La actriz Lorena Vega llega al café de Caballito después del rodaje de En el barro, el esperado spin off de El marginal que tendrá lugar en una cárcel de mujeres; el cineasta Gonzalo Zapico, su compañero de vida y de trabajo, llega después del rodaje de la segunda temporada de División Palermo, el gran suceso de Netflix creado por Santiago Korovsky. Sin embargo, el motivo de la charla no será ninguna de esas producciones sino Imprenteros, un proyecto que nació en 2018 y que en estos años se fue expandiendo con la potencia de un big-bang.

Mientras ellos son fotografiados en las calles del barrio, una mujer paga la cuenta y deja un mensaje para Lorena antes de irse: “Decile que soy Analía, su vecina, la que compró el libro de Imprenteros para hacer un posgrado. Le quería contar que me saqué 9”. Esa postal puede parecer un dato random pero tiene bastante que ver con el fenómeno generado por la obra desde su estreno en “Proyecto Familia”, ciclo curado por Maruja Bustamante en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Y es que muchos de los que vieron esa puesta tienen una historia personal que, de un modo u otro, los une a Imprenteros.

La versión teatral de Imprenteros. 

El horizonte eran cuatro funciones para ese ciclo pero el público respondió y se hicieron muchísimas más en diversos espacios (hoy continúan en el Picadero). En agosto de 2022 los hermanos Vega –Lorena, Sergio y Federico– publicaron un libro exquisito por Documenta/Escénicas, sello de Gabriela Halac, que además del texto dramático contenía otros escritos especialmente elaborados para esa edición, archivos, documentos, fotos familiares y un extraordinario fotomontaje a cargo de César Capasso, quien logró recrear eso que la realidad impedía: el regreso de los tres a la imprenta de su padre luego de que sus medios hermanos cambiaran la cerradura y les negaran el acceso.

Para la primera presentación de ese libro hubo una instalación donde se expusieron objetos originales de la obra, del libro y del taller de Alfredo Vega sobre las vitrinas realizadas por el escenógrafo Santiago Rey en la galería de la Federación Gráfica Bonaerense; más tarde, la muestra se trasladó a la Casa del Bicentenario y permaneció allí un mes. Ahora se presenta la película homónima que expande –y complementa– aquello que se relata en la obra de teatro y en el libro: Imprenteros se estrenó en el BAFICI 2024 y a partir de este jueves podrá verse en la Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1530) y en el MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415).

El documental. 

 

Una historia y sus ramificaciones

Lorena, creadora de este universo junto a sus hermanos, dice que cada una de esas expresiones artísticas tuvo un origen muy inesperado: “Quizás el libro partió de una decisión más consciente, pero la película surge de manera muy parecida a la obra, fue muy accidental. Gonzalo decidió prender la cámara y convertirse en testigo de ese proceso a través del cual estábamos tratando de hacer un libro sobre nuestra propia historia con mis hermanos”. La actriz confiesa que con la película le pasa algo distinto, algo que nunca le había pasado con las otras versiones. “Me emociona y me conmueve lo que veo. Quizás se debe a que en la película está la mirada de Gonza. Siempre estuve muy adentro del proyecto pero acá hay dos voces: un otro que observa y que hace. Somos tres personas distintas pero salimos del mismo canal de parto, en cambio Gonza viene de otro lado y eso quizás me permite ver con alguna ‘distancia’ lo que se trama en la película”, explica la codirectora del film.

Zapico, por su parte, recuerda que tanto el libro como el documental surgieron en tiempos de pandemia, aunque los hermanos venían imaginando el libro desde antes. “Ellos arrancan a trabajar en el libro y yo a grabar. En algún momento entendimos que podía haber un buen material si hacíamos un registro audiovisual de ese proceso para narrar el recorrido editorial. Y rápidamente se sumó Alejandro Israel (AjíMolido Films) como productor. Para nosotros estaba un poco sobrecalificado porque pensábamos que nuestro proyecto era una cosa chica, pero Lore lo llamó y él dijo que quería producirlo porque adoraba la obra”. Ese cariño fraterno hacia el material, como si se tratara de una hermandad secreta, atraviesa el proyecto.

