--¿Sabés cuál es tu problema? Que vos siempre pensás mal del gobierno, por las dudas. Que son todos unos chantas, unos mafiosos, unos sinvergüenza. Dale, Daniel, es imposible así –dice una señora de unos 50 años, en un bar del centro porteño.

--Bueno, no sé, ¿vos pensás que son todos buenos, entonces? Para mí esta gente nos estrella, qué querés que te diga. No se puede ir al supermercado, no se puede arreglar el auto. La gente está ahí, mirando cómo la plata no le alcanza para nada. No sé qué es lo que ven --le responde su marido.

--Pero esto viene de antes.

--Uy, dios, ya empezás con eso. Dejate de joder.

Silencio. La pareja se queda callada un largo rato, en una especie de guerra fría. Cada uno se repliega en su café y probablemente repitan en su cabeza lo que no escucharon del otro cuando estaban discutiendo.

Son tiempos particulares para discutir sobre política. La polarización elevó a la superficie las miradas antagónicas de casi todos los temas de interés social, con mucha discusión en debates que creíamos tener saldados a nivel social. Hace pocos días, el observatorio de Pulsar UBA, especializado en el estudio de opinión pública, lanzó una encuesta sobre democracia y participación que arrojó datos sumamente interesantes para entender cómo viven la política los argentinos y qué piensan de nuestra democracia. Hubo una pregunta con muy curiosa respuesta: el 69% de los argentinos podrían vivir en pareja con alguien que piensa opuesto en cuestiones políticas. Naturalmente, es más común encontrar parejas afines con un sistema de ideas o una visión de mundo, pero el dato habilita el hecho de que podemos diferenciar nuestros vínculos personales de lo que votamos en las urnas, de lo que pensamos cuando hablamos de partidos.

“Cuando nosotros combinamos la variable condicionada por la polarización, lo que queremos ver es en qué medida la política se mete en la vida personal de las personas, y nos damos cuenta de que no, que no se mete. Eso, creo, es un valor de la sociedad política argentina actual”, explica el politólogo y coordinador general del equipo Pulsar UBA, Facundo Cruz.

“Para futuras investigaciones, porque esta encuesta no lo busca, sería interesante pensar en qué le pasa a esa pareja que tiene ideas políticas opuestas. Ver qué sucede cuando, por ejemplo, una medida de gobierno impacta en la economía familiar. Qué pasa ahí, en donde uno apoya y el otro está en contra absolutamente de lo que sucede con esa política que está teniendo un impacto directo en la vida propia de esa pareja”, agregó Cruz.

“Cuando defiende el recorte a la cultura, o al cine, o a la industria audiovisual que es donde estoy metida, quiero que se vaya de casa”, dice Malena. Tiene 34 años y lleva casi 15 años en pareja con Bruno, de 33. Se conocieron por la música. Ella canta y él toca la guitarra. “Bueno, en esas cosas discrepamos mucho. Todo lo que tiene que ver con el gasto del Estado”. Bruno dice “gasto” y Malena habla de “recorte”. Tras tantos años en pareja, muchas de las miradas recriminatorias que tuvieron al comienzo de la relación se fueron matizando. Y, en el medio, algunos procesos sociales como el feminismo generaron mucho movimiento interno.

“En su momento el feminismo al principio como yo no lo entendía, además de ser hombre y ser de pueblo. En los pueblos vamos atrasados, y esas cosas al principio chocaban mucho. Yo ya rompí bastante con eso y cambió el contexto. En mi casa mi viejo llegaba a las 5 de la tarde y mi vieja ya tenía todo listo, y todo eso ahora no existe, la ideología machista fue cambiando en lo social y yo cambié con los años también”, cuenta Bruno. “Cuando lo conocí, él decía que nunca tocaría en una banda donde cantara una mujer. Desde entonces no volvió a tocar en una banda donde canten varones”, cuenta Malena entre risas.

Un factor no menor, en las discrepancias que las parejas deben aprender a sobrellevar cuando tienen miradas diferentes, suele ser el aporte de las familias. “Yo me di cuenta que teníamos diferencias muy grandes cuando empecé a viajar con él al pueblo para pasar días con su familia. Me encontré saliendo afuera a respirar para no ponerme a gritar en la mesa. Nunca la llevé hasta ahí. Mi opinión la doy, porque además se me nota en la cara, pero traté siempre de no imponer mis ideas en la casa de su familia. Pero sí, fue difícil”, explica Malena.

