Isidoro está llegando al punto de encuentro. Lo veo por la ventana en su andar tranquilo, que al mismo tiempo no se condice con la mirada atenta que observa a uno y otro lado y permanece alerta a cada estímulo. En menos de 50 metros saluda y lo saludan al menos cuatro personas diferentes. Con cada una se toma un segundo, dos o varios para intercambiar alguna palabra. ¿Es un rockstar? No, es Isidoro Zang, quien regala sonrisas y abrazos a cada paso.

Se sienta en la mesa del café, se quita la gorra y maldice la impuntualidad del remisero que tardó más de 25 minutos en llegar a su casa cuando le habían confirmado el arribo en 5. Isidoro fastidia con la impuntualidad salteña que le parece una constante falta de respeto, y la maldice como si hubiera arribado a Salta hace pocos años, sin embargo, lleva 50.

Se sienta, putea y se ríe, eso confirma que la persona que tengo enfrente es Isidoro Zang, el que se prepara para la entrevista. “¿Estás seguro de hacer esto?”, me dice mirándome a los ojos con sonrisa cómplice. Entiendo el juego y le retruco, “es experimental, vamos a ver qué pasa”. Crecen las carcajadas y la conversación comienza con señas suficientes de la confianza dada por el fotógrafo que se dedicó a retratar la Salta citadina y cultural.

Isidoro Zang de Niño

-¿Quién es Isidoro Zang?

-Tengo 78 años, en pocos días voy a cumplir 79. Creo que soy un tipo, para todo el mundo, complicado, aunque creo que no soy tan complicado, lo que pasa que contesto todo y no me quedo callado. Me molestan determinadas cosas y las digo, cosas que los demás saben pero no se animan a decir o a mencionar. Errores y esas cuestiones tenemos todos los seres humanos, no me creo un maestro ni que tengo un don, soy Isidoro, un tipo cualquiera. Y si tengo popularidad se debe a que tengo 50 años de profesión en Salta. Para algunos soy un hijo de puta y para otros soy la mejor persona del mundo, como pasa siempre. Y lo peor es que soy judío y progresista, y eso molesta, y a mi lo que realmente me molesta es que me han llegado a decir que era un judío de mierda, eso sí molesta.

-Naciste en Buenos Aires. ¿Cómo fue tu niñez y tu adolescencia antes de Salta?

-Tuve la suerte de tener unos padres que me involucraron y me enseñaron la cuestión de la cultura. Mi padre y mi madre biológica, ella falleció cuando yo tenía siete años y después me crió la hermana de ella, mi tía, los dos vinieron de Polonia. Mi madre vino en la época donde los cosacos entraban y atacaban los barrios judíos, entonces huyeron a la Argentina. Mi padre y unos primos mios más grandes militaban en el Partido Comunista en Polonia y les avisaron que se vayan que si no los iban a hacer boleta. Así que él vino en 1926 a la Argentina y se juntaba con los judíos progresistas, muy metido en un teatro que frecuentaba esa parte de la colectividad que era el teatro IFT (teatro popular judío), se reunía con los amigos, siempre metido en la cultura. Entonces de eso me empapé, siempre me incitaron a que leyera. Después cuando vine a Salta ví que había posibilidad de involucrarse en el tema de la fotografía, que me gustaba mucho, yo siempre soñé con tener un negocio de fotografía, la imagen siempre me llamó la atención, y cuando vine ví que había también mucho tiempo y que podía empezar con la fotografía. Entonces empecé a asistir a los fotoclubes, que era lo que se manejaba en esa época y desde ahí no pare más. En un momento me separé y me quedé sin nada, porque la óptica que tenía se fundió y fui a la Casa de la Cultura a pedir si me daban espacio para dar clases de fotografía. Estaba Ramiro Peñalva en ese momento y me dijo que sí, y ahí empecé mas fuerte todavía a trabajar. Después de un tiempo me ofrecieron entrar en prensa de Cultura y trabajé ahí unos años. Después volví y fuí el fotógrafo que cubría casi todas las cosas de cultura, cuanto evento había: conciertos, recitales de rock, teatro, poesía… y ahí empecé a conocer a la gente de Salta.

El Dúo Salteño en el Bar Madrid, de Salta (Imagen: gentileza Isidoro Zang).

-¿Entonces la cámara la agarraste en Salta?

-La cámara la agarré en Buenos Aires, porque en la familia había un tío que filmaba y sacaba la foto familiar. En un momento dado, siendo adolescente, mi padre le compra a un marino mercante una cámara de fotos y me la da a mí para que yo la usara. Nos juntamos con un amigo del barrio, que también le gustaba la fotografía. En casa había un asador en la azotea, entonces pedimos permiso para tapiar el asador y ahí hicimos el laboratorio de fotos, por eso siempre digo que mi primer trabajo fue en las noches de verano que íbamos al teatro Caminito en La Boca, sacábamos fotos, las revelábamos, las imprimíamos y al día siguiente volvíamos a ver si algún actor o alguien quería comprar. Pero de lleno me metí cuando vine a Salta.

