PáginaI12 En Francia

Desde París

A veces, todavía, se puede caminar por el silencio de esas calles de París donde, hace dos años, el 13 de noviembre de 2015, un comando de jihadistas ejecutó un ataque terrorista detalladamente planeado: tres terroristas inauguraron la serie en el Stade de France, donde se disputaba un partido de fútbol amistoso entre Francia y Alemania en presencia del presidente francés, François Hollande. Como el comando no pudo ingresar a la cancha, los tres hombres activaron las bombas en los alrededores. Casi inmediatamente, otro grupo de tres individuos se desplegó en las calles de los distritos 10 y 11 de la capital francesa, donde ametralló a mansalva los restaurante y las terrazas de los cafés. El tercer atentado se concentró en el Teatro Le Bataclan. En el interior, 1.500 personas asistían al concierto del grupo de rock norteamericano Eagles of Death Metal. El comando acribilló al público antes de que las fuerzas del orden dieran el asalto final. 130 muertos, 683 heridos, de los cuales cien quedaron en un estado de “urgencia asbolita”: se trató de la serie de atentados más mortíferos perpetrados en Francia luego de la Segunda Guerra Mundial y el segundo en importancia en Europa luego de los 191 muertos que dejaron los ataques terroristas en Madrid, en 2004, reivindicados por Al-Qaida. El hoy moribundo Estado Islámico asumió la responsabilidad de la noche de sangre de la capital francesa. Dos años más tarde, aún persisten muchas zonas sin explicación pero las investigaciones llevadas a cabo en Francia, Bélgica y otros países europeos revelan que los ejecutores diseñaron con tiempo y recursos lo que harían ese 13 de noviembre. 

Media docena de escondites previstos, falsos papeles de identidad, apoyos menores pero substanciales, planes de fuga, kamikazes determinados, rutas trazadas con mucha antelación entre Siria y Europa por uno de los miembros de la célula, Abou Hamza, apodado el francotirador, ordenes a distancia (Bélgica) y Siria, choferes, los atentados de París tienen una identidad fuera de lo común con respecto a los demás actos terroristas llevados a cabo sea con cuchillos, sea con autos lanzados contra la multitud por los llamados “lobos solitarios”. Se trató, aquí, de una manada de lobos coordinada. Fueron concebidos con una estrategia de largo aliento. Hasta ahora, hay 15 inculpados, de los cuales 13 están arrestados (Francia, Bélgica y Turquía), dos lograron escaparse, y hay un sólo sobreviviente del comando que atacó París, el franco marroquí Salah Abdeslam, detenido en Francia y considerado como uno de los cerebros operativos de los atentados junto al belga Oussama Atar desde Siria. Abdeslam debió haber muerto con los demás miembros de los tres comandos, pero algo falló: no se sabe si el cinturón con los explosivos no detonó, o si él mismo renunció al suicidio. Arrestado en Francia, el terrorista nunca ha accedido a hablar. Sin embargo, testimonios y sus propias cartas a su familia orientan la hipótesis hacia las segunda posibilidad. Salah Abdeslam y los hermanos El Bakraoui –ambos murieron en el atentado de Bruselas de marzo de 2016– constituyen una de las claves operativas de lo que los investigadores calificaron como un “montaje de muñecas rusas”. Salah Abdeslam regenteaba un bar en la ciudad belga de Molenbeek desde donde se fue planeando la noche fatal. La conducción misma de los atentados se realizó desde otro bar belga, el Thaï Wok, un snack situado en las cercanías de la estación central de Bruselas. Los dos locales permitieron que los preparativos y la posterior ejecución no fuesen detectados por los servicios de inteligencia. 

