La emocionante performance "Paint's Not Dead", que renovó la fachada del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, se iba a hacer días antes. Pero recién el domingo pasado las condiciones fueron idóneas: un mediodía con sol, ya sin rocío, y sin excesiva humedad. O casi idóneas, ya que el viento la volaba un poco. Pero nada mejor que un domingo de invierno, explica la arquitecta Florencia Meucci. Y agrega que también convenía un domingo para coincidir con Calle Recreativa, el programa municipal que libera de autos la zona, previniendo así tanto la contaminación como las salpicaduras en carrocerías. Porque de lo que se trataba era de dejar chorrear la pintura por los silos. La performance comenzó ni bien la primera pieza del dispositivo creado especialmente por los dos autores salió del piso 8 hacia la terraza, y continuará durante esta semana y la siguiente mientras se termina de intervenir los siete frentes restantes de los silos Davis. 

Florencia y su compañero Manuel Cucurell, también arquitecto, integran el estudio de arquitectura Accople (IG: @acoople_). Desde allí, además de proyectar obra edilicia, desarrollan el proyecto Simbiosis y el proyecto Esencia. "En el origen de la arquitectura, se trataba de crear un refugio para poder habitar el mundo", reflexiona Manuel. "Las primeras construcciones fueron de ramas, barro, piedras y hojas. Al mismo tiempo, apareció el fuego, para mantener el calor y la luz: espacio, materia, luz y habitantes". Florencia y Manuel ganaron el concurso a fines el año pasado con el anteproyecto de la obra, y desde entonces estuvieron trabajando en el desarrollo ejecutivo del proyecto.

Los proyectos artísticos del dúo involucran habitar el presente como acontecimiento, e incluir al público, en convivio, como habitantes. Involucran la gravedad y la materia, los elementos del clima (luz, humedad) y el estado de ánimo de los participantes, tanto los artistas como el público. El convivio es común al teatro; estas son performances porque "no hay ficción", a diferencia del teatro. En ese sentido, una socia estratégica clave en la perfo del domingo fue la música Mariu Velázquez, quien tocó su música original en vivo en una caja de ritmos durante el momento culminante, el del derrame, y quien ya antes estuvo pulsando el ánimo general como dee jay de una playlist cada vez más abstracta.

La Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario organizó el evento con el apoyo de Tersuave y de varios cafés de la ciudad que ofrecían buffet y servicio de cafetería con café molido a la vista al aire libre. Se repartieron copos de azúcar rosa y se serigrafiaron remeras, todo a tono con el color que saldría de las mangueras a las 13 en punto, dos horas después de lo previsto. La demora acrecentó la expectativa. "Falta la música de La Pantera Rosa", comentó un mayor de 50 años que aguardaba, potencial blanco móvil de la tensión contenida entre los más jóvenes e impacientes que cuidaban con celo casi militar su justo lugar en la cola del café. La paz prevalecía en el resto del concurrido parque durante lo que además fue la celebración del vigésimo cumpleaños del MACRO. Los perros corrían, las reposeras alojaban charlas materas, las niñas y los niños jugaban, pero los cafeinómanos se hallaban al filo de la masacre. Entonces Mariu puso la canción musicalmente más amable de los Beatles -si bien la letra se trata de un asesino serial-: "Maxwell's Silver Hammer". Pronto el milennial comenzó a mecerse al compás de la letra que la boomer detrás suyo tarareaba en inglés de la Cultural Inglesa. Hasta que el milennial se dio vuelta y sonrió: "¡Qué hermoso día para escuchar esta música!", dijo.   

Mientras se molía el café y se hilaba el azúcar, los autores en persona, al rayo del sol y bajo el fuerte viento de la alta terraza, instalaban lo que ellos llaman los "pulpink" (de pulpo y pink, rosa). Los pulpink son cuatro dispositivos creados en impresora 3D. Cada uno de ellos tiene un distribuidor del que salen ocho mangueras, y cada manguera va unida a una boquilla de donde sale la pintura. Parecen en efecto, pulpos. Unos "tótems" de metal, enganchados mediante prensas del mismo material a la cornisa de cada silo (la cornisa, para complicarla, tiene mojinete), elevan el distribuidor en un ángulo de 45 grados para ganar presión por gravedad, y para quedar a una distancia justa de la pared tal que la pintura chorree por ella. Sucesivas pruebas previas sirvieron para ajustar y para ir optimizando este sistema. "No habíamos imaginado tanto viento", confiesa Flor. "Abajo estaban en remerita y nosotros allá arriba abrigados con camperas", recuerda. 

"La pintura no ha muerto", dice el título de la obra. Cuya idea, según los autores, en estos tiempos de inteligencia artificial que no requiere de artistas para crear imágenes, es valorar la pintura como realidad, como materia y como experiencia social colectiva en el presente. El domingo, la gente no paraba de filmar y de asombrarse. "¡Miren, todavía chorrea!", comentó alguien siguiendo una gota rosa. Es que la pintura estuvo bien viva.