Anteayer nomás hablábamos de él. "Es memoria viva", decíamos. "¡A entrevistarlo, a grabarlo, urgente!". Ayer, su corazón se detuvo. Del poeta Rafael Ielpi (Esquel, Chubut, 1939 - Rosario, 2024) se recuerda su obra tanto lírica como historiográfica en torno a la explotación del hombre por el hombre, o de la mujer por el hombre: la cantata La Forestal, o los libros sobre Pichincha. Yo quiero evocarlo a sus 24 años, escribiendo un poema de su primer libro, El vicio absoluto (Editorial Biblioteca, 1966; 2da. edición, Borsellino Impresos, 2013). Quiero imaginar el cigarrillo encendido y el disco de Django Reinhardt que suena en el tocadiscos. La canción se llama “Nubes”, y deja su nombre prendido en el título del poema: "Allí, allí mismo, / entretejida por su propia maraña terca, / prisionera menor de un silencio vacío, / la costa estaba desnuda, / pasiva de todo pensamiento, / seducida por la posesión del verano". La música del poema está puntuada de silencios, como los que habitan entre el punteo de una guitarra. La del gitano manco Reinhardt, o la del padre ferroviario y zurdo en pleno monte del litoral.

"De aquellos años cada vez más lejanos de una infancia trashumante hasta los 11 años, recuerdo imágenes nítidas y entrañables como la de Los Frentones, un pueblito forestal a la orilla de las vías del Ferrocarril Belgrano con sus grandes montes de quebracho colorado y blanco, donde trabajaban cientos de hacheros en la tala de esos árboles tan hermosos como centenarios, materia prima de la industria forestal del tanino. Ese rumor de golpes de hacha y gritos y esos hombres parcos y corajudos, fueron la materia prima, casi tres décadas después, de 'La Forestal', una crónica cantada que recuperaba parte de la historia de monopolio y explotación en el llamado Chaco Santafesino, que compusiera junto con José Luis Bollea", escribió Ielpi en una autobiografía inédita que me envió el 2 de octubre de 2018. 

"Recuerdo claramente nuestra casa –un rancho más prolijo que el resto, pero rancho al fin, con piso de tierra y techo de paja- y las noches de verano, cuando mi padre, que era zurdo y tocaba la guitarra lo bastante bien como para acompañar a algún cantor, se reunía con Sandalio Acosta, que trabajaba también en el ferrocarril y que él sí tocaba bien, y cantaban a dúo. Otras veces, con don Ibáñez y don Cáceres, bandoneonistas los dos, que vivían en Avía Terai uno y en Río Muerto el otro, y que sabían llegar los sábados para reunirse en el patio y hacer música...", evocaba allí.

“Ese primer poemario no se parecía ni a los anteriores, a Fruttero ni a Aldana, ni a los que vinieron después; no es coloquial. Es un punto de inflexión. Una visión desasida. Una cosa entrañable desde la otra orilla, lo cual le da a la subjetividad cierta objetividad, valga la paradoja”, reflexionó Ielpi en 2018 acerca de El vicio absoluto. También escribió, en poesía, Para bailar esta ranchera, El vals de Hermelinda, Viajeros y desterrados y Día de visitas. Colaboró con traducciones y poemas en revistas como El arremangado brazo.

Radicado en Rosario desde los 10 años, Rafael Ielpi escribió los textos de la crónica cantada La Forestal. Un hachazo a la dignidad del hombre, que con música de Jorge Cánepa y José Luis Bollea se estrenó en el teatro La Comedia en 1984. Ese año se grabó una adaptación de la obra original por Enrique Llopis, quien también musicalizó sus Viajeros y desterrados. Agota reediciones su saga de historia urbana local que se inició con Prostitución y rufianismo, en colaboración con Héctor Zinni, cuya primera edición (por Editorial Encuadre, en 1974) se continuó en El imperio de Pichincha, por Homo Sapiens, parte de la serie Vida Cotidiana: Rosario del 1900 al 2000. La noche y los márgenes son el tema de sus cuentos reunidos en No juegues con gitanas (1991, Krass Artes Plásticas), reeditados en 2014 por la colección Ciudad y Orilla de la editorial Homo Sapiens. Fueron escritos en 1989 para ser leídos en voz alta ese año en el programa radial La vida está en otra parte, que conducía Ielpi por LT8 con Reynaldo Sietecase. Y recordaremos siempre con gratitud al Negro Ielpi funcionario cultural de la democracia recuperada: sus tres mandatos como concejal y su generosidad para abrir espacios, siempre modesto y sencillo, en su tarea de gestión tan amable con los creadores de la ciudad durante los años en que fue director del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. 

Fue el último de una generación. El Negro Ielpi compartió una pensión con Aldo Oliva y una librería con Willy Harvey, la mítica "Signos". En la Facultad de Filosofía y Letras se había hecho amigo de Hugo Padeletti, quien trabajaba en la biblioteca. Fue así como los tres poetas más grandes de la generación del 50 en Rosario le pasaban la posta, incluso literalmente: "Me dejó la llave y se fue", contaba Ielpi de su socio librero, Harvey. “Leía a Blake, Novalis, Baudelaire, Pavese, Ungaretti, Montale”, contó de sus influencias. "Tengo recuerdos muy gratos de la época de la Facultad", rememoraba, nombrando a sus profesores de la era pre-Onganía: Tulio Halperín Donghi, Adolfo Prieto, David Viñas, Ángel Rama, Adolfo Carpio, Ángel Capeletti, Oreste Frattoni... "Tuve como compañeras en los primeros años de la carrera de Letras a algunas de las críticas actuales más valiosas como María Teresa Gramuglio y Josefina Ludmer. Allí conocí a Noemí Ulla (...una brillante narradora y crítica), con quien conviví tres años, hasta 1965", rememoró. 

Fue periodista del diario Hoy, que cerró en 1970; con Carlos Gabetta hizo un programa de radio donde leían literatura y pasaban "la música que se nos cantaba, desde Jethro Tull a Bach y desde Edmundo Rivero a los Rolling Stones, Emerson, Lake & Palmer, Chicago. Nos censuraban una o dos veces por semana los textos (era el 'onganiato'), nos cambiaban el horario pero igual duramos bastante, casi dos años, hasta que nos cansamos. Entré, en la misma época, a la revista 'Boom', que hizo historia en Rosario".

De sus viajes periódicos a Santa Fe entre 1959 y 1964, recordaba al poeta Hugo Gola y a Juan José Saer. "Con los dos, Gola y Saer, compartimos momentos casi mágicos a orillas del río o en una casa en Colastiné, la de Mario Medina, un exquisito lector y sensible crítico, en la que entre 1959 y 1964 compartimos asados con el viejo 'Juanele' Ortiz, con Augusto Roa Bastos o con el por entonces muy joven Néstor Sánchez, que recién había publicado su novela 'Nosotros dos' y que moriría solo y desdichado en mayo de 2003". Y así termina su relato, que hoy leemos como síntesis de las lecciones de su vida: "aprendí a ser humilde respecto de lo que hago, a respetar el talento y la inteligencia de los demás y a mantener vivo un sano y tal vez fallido deseo de emulación de los mejores". Lo de "fallido" valga como alarde de modestia; Ielpi nos ha dejado versos imborrables.