“Esta muestra nace de un proyecto amoroso” dice Kekena Corvalán, curadora de la muestra colectiva que se inaugura este sábado 3 de agosto en el Parque de la Memoria. Su título, “Yo empecé a pintar cuando mi abuelita comenzó a perder la memoria”, salió de la boca de Fiorella Gómez, artista qom descendiente de víctimas de la Masacre de Napalpí.

Este año se cumplieron 100 años de la Masacre de Napalpí. En el actual pueblo Colonia Aborigen en Chaco, funcionó hasta 1955 la Reducción de Napalpí. Estas unidades territoriales donde el estado agrupaba a los indígenas del Chaco y Formosa, se crearon en 1911 con el puro objetivo de controlar, dominar y utilizar a la población como mano de obra captiva en los ingenios, ferrocarriles, obrajes y cosechas. 

El 19 de julio de 1924 las comunidades moqoit y qom se fueron de la reducción hacia un campamento cercano como forma de protesta por las condiciones deplorables de vida y la prohibición de emigrar para trabajar en otras provincias. El gobierno envió policías que junto a los terratenientes asesinaron en el acto a entre 400 y 500 habitantes a balazos, machetazos y prendiendo fuego sus cuerpos. En 2022 se realizó un juicio en donde se determinó; gracias a los testimonios de los descendientes, que habían oído el relato de sus abuelos; que estos fueron delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas.

La muestra propone traer a la memoria a la Masacre de Napalpí y la aborda desde distintas perspectivas; además de las pinturas de Fiorella Gómez, Paola Ferraris y Camila Barcellone trabajan con frases de los testimonios, fotografías y videos de archivo. Tati Cabral y Celeste Medrano presentan una instalación realizada colectivamente con la población qom.

¿Cómo surgió la idea de hacer una muestra colectiva sobre la masacre de Napalpí?

Kekena Corvalán: Nosotras nos conocimos en el 2022 en un campamento artístico curatorial que se llamó Aprender del Chacú. Cómo procurarnos artefactos comunes de memoria, abrigo y alimento, ese campamento fue política pública del Gobierno del Chaco a través del Instituto de la Cultura, y participamos todas las que estamos acá, incluida Fiorella que estaba viviendo en Colonia Aborigen. A Tati se le ocurrió poner en la programación, como actividad importante, trabajar con Napalpí. Después se vino “la Fío” con su hijito Lemu, y ahí empezamos a tejer algo amoroso. Es importante que esto no nace de un proyecto curatorial o académico, nace de un proyecto amoroso.

Fiorella Gómez: Yo siempre trabajé en mi comunidad haciendo murales, ayudando en los actos. Restauré un mural que se hizo en el 2009, entonces la gente de la comunidad se fue acercando. A partir de ahí me dicen que tengo que conocer a Tati Cabral porque estaba en un campamento hacía unos días. A través de Tati la conozco a Kekena cuando van todas a la comunidad, la esperé con un grupo que se llama Renacer de Napalpí, preparamos la charla, mis cuadros y contamos la historia de Napalpí. Vino un colectivo de gente y la gente del pueblo preguntaba quiénes eran, porque mi comunidad es muy cerrada, recién hace siete meses tenemos una intendencia después de 112 años. Fue una emoción muy fuerte porque me preguntaba ¿qué hago acá? No tengo títulos para presentarme, soy una artista indígena libre, porque no se me dio la oportunidad para estudiar porque tenemos que ir a 50 km desde donde estamos, sólo hay jardín, primaria y secundaria. Fueron a mi casa, compartimos cosas, con Tati y Celeste se dio la iniciativa de hacer un libro “Los susurros de la abuela Matilde” que hoy en día no está, en memoria de ella es que sigo llevando su memoria, su legado, presente ahora y siempre.

Camila Barcellone: Todo tiene que ver con redes de amor, Paola y yo nos conocemos desde hace 6 años también por un campamento, es una artista que admiro mucho y cuando estábamos llegando me dice “yo quiero trabajar con la Masacre de Napalpí”. Cuando la conocimos a Fiore lo que vimos fue alguien con una energía increíble que en dos minutos sacaba una técnica que recién le mostrábamos y lo que fue construyendo esta muestra fue esa fuerza y esa necesidad de cuidarnos y trabajar juntas.

Paola Ferraris: Con Camila decidimos trabajar sobre Napalpí, pero no sabíamos mucho, cuando llegamos a Colonia Aborigen y comenzó a hablar Fiore, nos enamoramos de ella por como cuenta toda la historia, empezamos a entender lo que había sido para el pueblo y para su bisabuela. Nos contó todo lo que le transmitieron sus ancestros de la masacre y, como ella cuenta, tiene que ver con los susurros, porque no se podía hablar porque tenían mucho miedo. Cuando nos cuenta esto se nos abre todo un mundo que ya no era trabajar sólo con los archivos, sino con lo que nos contaba ella y su hermana sobre lo que todo su pueblo había vivido.

