Daniel Araoz puede decir que ha vivido. El actor –celebrado como por su carrera humorística en la Argentina, premiado por sus roles dramáticos en el exterior- estará presentando su unipersonal Master Araoz en la Sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037) durante todo agosto, viernes y sábados a las 20. 

La obra, coescrita junto a su hijo Pedro, recorre su vida, desde su infancia en los parajes cordobeses y sin pasar por alto sus momentos personales más oscuros ni los más sorprendentes, como su pelea personal con un presidente y la inclusión de su nombre en listas negras. Mientras recorre el país con esta obra, Araoz también impulsa el proyecto de ley Pancitas Llenas, junto a otros artistas y a Julio González, de Oralí, como el actor destaca especialmente. Entonces su misión, explica, es doble: llenar las almas y las panzas.

-En muchos aspectos, llevaste una vida excepcional. ¿Cómo se construye la empatía con el público cuando uno está en esa situación?

-Bueno, este es un trabajo donde tenemos primero el desafío de construir el contenido en este living, durante la pandemia. A mí mi hijo me da sabiduría para trabajar, porque trae con su juventud una pureza que el adulto pierde con el paso de los años. Ahí hay una visión sanadora y desde esa visión sanadora nos metimos en mi historia. Viste que a cierta edad, está bueno viajar hacia el pasado y verse a uno mismo. Ahí hay que hacer mucha autocrítica y aparece como mensaje del fracaso un aprendizaje muy importante. Pero yo nunca quiero sentenciar. En mi generación pasó. Ojalá que a las generaciones que vienen no les pase eso. Pero ahí hay un viaje retrospectivo cuyo lenguaje es el lenguaje cómico. O sea, indefectiblemente tenés un ejercicio de texto cómico, de tiempo, de respiración, de concentración.

-Te convertiste en tu propio personaje.

-Mi oficio, como me lo enseñó alguna vez mi querido (Norman) Briski, cuando yo llegué de Córdoba, es el de autogestionar todos mis personajes. Son composiciones que hice yo. Como un músico hace canciones, yo compongo personajes. Todo el trabajo de estos años está ahí. También tomamos una anécdota de cuando yo era chico y ahí aparece toda mi familia, el campo, el barrio General Paz, mi barrio, mi casa del alma, con ese patio de glicinas, mi madre y mi tía Yolanda enseñándome a actuar, porque eran artistas independientes en plena dictadura, con todo el horror y la crueldad, la oscuridad de esa época, donde se vivía bajo el miedo más absoluto. Mi madre puso una semilla de luz adentro de mí con el arte, y entonces imaginate, cada función que hago es un homenaje a ella y a mi viejo, un laburante, un obrero relojero, a alguien hermoso que me llevaba al campo y me hacía probar las plantas, porque era hijo de Juana Ibarra, mi abuela comechingona.

-¿Cómo fue trabajar con Pedro? No debe ser fácil para los hijos asomarse a la historia de sus padres.

-Sí, pero lo maravilloso de Pedro es que es muy certero y muy puro en los conceptos. Con él hicimos un montón de cosas, no solamente la obra. Esta relación es de aprendizaje para mí con él, creo que yo estoy más contaminado que él, pero mi trabajo cada día es mayor para ser una mejor persona y para ser un poco más puro y andar aliviado abrazando a la gente, que es lo que yo siento.

-Hace unos minutos hablaste del fracaso en términos generacionales...

-Ahí fundamentalmente me parece que es importante trabajar lo que significa la autocrítica, porque en definitiva, ¿cuál es el aprendizaje? ¿Cuál es el aprendizaje de esto? El último cuadro dice: "¿y qué es el éxito, el poder, el dinero?"

-Para vos, Araoz, ¿qué es? ¿Qué significa?

-Ahí está el camino y la construcción de la voz cultural. A mí la voz política no me ayudó a construir, a mí los que me ayudaron a construir ese camino fueron los poetas, fue la cultura. Por eso hoy me siento identificado con la voz cultural. Las canciones, los poemas que me leía mi madre, la honradez que me enseñó mi viejo, todos esos valores culturales me fortalecieron en ese momento y luego pasaron cosas, entonces llegó el whisky, en fin.

-Esa etapa donde te saliste de eje, como decís.

-Sí, ese momento terminó con el señor de los venenos, Enrique Symns, en una ventana del edificio Marconetti, un edificio increíble, un departamento donde habían vivido Miguel Abuelo, Fontova, y donde vivía Daniel Riga, que me abrazó en ese momento, cuando yo ya estaba bajo la más absoluta desesperación.

-Cuando mirás para atrás, ¿cómo ves esos años ahora?

-Es mluy difícil contestar eso... Porque, a veces, una simple pregunta tiene una respuesta que es muy amplia. No sé, creo que veo esa época a través de la Master Araoz. Hay que ir a verla, ¿no? Ese es mi objetivo, es mi peregrinación ahora, mi misión es llevar nuestro mensaje, nuestro corazón al escenario, que es la madre del actor para mí. Y es muy importante para poder ir hacia un camino más noble, más honrado, y donde todos estemos de acuerdo, ¿no?

-Viajás mucho con la obra.

-Cada escenario es la madre. El cine es el hecho colectivo más potente que tiene la voz cultural. Ahí están todas las artes, todas las especialidades. Llegan ahí. El cine es increíble, pero no todos los actores hacen teatro. El teatro es un aprendizaje de lo que significa estar sano, trabajar la humildad, como eso, todo eso te exige. Yo estoy convencido de que el teatro es algo sagrado. Yo, particularmente, trabajo con las energías. Entonces, volver para atrás con la ayuda de mi hijo y la sanación de Pedro Araoz, que más allá de ser mi familia, hoy es mi director y el constructor de ese texto junto conmigo, resulta muy importante para mí. Y entonces, poder viajar con esta obra se ha convertido en algo sanador. Viajo para sanar esas heridas.