Los primeros registros fueron durante el período de encierro: Lorena imitaba a sus actrices de referencia como Sônia Braga o Gena Rowlands (un intento fallido de film experimental) y armaban pequeñas escenas con su hijo Dante, quien también participó de otras producciones familiares como el corto La humedad o la ópera prima de Zapico, El bosque de los perros. El director registró charlas telefónicas y encuentros por zoom del equipo hasta que finalmente los hermanos viajaron a Córdoba para planificar el libro junto a Halac. Uno de los momentos que más conmueve a Lorena es cuando la editora le dice a su hermano Sergio que es el único que puede estar “de los dos lados del proceso” y comenta que eso fue tomando mucha fuerza en el guión: “Las conversaciones entre ellos eran increíbles porque se apasionaban hablando del futuro libro. Tenemos mucho material que quedó afuera, ellos entraban de pronto en una deriva muy específica y técnica, y todos quedábamos en el rol de espectadores”.

El desafío de capturar lo efímero

–El teatro es efímero pero el libro y la película pueden capturar algo de ese fenómeno con otro lenguaje, ¿no?

Lorena Vega: –A mí me da una gran alegría que exista la película para trenzar todo y que estas expresiones queden narradas. El cine permite dejar un documento sobre la obra, el libro y lo que nos pasó al hablar de nuestra propia historia. Nos modificó a nosotros en primer lugar y generó la posibilidad de que otros sientan que se cuenta su propia historia aunque no sean gráficos ni les haya pasado esto. La película es una especie de postal familiar, de época, donde el trabajo artesanal es central y los vínculos afectivos están condicionados por el dinero. Todo eso que es el núcleo dramático de la obra vuelve a estar en la peli. Evidentemente es nuestro asunto y nuestra identidad: fuimos creciendo y había muchas cosas que estaban mal, pero con estos trabajos pudimos mover esas piezas para pensarnos y cambiar un poco la historia. Hacer una película, en principio, es nuestro trabajo porque nos dedicamos a esto. Pero además hace esta operación que implica dejar un archivo sobre todos los procesos.

–El trabajo es un eje que está presente en todo el proyecto. ¿Cómo pensaron esa dimensión desde el lenguaje audiovisual?

Gonzalo Zapico: –Bueno, las máquinas para mí son una clara representación del trabajo. Esto se fue dando muy naturalmente porque ellos todo el tiempo estaban trabajando, pensando el libro o haciendo funciones para juntar el dinero. Es la posibilidad de acceder un poco a la cocina de la obra y del libro, a eso que uno no puede ver como el taller de Vivi Tellas donde nació la obra o la imprenta donde trabaja Sergio. Se trata de mostrar el detrás de escena, los procesos. Es un trabajo sobre el trabajo porque esa dimensión está presente todo el tiempo; lo único que hice fue registrarlo.

L.V.: –Lo único no. Él fue director, camarógrafo y DF. Teníamos un equipo muy reducido: Gonza con el sonidista. Toda la composición estaba a cargo de él: no había foquista entonces hacía foco él, ponía sábanas, las pegaba con cinta, sacaba al gato, metía al gato a cuadro. Esta película es genuina, cruda, casera, rudimentaria, precaria y está hecha con lo que teníamos a mano.

–Alguna vez dijiste que tu padre te legó un gran amor por el trabajo artesanal. Todas las aventuras imprenteras tienen ese espíritu, ¿no? La obra, el libro, la peli.

L.V.: –No tengo ninguna duda de que hacer el libro en esas circunstancias nos salvó el espíritu, el ánimo, el alma, los vínculos. Hacer la película también nos salvó los vínculos, incluso el nuestro (risas). Significó mucho porque nos empezamos a ocupar de eso y no de lavar los productos con lavandina o los contagios. El foco pasó a otro lugar. Es muy particular lo que hace Gabi Halac con su editorial. No es habitual. Hacer esa residencia fue clave para entender lo que estábamos haciendo, para encontrarnos con mis hermanos en lo medular del proyecto.

¿Qué pasa con nuestra memoria, con eso que nos constituye? Para los realizadores es una pregunta nodal. “Con la obra apareció un primer relato pero era efímero y, cuando no pudiéramos hacerla más, quedaría el recuerdo de una cantidad de gente que algún día ya no va a estar. El libro hizo la operación de condensar algo de esa experiencia y la película cuenta todo junto”, dice la actriz, y menciona a Mariano Llinás y Laura Paredes como dos personas esenciales en el camino: “En un momento vieron un corte y nos hicieron una devolución que nos ayudó mucho a tomar el rumbo final. Si ya los amaba, ahora son una especie de gurúes. Mariano dice algo que está muy bueno: la obra evoca el taller y uno entra ahí con su imaginación y sus sentidos; la película, con todo el poder de la imagen, es el mejor espacio para ver el taller. Le parecía bueno que eso no estuviera en la obra pero sí en el cine. Me gusta mucho lo que hizo Gonza con la cámara: meterse adentro de las máquinas, hacer que se vean como órganos humanos”.

