Algo que sucede mucho en esta época es que me vuelvo famosa, muy famosa, o lo suficiente. No lo disfruto, no me gusta y no quiero ser más famosa, pero aprovecho la parte de invitaciones a eventos que me parecen interesantes. Y entonces así, tarde o temprano coincido con Adrián.

Conocer a Adrián es el único beneficio real que me trae la fama, pero vale la pena tanto como ganar la lotería. Él resulta ser todo lo que yo me imagino. Un día vino a mi camarín a saludarme. Otra vez nos vimos en una reunión tipo fiesta para escritores, hubo también un mini recital y la presentación de un libro en la Feria del Libro. La fama y la literatura nos juntaron como te amontona una parada de colectivos. Él a veces quiere pasar desapercibido, muy pocas veces lo logra.

Cuando nos encontramos él es el Adrián del escenario, el fauno. Se viste como prostituto romano, baila con esa soltura y ese aplomo que vaya a saber uno de qué planeta lo sacó, moviéndose como una Lolita en celo, hace de cuenta que no sabe lo que hace pero recontra sabe lo que hace, lo domina y lo explota, es el Diego haciendo jueguitos, es una modelo entrando a un VIP de los '90. Después, afuera del escenario es bastante normal, mala onda, un poco caprichoso, ensimismado y feo. No le molesta que nos saquen fotos de lejos, los dos salimos muy bien. No vivimos juntos así que nunca pude ver qué hace cuando está solo. Pero no puede evitar, seguramente, exudar eso que él y poca gente, como él, exuda. A veces, hasta lo chorrea y hay que limpiar. Algo que también tienen los caballos y las olas del mar. La belleza de los aviones, de los buenos vinos y de las 4 a.m. No es ni malo ni bueno, es inevitable.

Para saber si uno está bien vestido para salir a la calle o para ir a un evento, dice Adrián, hay que imaginarse que uno se va a cruzar inesperadamente con Robert Plant y él te va a mirar, es decir, hay que estar a la altura de Roberto, que para mi es un montón, pero rulos independientes y flacura andrógina ya tengo. A veces en vez de Plant dice Bowie, pero como David murió el hechizo no funciona realmente, entonces vamos de nuevo con Plant que literalmente podría estar a la vuelta de la esquina comprando cigarrillos.

A veces habla de mi y de él juntos, y dice "nosotras": "Nosotras pertenecemos a los lobos", "Nosotras somos siestas de verano", "Nosotras no podemos ir a la playa al mediodia", "Nosotras sabemos que el Mayor Tom se la pega". Yo no hablo mucho adelante de él, él me excede en términos ontológicos y yo disfruto poder hacer silencio. Él dice que parezco idiota estando tan callada, y que eso lo excita un poco. A veces nos reimos pensando qué espantoso sería tener de nuevo 20 años, pero ninguna de las dos quiere cumplir un solo año más. Un día me miró muy fijo durante unos segundos y me preguntó:”¿Qué estamos dispuestos a deberle a alguien que nos hizo muy pero muy felices?”. Yo apelé a mi silencio para responder. "Supongamos”, dice, “una fantasía difícil: las Malvinas son argentinas, la india es de los hindúes y Gran Bretaña no puso jamás un pie en ningún lugar fuera de su isla, ¿Ok?" "Ok", asiento. "Pero, here's the catch, nunca existieron los Beatles, ni Jagger, ni el punk ni Pink Floyd, ni Roberto ni David, nada, toda esa música, no existe, ¿Firmás?" Él sabe mi respuesta. Y yo la suya. Y por eso nos encontramos en esa parada de colectivos.

 

A ninguna de las dos nos gusta la fama, entonces nos verán siempre con cara de orto aunque estemos siendo muy felices. Adrián es un poco cuántico: vive al mismo tiempo todos los trayectos posibles para llegar del punto A al punto B. Y después los desanda, todo al mismo tiempo, como debe ser. En algunos de esos trayectos yo quedo al costado esperando verlo pasar, como si estuviera al costado de una maratón, y cuando Adrián pasa chocamos las manos. Y eso, es todo lo que tenemos.