El día amaneció frio y claro. Eso está bien. El café quedó como me gusta, fuerte. Eso siempre ayuda, porque cuando le erro a la cantidad o a la temperatura del agua se me agría la mañana. El primer trago de café es mi horóscopo personal, aunque a veces falla, pero muy a veces. Casi nunca. Y la decisión unánime fue no escuchar noticias. Lo bueno de vivir solo es que las decisiones siempre son unánimes.

Recordé que hace años, dejar de escuchar a Neustadt me había hecho mucho mejor que el Omeprazol, y en la semana ya tuve bastante. Podría poner música, pero este primer silencio viene bien, así que dejaremos que el mundo siga allá afuera.

Vivimos tiempos raros, entre los fabricantes de ruidos estériles pero intencionados y los creadores de silencios aparentemente beneficiosos. Los fabricantes de ruidos replican que si Axel es zurdito, los bonaerenses pagarán las consecuencias. Los fabricantes de ruido baten el parche con la hermana, los perros, los viajes carísimos, personales y “con la nuestra” en tanto el ruidoso mayor miente por la tele, la radio, las redes. Miente que vamos fantástico mientras su ministro de economía se lleva nuestro oro a Inglaterra a ver si le saca un mango vaya uno a saber para quien, y el pobrerío crece a velocidad de espanto.

Los fabricantes de silencio siguen (creo) en el congreso. Tienen silencios para todo: para la posición sobre las Malvinas, para los derechos laborales, para los decretos y las leyes que nos encadenan a treinta años de miserias, para los muertos de cáncer por falta de asistencia. Y guardan, vaya uno a saber para cuándo, un silencio especial sobre las mentiras del ruidoso.

El segundo café ya pide información, con lo lindo que estaba el silencio. Y entonces entre las decenas de las malas noticias que nos madrugan, escucho que el gobierno va a intervenir la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Y claro, me acuerdo de Hebe. Extrañamente, de las muchas veces que charlamos a lo largo de los años, la primera imagen que me viene de ella es la de una tarde en el jardín de su casa, en La Plata, mirando las plantas, y en su frase al teléfono: “veníte a la tarde a tomar la leche” y en charlas que no vienen al caso ahora, porque hay recuerdos que son privados.

Cuando intentaron intervenir la Universidad durante el gobierno de Macri, Hebe se plantó voz en cuello y dedo en alto, y no lo permitió. Y tuvo un escudo pretoriano de compañeros y compañeras que vallaron la universidad con el cuerpo. Los teléfonos sonaban a cada segundo, convocando. Había que defender a la Universidad y a Hebe, que no hacia ni ruido estéril, ni silencio cómplice, porque cada palabra que decía, valía, y jamás se callaba.

Recordé entonces la canción de Santiago Feliu “son estos días de mierda que también se irán / son Lennon y Guevara que no pueden regresar” y yo pensé qué pena que Hebe tampoco puede, con la falta que hace. Con lo necesario que sería que ocupe ese espacio que quedó huérfano de madre para siempre jamás. Tanto por su ausencia cómo por la falta de alguien que tome ese megáfono y hable, diga, grite, se exponga sin mezquindades, como ella.

Acaso habrá que asumir que el enemigo se quedará con la obra de quien fue la última voz que decía lo inconvenientemente justo, en el momento exacto, incomodando a medio mundo, y casi más a propios que a extraños, que la asumían como “bueno, la vieja grita”. Muchos la ridiculizaron, y muchos de los nuestros no la replicaron como debían, porque se sentían molestos por la intransigencia y su magnífico carácter de mierda. Y ya vimos el tamaño de su ausencia. Ya escuchamos ese silencio. Ese eco tan lejano que parece que nadie irá a buscarlo.

Esa tarde en su casa me dijo que “mirá, hay varios problemas. Primero que los nuestros andan en autos con vidrios polarizados y no bajan a la calle, al pueblo, a lo que siente y piensa la gente. Parece que viven en algún lugar cómodo. Y otra cuestión es que a los chicos durante años les dimos todo y no les enseñamos a luchar. No les enseñamos lo que nos costó, y eso es un daño porque nos debilita. Los jóvenes nuestros no entienden que la cosa es en la calle y cuerpo a cuerpo y todo el día, todos los días”.

La intervención a la universidad sigue una línea de conducta: quien le niega remedios a los enfermos, y abrigo y comida a los más pobres, teniendo todo escondido, pretende hacer desaparecer un espacio donde se le daba trabajo, casa, comida y abrigo a los más vulnerables mientras educaba a educadores para el futuro del país. La intervención se hizo violando el principio de autonomía universitaria. Y falta la voz, el grito, el carácter de Hebe diciendo que “esto no se toca ni se cierra ¡Intente sacarme!”

Las noticias siguen batiendo el parche y el presidente, rey absoluto de los pulgares, reenvía un tuit de uno que propone recordar “a estas viejas hijas de puta” con fotos de Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto. Entonces se hace necesario recordar a Hebe escondiéndose adelante del miedo preparando acciones clandestinas durante la dictadura, con la muerte - que había alcanzado a sus 2 hijos y a su nuera- pisándole los talones.

Es preciso contar, una vez más, cómo recorrieron ciento cincuenta iglesias en una madrugada para poner a escondidas las denuncias sobre desaparecidos en los libritos de los salmos y las canciones. Y cómo se organizaron una vez en plena dictadura, para juntar firmas en el zoológico, apretando las carpetas contra su pecho y separadas “porque si agarraban a una no se perdían todas las planillas”. Fueron las mismas Madres que estando en Italia les avisaron que el presidente Alessandro Pertini las atendería “pero ahora mismo” y allá fueron con las bolsas del mercado llenas de verduras que quedaron a medio comprar.

Estas mujeres, que armaron un movimiento mundial luchando cuerpo a cuerpo por una causa, crearon una universidad popular que está a punto de ser (y valga el término) desaparecida. Y entonces claro que falló mi horóscopo.

Una de las ultimas veces que hablamos me dijo “no se puede esperar, hay que hacer. Si esperás estás entregado”. Me lo dijo mientras revisaba unas hojas de una planta que no sé cómo se llama. Lo que si sé es que falta la voz de Hebe.

Claro que falta.