-Retrataste en 50 años de profesión a grandes personajes de Salta…

-Le saqué muchas fotos a la gente de aquí, al Dúo Salteño, a la Melania Pérez con Icho Vaca, Dúo Herencia, Falú, Hugo Aparicio, Walter Adet, Alejandro Arroz, y muchos artistas que venían de Buenos Aires a poner los espectáculos en la Casa de la Cultura: Osvaldo Bayer, a Baglietto y Vitale. A León Gieco le hice fotos cuando vino al Balneario Municipal que lo había traído la UNSa; Ernesto Sábato, Luis Salinas, Chango Spasiuk,  Joan Manuel Serrat. También estuve involucrado con el automovilismo. Cuando vino Alfonsín a Salta también le saqué fotos. Después con los políticos de acá, le hice la campaña a Roberto Romero, todavía no puedo descubrir quién me recomendó, la cosa es que cuando se presentó para las elecciones del 83 le hice las fotos de toda la campaña. Es desde ahí que conozco a todos los políticos. Me acuerdo que mi vieja me decía, “¿por qué no entrás a trabajar en el gobierno?”, y en realidad cuando entré a trabajar, siempre fui proveedor del Estado, nunca estuve contratado, nunca tuve trabajo fijo con nadie.

-Hablando de fotografía, elegís retratar lo cotidiano, ¿por qué ponés el ojo ahí?

-¿Sabés lo que pasa? Que me interesa el ser humano, los tipos que están al lado mío. Yo subo al remis y hablo, voy al bar y hablo con el mozo, puedo hablar con un político, músico, pero me interesa el común de la gente, cómo viven, cómo se manejan, hablo con el que está en el estacionamiento cobrando. No tengo ningún problema, no se me cae el estatus, busco a la gente que no está fotografiada comúnmente, o solamente cuando aparece en el obituario, cuando los asesinan, o cuando el sistema se los come. Esas cosas me interesan, porque la verdad que son las fotos que van a quedar, no va a quedar la foto de arte, van a quedar para el museo, pero esa foto de la cotidianeidad son las que quedan, son las fotos que dentro de 10 años van a llamar la atención, como llaman la atención las fotos antiguas que se ven ahora.

-En una provincia con un paisaje muy fuerte, elegís lo urbano y la ciudad. ¿Por qué?

-Es que ¿sabés qué pasa? que el paisaje de Salta no es el mío. Yo no crecí con este paisaje, entonces todavía después de 50 años me cuesta entender ciertas cosas de la gente. Yo vengo de otro paisaje, otra forma de hablar, sí me gusta el folclore, aunque tampoco me gusta la exageración que todo lo mejor sea el folclore, porque el tango también es folclore, yo nací en Buenos Aires. Me parece que Salta necesita abrir un boquete en la montaña para ver el horizonte, para pensar que atrás de la montaña hay otra cosa. En todos los ámbitos necesitás ver qué hacen otros, no para hacer lo mismo, sino para interiorizarte, pensar que podés armar otra cosa dentro de esta ciudad. Pero mucha gente dice que no hay que traer nada, que acá en Salta tenemos de todo, que somos lo mejor, no tenemos que traer nada de afuera... hay que traer gente de afuera, pero hay que traer gente que te enseñe, no al amigo para que venga a colgar una exposición porque el del museo es amigo, y en el fondo te trae para ir a comer un asado. Eso no, hay que traer gente que sepa, que te instruya en todos las áreas. Y a veces se torna difícil porque cada vez que vos tratás de traer a alguien de afuera, te dicen que no hay plata, y después viene cada chanta que cuesta más caro que el tipo que sabe.

Mempo Giardinelli, Carlos Hugo Aparicio, el contador público Fabián y Raúl Eduardo Rojas (Imagen: gentileza Isidoro Zang). 

- Sin embargo, hace 50 años que estás en Salta, seguís eligiéndola…

-Me fui quedando, me fui quedando… sí, me siento cómodo con los amigos, soy bien recibido, vos viste que entro, saludo, me cago de risa con el otro. Problemas tengo pocos, no me creo el genio, trato a la gente como corresponde, todas esas cosas de los que están 13 escalones más arriba que uno, no me va, no es lo mío.

-Recibiste todos estos años de carrera muchos premios, sé que tenés una particular visión del tema, pero, ¿qué significan para vos los premios?

