Como si fuera una bisnieta no reconocida de Bartleby (con esa especie de estribillo existencial “preferiría no hacerlo”), la literatura argentina acaba de incorporar a su elenco un personaje femenino, una voz muy “british” y zumbona. Dorothea ha vivido 59 años a la sombra de su padre, Robert Dodds, considerado uno de los más prestigiosos pintores ingleses contemporáneos. Ella dibuja paisajes imaginarios, flores y legumbres estrafalarias, mientras trabaja como secretaria de su propio padre. El viaje a Londres por la muerte de un familiar emerge como el punto de inflexión. Su prima inglesa le propone un trabajo: cuidar casas y mascotas ajenas a cambio de alojamiento y dinero. Entre Zeus, un gato gris “espumoso como el humo” y Bruno, un perro que está en un período que lo destruye todo, Dorothea explora las vidas ajenas y evoca episodios claves de su pasado. Aunque Mariana Sández es argentina y vive en Madrid desde 2019, en La vida en miniatura (Impedimenta) escribe como si fuera una escritora británica que leyó a Virginia Woolf y a Silvina Ocampo y encuentra en el cruce de estas autoras un lugar desde donde mirar a la par que inaugura un tono desde el cual narrar.

En su segunda novela La vida en miniatura, la sucesora de Una casa llena de gente (2022), para la cual recibió una Beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes, Sández (Buenos Aires, 1973) capitaliza sus estudios de Literatura Inglesa en Manchester, ciudad donde vivió un año en 1998. “La literatura inglesa me marcó y me encanta la lengua también; es una lengua que conozco bastante y eso ayuda a sentirme más integrada a determinado universo -reconoce la escritora-. Inglaterra es un lugar al que viajé bastante; si tuviera que situar una historia en Alemania, en Japón o Bulgaria, no tengo la más pálida idea de cómo hacerlo porque necesito sentirme cerca del lugar para poder imaginarlo”. La autora de los cuentos Algunas familias normales (2021) revela que esa experiencia de estudiar en Manchester le permitió apreciar cómo cambia el acento inglés de una región a otra. L.S. Lowry (1887-1976), el pintor que aparece mencionado como el maestro del padre de Dorothea, tiene una biografía "similar" a la protagonista de su última novela. “Lowry se hizo pintor para ser querido por la madre”, afirma la escritora.

Dorothea, como su hermano Enrique, son personajes que no encajan en el tiempo que les toca vivir; hay una inadecuación vital y cierto anacronismo. “Yo veo a Dorothea como eran mis abuelas a los 60 años -explica Sández-. Ese anacronismo le viene de la reclusión en la que siempre vivió, a la sombra del padre, de la madre, del hermano”. En el repaso de momentos de su infancia pronto registrará una escena crucial. “¿Esto es una gaviota, decís? Parece más un dragón descuajeringado, con alas. O un cisne con el pescuezo todo retorcido, según cómo se mire”, la desacredita su padre. “No dibujo lo que veo, sino lo que imagino”, le responde Dorothea. “Entonces, haceme un favor: practicá copiar las cosas más o menos como son, se llama realismo, y una vez que lo tengas muy dominado, verás si tiene sentido deformarlo con tu fantasía…, bueno, infantil iba a decir, aunque sos chica”.

Ese momento desgarrador para Dorothea tiene su correspondencia con algo que la escritora leyó en una biografía. “Cuando Lowry nació, la madre quería que él fuera mujer. Como era varón lo detestó y a partir de ahí siempre le hizo la cruz a su propio hijo. Cuando él decide ser pintor, le llevaba las obras y la madre le decía: ¡qué asco!, ¡qué porquería!, ¿cómo podés pintar esto? Con lo cual hacía que tuviera la misma repercusión y que todos en la sociedad le dijeran lo mismo. Si en tu casa las personas que más deberían quererte te anulan, probablemente la manera de presentarte a la sociedad es una manera anulada, de baja autoestima. La anulación del padre hacia Dorothea me interesa para tratar de entender cuál es el contexto que lleva a esa persona a ser de determinada manera”.

Sández reflexiona sobre cómo se vive el arte en la familia Dodds. “El arte de Dorothea es un muy auténtico, quizás más que el del padre, porque no está pendiente de la exhibición. Ella necesita la aprobación del padre por una cuestión más psicológica. Dorothea disfruta de hacer arte por el arte mismo, no lo hace para mostrarse”, analiza la escritora y agrega que la figura de Dorothea se relaciona con el reconocimiento póstumo que sucede en muchas artistas. “En la novela se menciona a Séraphine Louis, una pintora francesa cuya biografía me encantó descubrir. También pienso en Vivian Maier, una fotógrafa de Estados Unidos que trabajó toda su vida como niñera, guardó los rollos con sus fotos y tuvo un reconocimiento póstumo. O en Jane Austen, que murió a los 41 años sin saber que era Jane Austen”.

Un libro que le sirvió para pensar el vínculo entre Robert Dodds y su hija Dorothea es Hijas escritoras, de Maggie Lane, un trabajo que analiza el modo en que la figura paterna dio forma a la vida de ocho escritoras: Fanny Burney, Maria Edgeworth, Elizabeth Barret Browning, Carlotte Brönte, George Eliot, Emily Dickinson, Beatrix Potter y Virginia Woolf. “El padre quiere a Dorothea en la forma que él puede; tiene esa educación un poco distante con los hijos, autoritaria y severa. Lo que no puede es darle lugar en lo que para él es ‘su’ lugar, que es el arte; entonces la desplaza y la quita del camino porque teme un poco que lo opaque o que se le acerque demasiado en el talento”.

Las abuelas literarias de Sández son especialmente las escritoras inglesas, con Virginia Woolf a la cabeza. También incluye a autoras como Silvina Ocampo, Natalia Ginzburg y Clarice Lispector. “Silvina (Ocampo) te enseña cómo con un estilo sencillo se pueden construir mundos muy complejos. El estilo de Natalia Ginzburg lo han llamado sencillismo, que incluso se lo usó para criticarla, pero me parece alucinante cómo desde una prosa tan económica se puede meter tan profundo en sus personajes. A Clarice la veo mucho más compleja, sobre todo en las novelas de estilo impenetrable, pero tiene una mirada desencantada, de mucha lucidez y oscuridad al mismo tiempo, como si viera muy profundamente a través de lo oscuro de las personas”, plantea la autora del libro de entrevistas y ensayos El cine de Manuel: un recorrido sobre la obra de Manuel Antín (2010).

De la literatura inglesa le fascina la posibilidad de apelar al humor. “Lo que más me cuesta de la literatura hispanoamericana es la tendencia al dramatismo, a esa oscuridad vinculada a lo político, a lo social y a la tierra. A (Juan Carlos) Onetti me gusta leerlo, pero en mi manera de escribir prefiero despegarme de tanta oscuridad. La literatura inglesa logra mantener a raya cierta oscuridad y para eso contrapone el humor o el sarcasmo”, precisa la escritora que prefiere manejar “un tono zumbón” que le permite que la oscuridad “nunca llegue a tocar el suelo”. 

 *La vida en miniatura se presenta este miércoles a las 18 en Dain Usina Cultural (Nicaragua 4899). La autora conversará con Mariana Travacio.