Edmund White (1940) es una leyenda viva de las letras gays estadounidenses. También es uno de los pocos sobrevivientes del llamado The Violet Quill (o Club de la Pluma Violeta), el conjunto de siete escritores varones homosexuales que, tomando el mundo cromático que mistura el rojo y el azul (cómo símbolo entrecruzado de lo femenino y lo masculino), a principios de la década del ochenta se decidió a dejar testimonio literario de los liberadores y sexuales años que siguieron a Stonewall. Lamentablemente, a poco de comenzar a describir en relatos y novelas las orgías en las playas, la alegría concupiscente del ambiente, las relaciones interraciales, los levantes en las calles y el festival de la carne, la pandemia del sida cambio sus costumbres y se llevó la vida de cuatro de ellos (incluido Christopher Cox, amante de White). A partir de entonces, las existencias y las narrativas de los miembros supervivientes tomaron otros rumbos militantes.

Sin duda, por su trayectoria y relevancia, la publicación de cada obra de White supone un acontecimiento literario. Esta afirmación es especialmente verdadera para “Una vida anterior”, la novela que escribió en 2022 y que este año llega traducida al ámbito local de la mano de Ariel Schettini para la editorial blatt & ríos.

La más reciente ficción de White se ubica en el futuro -año 2050- y se centra en un matrimonio poco convencional: el de Ruggero, un aristócrata septuagenario, aun atractivo y clavecinista y Constance, una bella huérfana afroamericana treintañera. La tensión conyugal empieza, cuando el anciano Ruggero sufre un accidente de esquí y, para pasar el rato y la convalecencia, los miembros de la inusual pareja se deciden a escribir y leerse mutuamente las experiencias sexuales del pasado.

Eso da pie a White para ofrecer un Decamerón a dúo futurista y contemporáneo que hará las delicias de los amantes del género erótico. En ese sentido no faltarán ninguno de los ingredientes que hacen a la naturaleza de este tipo de literatura: abusos, sadomaquismo, masturbaciones varias, relaciones gays y lesbianas, menage a trois y orgías. Y hasta el relato intercalado de un hermoso músico que, tras gozar reiteradamente del placer anal con la verga de Ruggero (“tenía las nalgas cada una tan grandes como un jamón de navidad”), se siente culpable y como autopunición se vuelve sacerdote y así desperdicia el resto de su existencia (y sus adorables montículos de carne) en el represivo seno del celibato eclesiástico.

La prosa de White es directa, por momentos pornográfica y en ocasiones de un delicado refinamiento lírico. A veces, aprovecha el lenguaje de la música -por tener un protagonista clavecinista- para dar cuenta de esa cadencia que une cinturas y caderas, bocas y miembros, lenguas y todo tipo de fluidos. Frecuentemente, como suele suceder en las grandes obras del erotismo, a los relatos mecánicos y biológicos de las cópulas (con esa explosión de fuegos artificiales que son metáfora de todo buen orgasmo) le suceden la calma del cuerpo y originales reflexiones sobre la naturaleza de las relaciones sexuales. Así, White lega fragmentos como el siguiente:

“Dos hombres, uno activo y el otro pasivo eran para mí de las uniones más poderosas y bellas de la existencia, incluso más profunda que la de una pareja entre un varón y una mujer (con perdón). Te preguntarás por qué. Precisamente por no ser biológica. (…) Dos hombres, uno activo y otro pasivo, tienen que inventarse mutuamente. No nacieron para interpretar roles. Están masculinizándose a cada momento. Y esa e su belleza, su arte (como el arte del onnagata de Kabuki)”.

Pero, siguiendo la tradición del mejor Henry James -si James se hubiera vuelto sexualmente explícito-, la última creación de White parece esconder (y/o develar) un secreto. A mitad de su ficción, el argumento parece cambiar bastante radicalmente. Si en novelas como “Historia de un chico”, “La hermosa habitación está vacía” o “La sinfonía del adiós”, White había apelado al mecanismo de la autoficción para narrar su vida, ahora apela al de la metaficción.

En efecto, al estar situado en 2050, White aparece como personaje, pero ya está muerto y enterrado. Sin embargo, los recuerdos de Ruggero y ciertas cartas y mails -a la manera de Los papeles de Aspern de James- permiten dar cuenta no solamente de los gustos sadomasoquistas del célebre escritor estadounidense, sino también de la vivencia de una historia de amor (“en memoria de un gran amor” es la dedicatoria de la novela) tan pasional como humillante y escandalosa. Y, en definitiva, parecen permitir descifrar las claves últimas de su obra y su existencia. ¿Verdad o ficción? ¿Acaso importa? En todo caso, un octogenario White, vuelve a sus orígenes: al placer de escribir sobre el placer que le fuera interrumpido por la tragedia del sida. Así, un White desenfadado y sin tabúes llega a las cumbres de su carrera con este libro pleno de goce sensual y literario. En el supuesto crepúsculo de la vida, el escritor adquiere total luminosidad. Ojalá queden muchas novelas de White por leer. Pero, de no ser así, su carrera concluye con un orgasmo en el pleno sentido de la palabra:

“Una vez, mientras penetraba a Teresa, Adriano comenzó a jugar con mi agujero, primero lamiéndolo y luego entrando suavemente con su miembro rígido. Casi me desmayo del placer de ser invadido por mi joven amante mientras yo penetraba a su esposa (ojalá él y yo hubiéramos podido casarnos con ella, pero esa noche celebramos nuestra unión en trinidad en la cama, ya que no pudimos hacerlo en el altar esa tarde). Me quedé sin aliento por el escandaloso placer de entregarme a él. Me di cuenta de que ahora los tres estábamos realmente casados. Esa tarde caminamos al pueblo disfrutando de la quietud de la siesta y la indolencia urbana”.

Edmund White “Una vida anterior” Traducción de Ariel Schettini. Blatt & ríos. Buenos Aires, 2024