(ATENCION: ESTE ARTICULO CONTIENE SPOILERS)

Ya era hora. El público que venía bancando pacientemente el lento -a veces muy lento- desarrollo de los hechos en House of the Dragon se merecía una satisfacción. ¿Cómo definir si no el desesperado volantazo de Aemond al volante de Vhagar en el final de "The Red Sowing", preludio del cierre de la segunda temporada? ¿Cómo no disfrutar el inocultable cagazo (con perdón de los términos técnicos) del traicionero hermano de Aegon II al advertir que Rhaenyra Targaryen tiene tres nuevos jinetes de dragón? ¿Y cómo no celebrar a la misma monarca, que al fin dejó de darle bola a los condescendientes varoncitos de su Consejo, montó a Syrax y salió a agitar un poco el panorama en los Siete Reinos?

El episodio 17 de la serie creada por George R. R. Martin y Ryan Condal para HBO remarcó además la curva contrapuesta de los dos personajes elegidos para su comunicación visual. Las imágenes promocionales de La casa del dragón muestran a Rhaenyra y Alicent encarnando a los bandos Negro y Verde, pero sus arcos narrativos no podrían estar más opuestos. Mientras la mujer que reclama el Trono de Hierro comienza a hacer pleno ejercicio de su poder, la viuda de Viserys Targaryen se autoexilia en Kingswood convertida en figura decorativa, expulsada del Consejo por su propio hijo Aemond, desdeñada por el trepador Criston Cole (que en este episodio no apareció ni un segundo, y se agradece). Nada más contrastado que las imágenes de Alicent flotando lánguidamente en el agua y Rhaenyra al frente de Seasmoke, Vermithor y Silverwing.

El reclutamiento de Vermithor fue, también, un momento típicamente-Martin. Si en Game of Thrones resonó para la historia aquello de la Boda Roja, en Fire & Blood se habla de la Siembra Roja, escena central de este episodio en la que el dragón apodado "The Bronze Fury" liquida a todos los aspirantes llegados desde King's Landing hasta aceptar como jinete a Hugh Hammer: en un eco de Gendry, aquel herrero de Game of Thrones que terminaba ostentando el apellido Baratheon, la serie termina justificando el tiempo que le dedicó a los pesares del plebeyo. Quedará por verse en el futuro si la muerte de su hija a causa del bloqueo ordenado por los Negros puede poner a prueba su fidelidad a Rhaenyra. Silverwing, en tanto, terminará aceptando al borrachín Ulf White, que parecía otro candidato al rostizado express. A Addam, hijo bastardo de Corlys Velarion, lo eligió sin opción a la negativa el mismo Seasmoke. 

Ahí está el punto de la "rebelión" de los guardianes de dragones, que se negaron a participar en el reality Ardiendo por un sueño organizado por la reina Targaryen: los Verdes tienen a Vhagar, Rhaenyra tiene varias bestias sin jinete y Daemon sigue alucinando parientes muertos allá en Harrenhal con Caraxes estacionado y aburrido. Para esa suerte de monjes siempre en peligro de terminar en llamas, la idea de que cualquiera pueda montar a las míticas bestias es una aberración: "Los dragones son sagrados, son la última magia de la vieja Valyria en este triste mundo. No son juguetes para los juegos del hombre". El tiempo les dará la razón -hay que recordar a Tyrion Lannister señalando que los últimos dragones tenían el tamaño de un gato-, pero mientras tanto el mapa de Westeros se va convirtiendo en un gran TEG en el que, efectivamente, los dragones harán su danza mortal por el capricho de los humanos.

Hugh Hammer y Vermithor.

Los humanos, entretanto, siguen en la rosca. Cuando Ser Larys Strong empezaba a ser intolerable de tan untuoso, su movimiento para sostener al pobre Aegon II lo puso bajo otra luz. Por conveniencia política, por astucia frente a un Aemond demasiado impulsivo o por simple solidaridad con otro tullido, el ex señor de Harrenhal quiere recuperar al Rey que más le conviene y en eso cotiza alto como el Meñique de esta serie. Pero al menos tiene algo de piedad por el Targaryen que, al cabo, peor la está pasando en esta segunda temporada.

En el derruido Harrenhal, en tanto, Daemon sigue con sus delirios de grandeza, el plan de ser el principal ocupante del Trono y Rhaenyra una mera acompañante, pero no las tiene todas consigo. Sus constantes visiones con el moribundo Viserys, su propia madre y la joven Rhaenyra vienen a recordar aquello de que "cuando nace un Targaryen los dioses echan una moneda al aire". Pero además el movimiento de piezas en el Valle no está resultando como deseaba: el ascenso de Oscar Tully no significó tener a un adolescente manejable sino a uno que ya entiende cómo manejar el poder con los demás señores feudales, y que no va a dejar de manifestarle su desprecio y enrostrarle las "barbaridades" cometidas para resolver el conflicto Blackwood-Bracken. El final de temporada, además, le traerá seguramente la noticia de una Rhaenyra ya no dependiente de Caraxes y el ejército que él no logró reunir, sino empoderada por sus nuevos dragones y jinetes.

El empoderamiento femenino, claro, es una de las grandes novedades de La casa del dragón con respecto a Juego de Tronos (sin desdeñar el protagonismo de la Reina de Espinas, de Cersei, de la misma Daenerys). Alicent Hightower puede ser un buen ejemplo del rol que los hombres determinan para las mujeres de Westeros, pero a la figura de Rhaenyra se suman otras dos féminas que muestran más sapiencia que los muchachos de armadura. Alys Rivers, sanadora de la casa Strong, no tiene ningún empacho en manipular a Daemon y escarbar en sus bajezas. Pero aún mas interesante resulta Mysaria (a) "Gusano Blanco": con un acento que recuerda a Shae de GoT, la consejera de la Reina Negra va ganando espesor a medida que avanza la serie, y no por casualidad. Abusada por su padre, alguna vez simple esclava sexual de Daemon, Mysaria es ahora quien provocó una efectiva revuelta popular en King's Landing y quien sugirió buscar jinetes entre las "semillas de dragón" (es decir, los bastardos Targaryen: la misma razón por la cual un tal Jon Snow pudo subirse a Rhaegal). El incipiente romance con la reina por ahora quedó en el beso apasionado del episodio 6, pero seguramente habrá un desarrollo de esa historia en el futuro.

No parece que eso vaya a suceder el próximo domingo, cuando La casa del Dragón se despida hasta dentro de varios, largos meses. Aunque le resulte imposible despegarse de su celebérrima antecesora, de a poco la serie de HBO va ganando su propia entidad. Y no se puede eludir lo obvio: CGI mediante, provoca sus mejores momentos cuando aparecen las verdaderas estrellas y eclipsan a los personajes de carne y hueso. Porque la expresión de Rhaenyra Targaryen en la última escena de "The Red Sowing" tuvo su peso, sí. Pero lo que produce un griterío de aprobación en el fandom de la fantasía es ese trío de dragones adueñándose de la pantalla. Dracarys.