En agosto de 2015, Abdeslam y los hermanos El Bakraoui establecieron en Grecia los líneas generales de la noche del 13 de noviembre de 2015. Desde allí coordinaron el uso de unos 14 documentos de identidad falsos para alquilar departamentos y autos (los primeros fueron hechos en diciembre de 2014) y trazaron el camino que tomarían los demás kamikazes para llegar a Europa a través de la llamada “ruta de los migrantes”. Entre agosto y noviembre, los miembros del comando vivieron escondidos en 5 departamentos alquilados en varias ciudades de Bélgica, ayudados por otros respaldos de menor importancia. Uno de los departamentos se encontraba en la localidad de Schaerbeek, donde se confeccionaron los explosivos y adonde Salah Abdeslam fue a esconderse cuando huyó de París. El comando también había alquilado tres departamentos en Francia para ser utilizados como escondite. Aún se desconoce el origen de los fondos necesarios para financiar los numerosos pasos que condujeron a los terroristas hacia París. Se sabe sólo que parte del dinero pasó a través de Gran Bretaña y que unos 4.000 euros fueron entregados a otro personaje ya famoso, Mohamed Abrini, “el hombre del sombrero” que participó en los atentados de la capital belga y en el del aeropuerto de Zaventem (donde aparece con el sombrero). Segûn el diario Le Monde, el dinero fue recaudado poco a poco a lo largo de siete meses y depositado luego en la cuenta de un hombre que se unió a las tropas del Estado Islámico en Siria. 

Desde el primero hasta el último miembro de los comandos, todos tienen una biografía común: pasaron por las zonas controladas por el Estado Islámico, sea en la frontera entre Irak y Siria, sea en la frontera con Turquía. Las investigaciones descubrieron que 5 de los kamikazes residieron en esos territorios desde 2013, otros dos estaban allí desde hacía sólo unos meses. El único que hizo viajes ida y vuelta fue Brahim Abdeslam, el hermano de Salah. Paradójicamente, Salah Abdeslam jamás viajó a las zonas donde se desplegó el grupo sunnita. Cuando el Estado Islámico revindicó los atentados, en el video de la reivindicación se podían ver a los kamikazes ejecutando a prisioneros, sea fusilándonos o cortándoles la cabeza con un cuchillo. Las pesquisas también demostraron que París no era el único objetivo de ese 13 de noviembre: los terroristas habían preparado un atentado contra el aeropuerto de Ámsterdam que, pese a que el comando que debía lanzar el ataque estaba en la capital holandesa, por razones aún no explicadas no se llevó a cabo. 

De todo el trabajo realizado emergen una constante y un personaje: la influencia confesional del Estado Islámico y la figura de Oussama Atar, recién descubierto en 2016. Este belga marroquí de 33 años es un antiguo integrante de Al-Qaida, encarcelado en Irak durante la invasión norteamericana (2003) en la célebre cárcel de d’Abou Ghraïb, convertido luego en uno de los cuadros del Estado Islámico a quien se ha retratado como el jefe de los atentados de París y Bruselas teledirigidos desde Siria. Oussama Atar fue por ejemplo el hombre a quien los kamikazes de Bruselas le hicieron llegar sus testamentos. Apodado “el químico”, Atar es el lazo que uno a los miembros de los comandos organizados que azolaron Europa, es él quien transmite instrucciones, prodiga consejos, entrena a los futuros mártires y quien, a través de su hermano Yassine, ocupó la escena central del 13 de noviembre en París. Mucho se sabe, y mucho falta. El Fiscal de la República a cargo de la investigación, François Molins, se da como plazo hasta 2019 para concluir una instrucción final que hoy ya cuenta con 28.000 interrogatorios y 220 tomos de texto. “Tenemos un legajo suficientemente adelantado como para decir quién fue a Siria, explicar las condiciones en que los jihadistas regresaron a Europa en 2015. Tenemos informaciones precisas sobre la trama logística, las conexiones entre toda esa gente: las células, los escondites, dónde se compraron los explosivos”. Pero queda un misterio que está oculto muy lejos de París o Bruselas. 

¿Quien ideó el plan?. ¿Quién dio la orden?. 

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