-No me desesperan los premios. Participé en algunos concursos, hay premios a los que no mandaría nada, pero la competencia para mí no es decir soy mejor que el que sacó el segundo premio, el tercero o la mención, sino es saber que vos podés hacer algo que puede ser interesante. Yo no saco fotos para otros, si a la gente le gusta la foto, me parece bárbaro, y si no le gusta, también. No hago fotos para satisfacer a todo el mundo, ni a los coleccionistas, ni a los curadores de arte, ni a los galeristas, ni a los críticos, yo hago las fotos que a mí me gustan, nada más. Escribo algo de poesía también y me pasa lo mismo. Pero sí me molestan muchas cosas del ámbito cultural porque sé que lo que pasa en el interior no es lo que te muestran ‘pour la galerie’, como se dice. Ya no voy más a las inauguraciones, tiene que ser un amigo, porque, las inauguraciones, después de trabajar tantos años, el caretaje me mata, entonces voy después tranquilo para ver. Están tomando una copa de vino tinto o un champán y van todos como el pez a la carnada, eso no es lo mío. No digo que no me guste el champán, pero no voy a ir a una muestra a comer dos sanguchitos de miga y tres empanadas, todavía puedo pagarme una empanada, un sándwich o para comprarme una botella de champán para la casa.

-El año pasado te dieron el Gran Premio de Honor en el Salón Provincial de Artes Visuales. A esa inauguración no te quedó otra que ir. ¿Qué significó ese premio?

-Primero me tomó por sorpresa porque esta era la cuarta o quinta vez que me presentaba, digamos que como los jurados no eran de acá, aunque estuvieron acá, vieron que uno tiene 50 años de laburo y creo que lo que premiaron fue eso más allá de la obra, el estar 50 años constantemente.

Obra ganadora del Gran Premio de Honor del Salón de Artes Visuales 2023.

-La foto del gran premio no era costumbrista, era otra cosa…

-La del Gran Premio fue que de casualidad caí en el matadero municipal, porque una chica que estudiaba arte ahí me dice que quería que le haga una foto en el matadero... y entré en la época que estaba un desastre, y me hizo acordar a un campo de detención por las manchas en la pared que podían ser de la sangre de los animales, por los arneses que había para colgar el ganado, todo ese tipo de cosas. Entonces hice una serie de fotos y esas son las que presenté en el Salón. Bueno, no sé si sirven o no sirven, pero qué bueno si la gente ubicó la comparación que yo quería hacer entre el centro de detención clandestino y lo que es el matadero.

-Después de 50 años de residencia en Salta, ¿te dieron la credencial de salteño? y si te la dieron ¿la aceptás?

-He aceptado tantas boludeces en mi vida, una más...

-¿Cuál elegís de tus fotos y cuál de tu vida?

-De las fotos que saqué yo, posiblemente las que estén mis hijos en distintas épocas, y la de mi nieto, pero todas las fotos que tomo tienen de alguna manera una cuestión afectiva. Y de las que me sacaron, una que me hace reír, cuando era bebé y andaba en un caballito de madera con unos zapatos guillermina blancos, me hace cagar de risa… las fotos de mi padre, de mi madre, de mi tía que fue mi madre después. Pero no tengo esa cosa de los afectos familiares, no tengo, no me preocupa, me aferro a lo que tengo cerca. Y después hay muchas fotos con los amigos que hice en el ambiente.

Isidoro junto a amigos y amigas (Imagen: gentileza Luis Bravo).

-¿Qué planes tiene Isidoro?

-Tratar de morirme rápido.

-No te creo...

-Vos sabés que sí, porque uno empieza a cansarse de ciertas cosas, y sobre todo los problemas de salud, no quiero ser una carga para nadie, no me preocupa la muerte en sí, me preocupa que me agarre, como le pasa a mucha gente, y tenga alrededor mío la gente que diga, "saquen al nono que hay sol, metan al nono que llueve", no me gusta eso, no quiero hacer sufrir a nadie, bastante hice sufrir, yo soy una persona enferma desde los dos años, desde los dos años que me medico, siempre con alguna cosa encima. Además, como dice mi mujer, soy hipocondríaco y sufro de ansiedad. Así que para qué mierda, mejor no dar dolor de cabeza, ya está.

-Entonces, siguiendo este juego que planteás, te lo digo en tiempo pasado, ¿estuvo buena la vida de Isidoro Zang?

-No me voy a quejar, tuve momentos muy malos, he tenido momentos muy buenos. Aunque sí me puedo quejar de otras cosas que pasan alrededor mío, pero me demostré y demostré a algunos parientes que si no sirvo para una cosa, puedo servir para otra, que no todo en la vida es servir cuando hacés dinero, porque yo no hice dinero nunca, siempre viví al día.