Como sabe cualquiera con mediana inquietud acerca de lo que se registra en la prensa tradicional, las agendas políticas son trazadas de manera equivalente entre lo que se publica y lo que no, lo que se opina y lo que no, lo que se investiga y lo que no.
La extraordinaria intervención de Horacio González el miércoles pasado, en una conferencia de prensa convocada en defensa de la democracia, debería ser –por empezar– una escucha y lectura obligatoria para todo interesado en construcción filosófica de discurso político. Fue, en su carácter excelso, un hecho tan impresionante como la ignorancia que le dispensaron absolutamente todos los medios grandes, que no los grandes medios. Símbolo de este tiempo, al que no le cuadra detenerse en una pieza de oratoria y sustancia de ese tipo.
Vamos a suponer, sin embargo, que a alguien se le ocurre, justamente en esos medios y con toda seguridad en las esferas centrales y periféricas del macrismo, que esa joya del sociólogo ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso Nacional es demasiado difícil de entender. Es decir: que masivamente no sirve. Que es monótono; que requiere la asistencia de un diccionario para los iletrados de la frivolidad dominante; que exhibe una letanía de vetustas consignas republicanas. Que es progresismo no estúpido –eso ya sería demasiado, quiere uno creer– pero sí largo, aburrido, antiguo. Entonces los medios grandes no le prestan atención, porque no habría forma de que eso tenga un punto de rating como muchísimo. Pero ocurre que tampoco tiene sitio mediático el triunvirato de la CGT, justamente interpelado por González a raíz de sus cabildeos, cuando al día siguiente advierte que la “reforma” laboral se rechaza ipso facto porque pone en duda el propio concepto de “trabajo” al asimilar a patrones con empleados. Tuvo más dedicación de prensa el perro abandonado en una acera de Caballito, para no hablar de la concheta de Nordelta junto con los desafíos sociológicos y advertencias sobre resguardos de la privacidad que se esconden detrás de su mensaje (mientras continúa sin saberse si el personaje realmente existe). La omnipotencia del macrismo, así, no solamente avanza por sus acciones de gobierno envalentonado, sino también gracias al ninguneo de lo poco que se le opone en términos efectivos. Es más: que al frente del obispado católico sea electo un referente de posiciones más o menos contestatarias, o de alguna sensibilidad social, fue igualmente ignorado hasta que ayer La Nación le dedicó su segundo título de portada. La táctica comunicacional del Gobierno radica en dos direcciones, confluyentes: lo que hace y lo que (se) ordena relativizar. Es implícito para quienes responden a su escala de valores. ¿Es ilícito? No. Es el poder. Todo es ilusión menos eso, dijo alguien hace unos cien años cumplidos en estos días. Reforma laboral, previsional, tributaria y siguen los tanques. Banco de horas en vez de horas extras, serrucho a los fondos jubilatorios porque debe echarse mano a la Anses en nombre de acabar con los jubilados de privilegio, terminar con los Ingresos Brutos distritales para brutalizar la apretada de los fondos nacionales a las provincias.
El Gobierno semeja hoy a un equipo profundamente tramposo pero de notable vocación ofensiva que, además, tiene la ayuda y complicidad de todos los árbitros, incluyendo a los responsables del VAR. Si en lugar del chequeo tecnológico de algunas jugadas hubiera un sistema que comprobase la legitimidad de tantas acciones oficiales, no quedaría un solo referí sin condiciones para ser impugnado. La escandalosa detención de Milagro Sala y de sus compañeras de la Tupac; los aprietes judiciales a diestra y siniestra; el fenomenal operativo de encubrimiento en el caso Maldonado; las barbaridades jurídico-institucionales en los apresamientos de Julio de Vido y Amado Boudou; la persecución contra CFK que comprende acorralarla por decisiones políticas avaladas en el Congreso; el acoso interminable contra una Procuradora por una supuesta defraudación que –en toda probabilidad– al Estado no le significó perjuicio patrimonial alguno; la reintroducción de hipotetizar el asesinato de Nisman a través de una disparatada pericia de Gendarmería, entre una lista agotadoramente más amplia, implican lo que la abogada Elizabeth Gómez Alcorta llama la muerte del derecho. Empero, dicen los resultadistas con asistencia de cierta razón, a llorar a la iglesia porque sólo importa que esta máquina de atacar está entrando por todos los huecos que deja una defensa sin chances, siquiera, de encontrar en el banco opciones de cambio o refresco. No hablemos ya de lanzar un contragolpe que sorprenda mal parado al rival, porque aun cuando se diera esa circunstancia debe disponerse al menos de un goleador que sepa meterla. Dicho en otro modo de metáfora futbolera, que la mejor defensa es un buen ataque parece hoy una alternativa de alcance improbable.