Yo no asocio lo que voto con lo que soy a nivel ético o moral. Como laburante, como artista también, puedo separar esas cosas. Podría convivir con alguien que piense totalmente distinto a mí, siempre”, afirma Bruno. Por su parte, Malena no lo ve del mismo modo: “Yo no volvería a estar en pareja con alguien que piense tan diferente. Si me separo de Bruno, fue el último espécimen. Creo que elegiría estar con alguien que se alinee más a mi manera de ver el mundo, porque para mí no se diferencia todo tanto como dice él, aunque con él yo lo veo y lo puedo hacer. Puedo distinguir”.

Aunque piensen distinto, se ríen al responder. Evidentemente son conversaciones que tuvieron innumerables veces. Las miradas cruzadas aparecen cuando se les consulta por los “límites”: aquellas cosas que no podrían tolerar del otro, los lugares de no retorno. Incluso teniendo una mirada ético-moral poco atada al voto, el politólogo Facundo Cruz trae el concepto de “deber ser”, necesariamente relacionado a lo político: “El deber ser es un precepto ético moral en términos políticos de está bien o está mal, si debe ser así o no, y eso cuando hay discusión familiar o en grupos de amigos aparece constantemente. A los politólogos y politólogas, cuando aprendemos en la carrera, lo primero que nos dicen es que hay que desprenderse de eso para poder estudiar la política, entenderla, y eventualmente activar sobre ella, pero en la discusión cotidiana siempre aparece ese deber ser”, explica.

“Mi único límite es todo lo relacionado a derechos humanos. Si en este país se repitiese la historia de dictadura, por ejemplo, jamás podría aceptar que él estuviese de acuerdo. Esos son los límites claros”, asegura Malena. “Yo encontraría el límite si un día convirtiera la casa en una unidad básica. No me la bancaria”, dice Bruno.

Malena y Bruno lograron sortear las elecciones del año pasado, e incluso votaron al mismo candidato. Camila, en cambio, vio abrirse una gran brecha de opinión en su casa a raíz del triunfo de Milei: “Lo conocí hace 15 años a través de una plataforma de redes sociales donde la gente se contactaba por gente en común, y no nos separamos más. Los primeros chispazos ideológicos comenzaron en fechas históricas, como el 24 de marzo o el 2 de abril. Discrepábamos en datos históricos, contextos, qué pasó primero y qué pasó después. Al principio las diferencias aparecían en esas cosas, pero no tanto en la forma de votar. No había tanta polarización cuando empezamos. La elección del año pasado fue un punto de quiebre y discusión constante sobre temas políticos. Él cree que la propuesta de Milei es la alternativa para combatir la corrupción, la inflación y el aumento del delito. Y yo, que no he votado fervientemente al kirchnerismo ni los he votado en los últimos años, no voy con las ideas de Milei ni Villarruel en casi ningún punto”, explica Camila.

Se volvió cotidiano en la pareja que el marido de Carolina le envíe videos o información positiva sobre el gobierno actual a través de Instagram o Twitter. En ese sentido, Camila tiene una mirada positiva sobre ese intercambio: “Yo valoro en algún punto tener en casa una voz distinta de la que veo en redes sociales. Él a veces me manda videos o material que ni cerca aparece en mis redes y en definitiva me rompe la burbuja ideológica en la que estoy”.

Los límites a la hora de tolerar las diferencias son determinados por cada pareja, y como se suele decir, cada pareja es un mundo. La paciencia, la tolerancia y saber perder o sencillamente no dar ciertas “batallas” aparecen como claves en estas historias para comprender el éxito de la relación por encima de toda discrepancia. “A mí nuestras diferencias, y si pensamos el día de mañana en tener un hijo, me preocupan, y siempre se lo digo. Pero pienso que si estoy con él hace tanto, y hemos construido tanto juntos en estos años, es por algo y es por algo bueno”, dice una de las mujeres, y no importa quién porque podría haberlo dicho cualquiera de ellas.