Súbete a mi moto
En los años sesenta, David Lyon quería ser parte de los Chicago Outlaws, un famoso club de motoqueros; en su mayoría, obreros del Medio Oeste norteamericano caídos del mapa. El joven fotógrafo estaba maravillado con la posibilidad de meterse en ese corazón de esa experiencia contracultural y rutera para vivir su propia experiencia postbeatnik. Incluso le escribió una carta a su admirado Hunter Thompson para ver qué opinaba del asunto ya que había viajado con los Hell’s Angels y escrito al respecto. “Ni se te ocurra”, le respondió. “Así que por supuesto me uní al club ”, se ríe Lyon más de cuarenta años después. De allí salieron las fotos su libro icónico, The Bikeriders, publicado originalmente en 1968 y con varias reediciones, para recorrer el ascenso, apogeo y caída del Outlaws Motorcycle Club, que aún hoy cuenta con más de 3000 miembros desparramados en cuarenta países. Ese fue el libro que alucinó al director Jeff Nichols y fue el germen de su película El club de los Vándalos, que el jueves se estrenará en salas. De hecho, Lyon aparece en la película personificado por Mike Faist, mientras entrevista a sus compañeros de ruta. Porque, además de dos cámaras, se llevó una grabadora. “La camaradería y el riesgo unían a estos muchachos en vínculos super masculinos. De hecho, estos clubes comenzaron en los años treinta, con los ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial”, ha contado Lyon, que después de este trabajo documentaría, por ejemplo, a los prisioneros condenados a muerte en las cárceles de Texas. En medio de ese hervidero de testosterona, Lyon descubrió a Kathy Bauer, una chica de 26 años que a las cinco semanas de conocerlo, se casó con Benny, uno de los Chicago Outlaws. Ella tiene un lugar clave en el libro, y también en la película de Nichols. Gracias a esta nueva producción, Lyon conoció a Kirk, el hijo de Kathy (que ya falleció) y de Benny. Además, sigue siendo miembro del club para demostrar que la hermandad, como la organización, vence al tiempo.
Más que una brisa marina
A más de cuatro mil metros de profundidad, en el noreste del océano Pacífico entre Hawai y México, un grupo de científicos encontró una mina de oxígeno. Denominado “oxígeno oscuro”, esta materia se genera por trozos de metal en el fondo marino, donde descubrieron un millón de kilómetros cuadrados de rocas compuestas de níquel, manganeso, cobre y cobalto. Cerca de la mitad del oxígeno que respiramos proviene del océano. Pero, antes de este descubrimiento, se pensaba que ese gas era producto de la fotosíntesis de plantas marinas, algo que requiere luz solar. En este caso, a profundidades insólitas, donde la luz del Sol no puede penetrar, el oxígeno parece ser producido por “nódulos” metálicos naturales que separan el agua de mar en hidrógeno y oxígeno. El descubrimiento de otra forma de producir el elemento básico para la respiración de los seres vivos suscita nuevas preguntas. Una es sobre el impacto de la minería submarina. Y es que, por supuesto, ya varias empresas mineras están viendo cómo recolectar estos nódulos. Pero científicos marinos temen que eso altere el proceso recién descubierto y dañe cualquier tipo de vida marina que dependa de él. Franz Geiger, del laboratorio químico de la Universidad del Noroeste lleva la hipótesis un paso más allá: “Si el proceso está ocurriendo en nuestro planeta, podría estar generando condiciones de hábitat en otros mundos oceánicos”. Y menciona en ese sentido a Europa, la cuarta luna más grande de Júpiter, y Titán, la mayor luna de Saturno.
Jugando al huevo podrido
No deja de ser bueno que algunos planetas se encuentren bien lejanos de nosotros. Es el caso del planeta HD 189733 b, que se encuentra a 64 años luz de la Tierra. Y es que según han descubierto los científicos, este planeta huele horrible. De hecho, si hubiera que graficarlo, dicen, se podría afirmar que huele a huevos podridos. The James Webb Space Telescope analizó por qué ocurre esto y, de acuerdo a un estudio de la revista Nature, la atmósfera de ese planeta también tiene trazas de sulfuro de hidrógeno, lo que causa el olor. Sin embargo, lo importante para los científicos es que por primera vez detectan este sulfuro fuera de nuestro sistema solar (el HD 189733 b es un exoplaneta, justamente). “No estamos buscando signos de vida ahí porque es un planeta demasiado caluroso para eso. Pero encontrar sulfuro de hidrógeno es una buena señal para entender cómo llegan a formarse ciertos planetas en cuanto a su composición atmosférica y, en definitiva, de qué están hechos”, declararon. El HD 189733 b, sin embargo, no logra tener buena prensa. Ya la Nasa había indicado, cuando fue descubierto en 2005, que se trata de un gigante gaseoso con temperaturas “infernalmente calientes”. La Tierra quizás no huela tan mal en su conjunto pero el calentamiento global, sin dudas, nos va a terminar fritando como verdaderos huevos en nuestra propia sartén. Y habrá qué ver a qué olemos entonces.
Una foto olímpica
Jerome Brouillet, de la Agence France-Presse, practica surf además de ser fotógrafo. Hace una década vive en Tahití así que se podría decir que conoce las aguas de ese mar impredecible de la zona de Teahupoo. Sin embargo, nada termina de explicar el milagro de una fotografía perfecta. Y es que la imagen que Brouillet tomó del surfista brasileño Gabriel Medina en el marco de los Juegos Olímpicos viene siendo la reina entre el tropel de fotos que regalan estas competencias mundiales. No ocurrió estrictamente en París, sede de los juegos, sino a casi 16 mil kilómetros de allí, en la Polinesia colonizada por los franceses allá por el siglo XIX. En una mañana de condiciones perfectas, Medina se deslizó bajo ola gigante, emergió y se elevó por los aires en una celebración que pareció desafiar la gravedad, señalando el cielo limpio con su dedo índice. Un punctum cargado de referencias bíblicas, claro. “Simplemente apreté el botón en el momento indicado”, atinó a escribir Brouillet, sorprendido por la repercusión de una foto que se hizo viral y que fue celebrada a lo largo del mundo. Por ejemplo, Marc Aspland, jefe de fotografía del Times de Londres, confesó que le hubiera gustado ser el autor de la foto. “Es la mejor de los Juegos Olímpicos... por lejos”, afirmó. La imagen es tan perfecta que algunos sospecharon de manipulación digital e incluso, de alguna inteligencia artificial que haya acomodado la simetría entre la tabla y el pie del deportista. Sin embargo, Brouillet asegura que fue producto de la anticipación, el conocimiento del estilo de Medina y un poco de suerte. “No fue difícil. Se trataba más bien de anticipar el momento”, explicó el fotógrafo, que siguió a Medina en un barquito junto a otros cinco colegas suyos. “Las condiciones eran perfectas, las olas más altas de lo que esperábamos”, confesó. El momento capturado no solo fue impresionante en términos estéticos, sino también un hitazo deportivo. Medina (tres veces campeón olímpico) logró esta vez una puntuación de 9,9 sobre 10, la más alta en la historia olímpica del surf hasta el momento. Además, esta hazaña le permitió vengar su derrota en los Juegos de Tokio 2021. Para Medina, de fe cristiana, el momento mereció una plegaria de agradecimiento. En sus redes sociales, junto a la foto, citó un versículo bíblico: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. “En unos pocos todos días el mundo se habrá olvidado de esto”, dijo por su parte Brouillet, más modesto a la hora de creer en los milagros. Y a la hora de hacerlos.