La semana pasada con Estela de Carlotto, Raúl Zaffaroni, Horacio González, Susana Rinaldi y Cristina Banegas hicimos público en el Congreso de la Nación un documento que denuncia el desquicio jurídico en que el Gobierno y buena parte de la magistratura han colocado a la República Argentina, nunca en democracia de manera tan grave como ahora.
En mi intervención, sostuve que desde el violento encarcelamiento a Milagro Sala y la seguidilla de castigos medievales que se le aplican, lo que pensamos que era un caso excepcional resultó ser, ahora está claro, una política del gobierno radical-macrista. Lo que pone en riesgo no sólo a ex funcionarios que fueron apresados sin juicio ni condena y en espectáculos circenses, sino a la ciudadanía toda. Porque se trata de un quiebre peligrosísimo del Estado de Derecho.
Pero además estamos asistiendo al perverso triunfo de la “Antipolítica”, ese negacionismo popularizado que desde hace años viene creciendo en todo el país y en todas las clases sociales. Y que ahora ya muestra un correlato electoral extraordinariamente peligroso. Porque los actuales gobernantes llegaron y se legitiman montados sobre la mentira de presentarse también ellos como antipolíticos. Se pretenden sólo empresarios exitosos cuando en realidad encarnan lo peor de la política (el sectarismo y el exclusivismo clasista) y son tan o más corruptos que todos los corruptos de la historia política argentina juntos, como lo prueban sus innumerables fechorías en Panamá y otros lares, donde acumulan miles de millones de dólares robados al esfuerzo del pueblo argentino trabajador.
Claro que estos tipos y su funcionariado porteño y cajetilla son todo lo malo que los lectores quieran pensar, pero hay que reconocer que supieron y saben leer las aspiraciones de gran parte de la gente común. Laburan e invierten millones en detectar lo que “la gente” quiere o sus medios hacen que “crea que quiere”. Y entonces le hablan en su idioma, el de ahora, que es precario y binario. No en el de la historia peronista del 45 al 2015, ni la radical del 16 al 30 y el 83 al 89.
Por eso, si desde la oposición se sigue creyendo que el macrismo es puro gorilismo antipueblo que “no entiende” ni le importa la gente de menores recursos; y si se continúa convenciendo convencidos, el futuro puede ser más negro que este miserable presente formateado por mentimedios y telebasura.
La esperanza de ganar futuras elecciones porque “la gente vota con el bolsillo” también es pueril. Y no porque no sea cierta en algunos sentidos, sino porque no es una verdad absoluta ni el bolsillo es lo único que determina el voto. En realidad nadie “sabe” por qué las ciudadanías una vez al año o cada dos, van y votan en secreto lo que se les da la gana. Y eso es lo grandioso de la democracia. Por eso la economía tampoco es decisiva, como descubrieron estos tipos. Se pueden manejar millones de datos, estadísticas y evaluaciones de instituciones o técnicos más o menos respetables, pero no está probado que la parafernalia de economistas y economicismos en la tele hayan determinado el voto popular.
Los macristas siempre atildaditos, joviales y cancheros, hablan como predicadores –sin ponerse colorados– prometiendo igual que prometieron en 2015 a sabiendas de que no iban a cumplir un corno. Hablan con discurso de apariencia racional, mentiroso pero seductor y sin gritos, sin enojarse, sin piquetes en las calles y más bien con caras de resignación ante las calamidades que afectan también a las clases medias y bajas. Es un discurso basado en la antipolítica, que es la gran triunfadora de las últimas elecciones.
Esa prédica canalla se monta sobre el entendible y genuino hartazgo de millones de ciudadanos/as que se fastidian a coro y repiten que “los políticos” son “todos chorros”, y a los que el macrismo ha convencido de que ellos no son políticos sino gente de buena voluntad que viene a “cambiar” las cosas.
Y así la pobre inocencia de la gente –esa maravillosa definición de León Gieco– se traga el supuesto “cambio” sin reparar que estos chorros, que son chorros de siempre, son lo peor de la chorrería.
Difícil de digerir lo anterior, pero necesario para volver a enamorar a una sociedad que entre otras cosas y aunque no nos guste es capaz de preferir gerentes chorros bien vestidos y de buenos modales en lugar de bombos, choripanes y marchas multitudinarias.
Así estos tipos curran con la soja, los latifundios y el extermino del otrora país de las vacas y el trigo. Han logrado invisibilizar todo y no sólo el territorio nacional hiperconcentrado y cada vez más desnacionalizado en superficie, y privatizado en subsuelo. También la corrupción, hoy un vacío vocablo de gritería hacia el pasado, que por eso mismo invisibiliza el feroz choreo familiar y de amigos del radical-macrismo. Y ni se diga la Constitución Nacional, que es la esencia de toda corrección pero que a muy pocos argentinos importa.
Todo esto obliga a reconocer y repensar varias cuestiones: a) que nuestro país hace 40 años era una carnicería y nos costó muchísimo recuperar y rehacer la democracia. b) que de la mala política se sale con mejor política, no con antipolítica, y ésa es la batalla que habrá que ganarle a las mafias en el poder. c) que eso significa cuidar el umbral democrático logrado e impone conciencia, serenidad, repudio absoluto a la violencia y cuidado militante de la Paz. Porque estos tipos son violentos y por eso han remilitarizado la república, no contra enemigos externos, que no tenemos, sino contra el propio pueblo del que somos parte. Y d) que es urgente no caer en depresiones que desmovilizan, que es lo que quiere este gobierno.
Las pelotas con la depresión, entonces, porque se trata de reconstruir el sueño de la Patria que casi 50 millones de argentinos y extranjeros hoy queremos y merecemos. De Utopía se trata; de Idearios como el que propone El Manifiesto Argentino y que llama a recuperar el sueño de un paíz libre, democrático, independiente, soberano e inclusivo. Para lo que hay que pavimentar el camino de la Confluencia Nacional y Popular que expulse a estos tipos políticamente, es decir con votos conscientes y contados manualmente uno por uno, y que conduzca a una nueva Constitución Nacional.