La belleza en lo cotidiano

Una sección del libro recoge varios comentarios que los espectadores hacen después de la función. Vega y Zapico aseguran que hay muchísimas anécdotas, pero la actriz recuerda una reciente: “Mi hermano Sergio me contó que un espectador vino con sus compañeros de la gráfica y después trajo a su familia porque había empezado a tener más clientes y a vender más. Estoy segura de que eso ocurrió porque Sergio les inyectó alegría, tiene tal orgullo de su oficio que contagia. Es una de las cosas que él más valora. Cuando mi hermano me dijo esto, entendí que ahí reside la importancia de la película".

Zapico, por su parte, sostiene que la obra “tiene un público muy universal porque se trata de un grupo de hermanos y los vínculos con sus padres” y, en ese sentido, “tanto el libro como la peli son registros que van a seguir encontrando sus públicos”. “Quizás la obra algún día se deja de hacer pero queda esto como registro. Lore y sus hermanos están expuestos, abren su corazón. Hay momentos filmados en mi casa, con mi hijo, donde mostramos todo con la mayor de las honestidades, tratando de ser frescos al momento de contar esta historia. Estamos muy contentos con lo que hicimos”, asegura.

Vega destaca varios momentos que la conmueven. Uno de ellos es cuando Sergio sostiene entre sus manos las fotos del padre y dice: "Qué cara de cansado, se lo ve roto". Y en el off ella agrega: "No le gustaba que le sacaran fotos, decía que le podían hacer brujería". "Eso es algo que en el cotidiano estaba tramitado de otra manera: él gritaba que no le sacáramos fotos, todos nos reíamos o le decíamos que era un paranoico. Era un problemón. En la película es un pasaje de otro orden, tiene otra dimensión. A mí me gusta la posibilidad de hacer un trabajo poético sobre vidas comunes, tratar de pescar esos destellos de poesía en lo cotidiano. Esta película es la oportunidad de mirar las cosas de otro modo, acá hay otro punto de vista: las cosas no siempre son iguales y no hay una única voz. Que no sean de una sola forma implica que hay esperanza, que todo puede llegar a cambiar".

La pareja concibe el documental como la síntesis de varios oficios. Hace poco, la actriz escribió en Instagram: "Lo dimos todo y acá está trenzada la familia escénica, la gráfica, la editorial, la literaria, la cinéfila". Una hermandad, varios oficios, muchas familias. "Eran demasiadas puntas, pero no desde un lugar pretencioso sino desde una profunda identidad porque es lo que somos. El oficio artístico es tan duro como cualquier otro, lo que pasa es que hoy hay un gran prejuicio desde un sector de la sociedad que lee el oficio artístico bajo esta idea de 'son todos vagos'. De alguna manera reivindicamos estos oficios", dicen. Cuando se les consulta cómo es estrenar en este contexto, Vega responde: "Para mí es una acción de resistencia y vitalidad. Esto refuerza nuestra energía de seguir dando batalla y seguir haciendo. Hoy todo se resignifica por la falta de trabajo y también por la gran cantidad de trabajo precarizado, no reconocido".

El film recupera algo que el autor Mariano Tenconi Blanco dijo en la presentación: "Me gusta pensar el libro y toda la ficción como una sesión de espiritismo. Escribir un libro para estar con los muertos. Lorena, Sergio y Federico escriben Imprenteros para estar con su padre, para pasar una última jornada con él, en su imprenta, fumando un cigarrillo. Una jornada que se hace eterna cada vez que uno abre el libro o cada vez que hacen una función de la obra". Lorena dice que ese momento la emociona y agrega: "Con esa definición Mariano captura lo que puede hacer una creación artística y la ficción, porque es un documental que dialoga, muestra y le agradece mucho a la ficción. Él sintetiza algo que tiene muy elaborado: la ficción es una manera de existir. Con ella podemos encontrar un lenguaje con el cual tramitar cuestiones de nuestra vida: volvemos a sitios inaccesibles, vivimos momentos que de otro modo no podríamos vivir y nos reencontramos con personas que ya no están".

* Imprenteros podrá verse jueves 1°, viernes 2, sábado 3 y domingo 4 a las 21; martes 6, miércoles 7 y jueves 8 a las 18 en la Lugones. Desde el sábado 3 de agosto a las 22 en el auditorio del MALBA, con la presentación del equipo.