandera de ella- de demoler el Estado, anular su rol impulsor de políticas que hagan al bienestar general. El decreto 622 utiliza el conocido recurso de señalar falazmente "curros" para justificar una tarea de demolición que, como señalaron las personalidades entrevistadas por este diario al día siguiente, entraña un golpe mortal para la producción argentina.

La autarquía del Incaa empieza a ser una quimera. Las mismas contradicciones que se verifican desde el 10 de diciembre de 2023 encuentran aquí otro capítulo: al tiempo que el elenco mileísta repite una y otra vez que el Estado no debe intervenir en nada, la disposición deja todo el poder de decisión en manos de un funcionario del Estado, el Presidente del Incaa. El decreto lleva las firmas de Milei y de otros personajes que nos han acostumbrado al dislate oficial, como la canciller Diana "Los chinos son todos iguales" Mondino y Sandra Pettovello, la ministra de "Capital Humano" (?) que presenta innumerables recursos judiciales para que los alimentos se pudran en depósitos y las frazadas sigan empacadas mientras los más desamparados pasan hambre y frío. Hasta aquí, quienes en campaña prometieron "eficiencia" -entre otras cosas- cumplen sobradamente en su eficiente ejercicio de la crueldad.

No es novedad que la "cuota de pantalla" exigía ajustes y reconfiguraciones, el mismo Fondo de Fomento tropezaba en laberintos burocráticos. Es algo que los representantes del cine argentino vienen señalando desde hace tiempo. Pero el decreto no busca resolver ninguna de esas cuestiones sino que establece un cambio de paradigma: levanta cualquier tipo de barrera a un escenario de por sí concentrado, en el que la poderosa industria de Hollywood domina las pantallas a su arbitrio y ahora ya no tendrá que lidiar con molestas regulaciones que pretenden dejarle algún espacio al cine argentino producido desde los márgenes.

Las declaraciones de productores, cineastas, intérpretes, no son exageradas: sin un mínimo de pantallas garantizadas, sin acceso a una financiación que permita diseñar un  plan de producción con cierta previsibilidad, las películas que hacen inflar el pecho a unos cuantos cuando levantan premios en festvales internacionales quedarán condenadas a un Excel imposible. El Festival Internacional de Mar del Plata, único "Clase A" de América Latina, cae dentro del casillero de los "gastos inútiles" de la visión mileísta. Diseñar un esquema imposible y luego condicionar el fomento a "la calidad y posibilidades de exhibición, audiencia y recuperación de los fondos otorgados" es una trampa perfecta. Cabe preguntarse por la preparación de Pirovano para dictaminar sobre la "calidad" de las películas. 

La mención a "preferencias ideológicas" en el decreto resulta bastante más clara. El 20 de julio, este diario dio cuenta del código de censura existente en espacios culturales dependientes del Estado Nacional: el director, productor e historiador Goyo Anchou detalló que se encuentran vedadas las temáticas LGBT, feministas, críticas a la dictadura y cualquier defensa del gobierno anterior. Para agregar un detalle de puro chiquitaje e inquina personal, la lista de cuestiones vedadas incluye cualquier participación de Lali Espósito. Todo esto se produce en un contexto que también instala un recurso conocido desde los tiempos de la dictadura 1976-1983: el temor, la desconfianza generalizada, un clima que estimule el "no te metás" para seguir arrasando con todo sin que se eleven voces críticas. Aunque se sepa que no tiene mucho sentido cuidar la propia quintita cuando esa quintita pueda progresivamente tender a cero.