En tanto se acuerde con que la verdadera oposición política y social afronta una etapa de resistencia, y por ahora nada más, debe prestársele interés a cómo ese polo disperso plantea, organiza y expande la actitud de sostenerse. No le es aconsejable buscarle el pelo al huevo en cada instancia que suponga poner freno a una arremetida oficial con estos niveles de violencia, que como si fuera poco abarcan el escenario de los medios de comunicación con alcance masivo y que son los que prosiguen marcando agenda central no al margen sino, precisamente, montados en la influencia de las redes. Jamás, desde el retorno democrático, hubo una perspectiva tan acentuada de discurso aplastante o virtualmente único. Van enumerándose casi a diario los espacios que se cierran, los colegas que se quedan sin lugar para expresarse, las amenazas constantes de que ese cultivo autoritario se profundice mientras algunos mercenarios de esta profesión miran para el costado. La discriminación en el reparto de la pauta oficial de publicidad, contra la que la otrora oposición se cansó de despotricar y en algún caso con justeza, acogota ahora no sólo a los medios pequeños sino a los que, como PáginaI12, tienen una historia y vigencia de representación enorme en sectores vastos. Las arbitrariedades que a ese respecto cometió el gobierno anterior nunca fueron en perjuicio grave de los grandes medios privados. Por ellos pudo circular tranquilamente una ferocidad crítica que tampoco se había visto nunca. Y que estaba, como sigue estando, financiada por la publicidad de los agentes del poder económico asimismo sustentados en el aporte de consumidores y contribuyentes, en formas que van desde las compras cotidianas de marcas cuyo marketing sufraga el público a través de incorporarse ese costo al precio final del producto, hasta cómo se solventa el déficit fiscal promovido en la evasión, elusión y fuga de capitales de parte de esos grandes grupos.
Resulta tan gracioso como patético que algunos continúen hablando de la chorrera de plata estatal destinada a medios y programas K, no porque eso no fuere cierto o sospechable de actos de corrupción, sino por el tamaño mínimo que tiene ese denuncismo al comparárselo con esta fiesta en la que se conjugan que unos se lleven la torta completa y otros apenas si pueden mirar la vidriera, extorsionados si deciden persistir en una línea adversa al macrismo. ¿Cuánto permanece y, acaso sobre todo, cuánto quedará de voces opositoras en cuáles medios que no sufran esta avanzada oficial? Si C5N será TN, ¿toda la cuenta consiste en que se joda Cristóbal López? Si Sergio Szpolski encabezó un aventurerismo de corruptela, si en Radio Rivadavia hubo una estafa, si en Radio Del Plata no hubo previsión de cómo resistir cuando la mano viniese cambiada, si en la prensa alternativa del interior rige una masacre de extinciones periodísticas forzadas, ¿que se jodan todos, laburantes incluidos, porque al fin hay que cada quien se banque a como venga y al resto lo sostendrá la sana impunidad del libre mercado?
¿Todo esto era la República, la salud de las instituciones, la seriedad jurídica y el pluralismo periodístico? Sí. Chocolate por la noticia.