¿Qué significación tiene exponer en la sala Pays (Presentes ahora y siempre) del Parque de la Memoria?

F.G.: Es como la frase que resonó mucho: prohibido olvidar. A nosotros nos resuena porque la historia de Napalpi estuvo silenciada por mucho tiempo. Es una historia que conecta este lugar con Napalpí, ¿cuántos niños desaparecidos hubo allá? Porque mi abuelo Salustiano Romualdo y también Mercedes Dominga dan testimonio sobre los niños desaparecidos. Y cuando se da la oportunidad de venir a este lugar yo me pregunto: ¿A dónde han ido a parar esos niños? ¿será que conocen su identidad? ¿cómo habrán vivido su infancia? ¿y la discriminación? Porque para nosotros como comunidad qom y como comunidad indígena en general, siempre fue fuerte la discriminación. Imagínate que en mi lugar Colonia Aborigen, hubo el olvido total de la lengua materna, porque mi abuela prefería que nosotras aprendamos el castellano a que seamos violadas, burladas. Mi abuela decía que le hacían lavar la lengua con jabón porque hablaba en lengua qom. Entonces para mí venir a este lugar resuena mucho y conecta con las luchas de las abuelas, con las abuelas qom, que no fueron escuchadas.

Toda la muestra, desde el título escrito en español y en qom es atravesada por la letra manuscrita. ¿A qué se debe esto?

C.B.: La letra manuscrita, que se conserve como algo de la identidad. A Kekena se le ocurrió que el título de la muestra esté en la escritura de Fiorella y tiene que ver con el propio recorrido, el gesto caligráfico es muy identitario. Somos un grupo de artistas que nos queremos, que nos admiramos, que hacemos una muestra juntas, que venimos de diferentes lugares. Cada una tiene su propio recorrido y nos hacemos cargo de que estamos hablando de una temática que es nuestra historia y no es nuestra historia a la vez, porque yo no soy descendiente de personas que hayan estado en la masacre de Napalpí, pero sí de otras masacres. Somos hijes y nietes de personas que sufrieron genocidios, exilios forzados, silenciamientos. Yo sé que soy descendiente de pueblos originarios tucumanos, pero no hay más información que esa, es como “esto nunca pasó, todo el mundo bajó de un barco” esa parte de la historia no se cuenta.

¿Cómo se pensó este proyecto desde lo curatorial?

K.C.: Era importante que obedeciera a las leyes del campo del arte para que fuera enmarcado desde ese lugar y no como artesanía o como gesto político, sino que fuera leído como gesto estético, pero que tampoco extractivizara y plantea que Fiorella es un ser excepcional, sino que es parte de un colectivo, una comunidad que viene luchando. El colectivo travesti trans, el indígena, el qom, el del interior del país que viene vibrando otra posibilidad y que disputa la forma. No se trataba de decir “vamos a darle un lugar a ésta así somos inclusivas y nos quedamos tranquilas”. Ella es artista, hay amor entre nosotras y también nos peleamos porque no estamos de acuerdo en un montón de cosas. Y esa mirada tensiona también con la de Celeste que es más antropológica, académica.

Celeste Medrano: Cuando conocimos a la comunidad y a Fiore, la intuición que tuve fue que esa memoria quería salir, que hay algo de esa memoria que está viva y que quiere ser contada. Yo trabajé con Tati Cabral en una instalación que fue hecha con la gente de la comunidad, nosotras nos fuimos a las orillas del Memorial de la Masacre de Napalpí, vivimos con la gente qom, comimos, bebimos, nos bañamos, fuimos al río, fuimos al cumpleañitos de los niñes e hicimos la obra en comunidad. La obra fue el proceso mediante el cual nosotras redoblamos la apuesta, fuimos en busca de la memoria viva que es Napalpí.

K.C.: La decisión es ficcionalizar también, esta muestra no es el testimonio de Fiorella, no es un trabajo antropológico o académico, esto es un trabajo artístico, lúdico. Poetizar es la estrategia política más grosa que podemos tomar y acompañarla a ella, hacemos todo para que ella cuente su historia, pero la poetizamos entre todas, eso es lo que hace la disputa en el campo del arte. Por eso venimos acá, que estuvieron todos los artistas latinoamericanos más grosos contando historias, a ficcionalizar la historia de ella. Esta historia está pasada por el tamiz de la imaginación como instrumento político de transformación, que es lo que aprendimos de ella.

Yo empecé a pintar cuando mi abuelita empezó a perder la memoria / Qo´ollaxa som ýiapi mashe santouen nache chexoqteu´a ra sa´amnaxan. De martes a domingos y feriados de 11 a 17, en Parque de la Memoria - Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado Av. Costanera Norte Rafael Obligado 6745, CABA.