Todo ello sucede en un turbio contexto de supuesto "acompañamiento" de la opinión pública que produce interrogantes que exceden a esta columna. Pero sí cabe preguntarse, a medida que la actividad económica se desploma y desaparece todo intento de asistencia y estímulo del Estado, cuántos están dispuestos a sostener la teoría de que "había que terminar con los que viven de la teta del Estado". Este domingo terminan las vacaciones de invierno, que desde 2011 contaban con un magnífico espacio abierto a quienes no pueden pagar una entrada de miles de pesos para un espectáculo o propuesta de esparcimiento. Pero en 2024 Tecnópolis fue convertido en un espacio privatizado de hecho, preludio de negocios aún mayores para amigos de los amantes del "libre mercado". Otra vez, la excusa fue "los muertos" dejados por la gestión anterior, cuidándose muy bien de dejar en las sombras que todo pago del Estado se efectiviza a 60 o 90 días de concretada una prestación. El gobierno de Alberto Fernández seguramente debió liberar pagos por acciones concretadas durante el de Mauricio Macri. Pero aquí la cuestión administrativa volvió a ser presentada como "curro", para dar paso a negocios como cobrar entrada para el parque de dinosaurios o habilitar el espacio a Flavio Mendoza, que está lejos de necesitar a Tecnópolis para presentar sus espectáculos.

Mientras tanto, casi todo espectáculo de la pujante actividad teatral termina con alguna mención de sus elencos a la desesperante situación del área. El combo de subsidios congelados, aumento sin control de alquileres y tarifazo bestial de servicios de energía pone a la creación teatral contra las cuerdas. Otra vez: muchos hinchan el pecho cuando alguna figura internacional destaca la potentísima producción argentina, la rareza de una Buenos Aires de descomunal oferta en número y calidad. Pero nadie parece dispuesto a quitarle las manos del gaznate.

¿Eliminará esto toda forma de resistencia cultural? Por supuesto que no. En los años '70 y comienzos de los '80, cuando se alentaba el pasatismo o la celebración del "Proceso", hubo cine, teatro, música, danza, literatura y periodismo que escaparon al cinturón de hierro, que antepusieron una creatividad inquebrantable a la falta de recursos, herramientas y difusión. Lo novedoso aquí es la firme voluntad de destrucción, de ahogarlo todo y que triunfen los más fuertes, que tienen todo a su disposición para imponerse. Lo novedoso es una fría maldad que ni siquiera llegó a expresarse del todo en el macrismo, que no se distinguió precisamente por su tolerancia a lo comunitario. Hernán Lombardi hizo todo lo posible por destruir Télam, pero ni siquiera él se atrevió a desactivarlo de raíz. En la decisión de poner a radios de todo el territorio argentino a repetir una voz porteña contando la frecuencia del subte hay un desprecio y un cinismo que quedó de manifiesto en este crudo invierno: las localidades aisladas por la nieve se quedaron a ciegas y sordas, desprovistas de su única vía de comunicación regional. 

Cuando esto sucede en poblaciones que le dieron el triunfo por amplio margen a Javier Milei y su compañera reivindicadora de genocidas, del mismo modo que cuando cierra una fábrica que era el sostén del lugar, aparece otro riesgo. Se puede apreciar en las redes sociales, especialmente en la cloaca X donde un troll libertario puede proferir atrocidades sin que se "vulneren las normas" del club de Elon Musk: a veces aparece, dicho de una u otra manera, quien dice "ma sí, jódanse, ustedes votaron esto aunque se lo advertimos de mil maneras". Quizá es producto de la frustración, la imposibilidad de comprender cómo se llegó a este escenario, más allá de los errores y defecciones de los "nuestros" y sus tibiezas actuales. Pero aunque duela, aunque la tentación sea grande, habrá que evitar por todos los medios transitar ese camino. El gobierno de Javier Milei, Victoria Villarruel, Luis Caputo, Federico Sturzenegger y sus secuaces no descansa en su compendio de crueldades e iniquidades reforzadas por el cinismo de asegurar que sus tropelías se cometen por el bien del pueblo argentino. Pero celebrar que las consecuencias estén alcanzado a casi todos -los millonarios, los poderosos, son felices- para que al fin aprendan la lección, para que repiensen las falacias que germinaron en nombre de la demonización del peronismo, es otra forma de envenenarnos. Otra derrota más. Cuando acecha la maldad, nos quiere hundir el diente a todos.